Vigilia Pascual
Con la puesta del
sol del sábado comienza el tercer día del Triduo Pascual
Nadie esperaba
nada.
Como las velitas que
se encienden en el Cirio de la Vigilia Pascual, se fue corriendo la voz:
¡El cuerpo del
Señor no está en el sepulcro!
Pero dejemos que el evangelista San Juan nos cuente también lo que vivió en este día:
Yo dormía en la
casa en que estábamos varios de nosotros, cuando estando aún oscuro, unos
fuertes golpes en la puerta nos despertaron.
Era María Magdalena
que nos sobresaltó con sus nerviosas palabras:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Tal como estábamos,
salimos corriendo Pedro y yo.
La verdad es que
yo, como más joven corrí más aprisa, pero al llegar al sepulcro no entré, sino
que esperé la llegada de Pedro que, en fin de cuentas, era nuestro responsable.
Después ingresé yo
y al ver la sábana bien doblada y el sudario doblado aparte: vi y creí.
Después de todo,
Jesús nos lo había dicho varias veces: «al
tercer día resucitaré» … Y había llegado el tercer día.
Luego dijo Pedro:
llevemos estos lienzos que serán un tesoro para nosotros.
Salimos del
sepulcro y nos fuimos a casa a ver en qué paraba todo.
Nos enteramos de
que Jesús se apareció a la Magdalena y le pidió que fuera comunicando a todos
que lo había visto resucitado. Y ella fue a decirlo por todas partes, aunque
nadie le daba crédito.
Más tarde nos
enteramos que dos de los discípulos, que ya nos habían dejado, pensando que
había acabado todo, se encontraron con Jesús en el camino de Emaús y, cuando lo
invitaron a cenar, Jesús partió el pan, se lo dio y se abrieron sus ojos y al
punto lo reconocieron.
Con toda prontitud
regresaron a Jerusalén, al Cenáculo, para contárnoslo a todos.
Estábamos todos
allí reunidos y, de repente, sin llamar ni tocar la puerta, apareció Jesús
bellísimo, algo así como cuando lo vimos en el Tabor. Nos dijo:
«La paz con ustedes».
Comió delante de
nosotros para que nos convenciéramos de que era Él mismo y después nos dijo dos
cosas que quedaron muy profundamente grabadas en mi alma:
«Como el Padre me envió, así los envío, yo a ustedes».
Nosotros estábamos
impresionados. Y Él añadió:
«Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les serán
perdonados».
Nadie podrá
entender la fiesta que hicimos en aquel momento todos los que estábamos
reunidos en el Cenáculo:
Era verdad. Todo lo
que dijo vale:
«El Señor ha resucitado».
Desde entonces todo
cambió y nos hemos ido felices a hablar del nombre de Jesús que murió y
resucitó para salvarnos.
Y hoy, queridos
amigos, quiero terminar mi relato contándoles algo que ha quedado muy grabado
en mi corazón:
Pedro y yo fuimos
al templo y a la entrada nos encontramos con un tullido que nos pidió limosna.
Pedro le dijo:
«Míranos».
El hombre abrió
unos ojos muy grandes esperando una limosna, pero Pedro añadió:
«No tengo oro ni plata. Lo que tengo, eso te doy. En nombre de Jesús
Nazareno: levántate y anda».
El tullido se
levantó y entró con nosotros al templo dando brincos de alegría.
Yo también les pido
a ustedes que, en el nombre de Jesús, lleven la alegría de la resurrección del
Señor por todas partes.
(Hasta aquí Juan
evangelista).
¡Feliz Pascua!
Gocemos estos cincuenta días con los que la Iglesia celebra el triunfo de su
Esposo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo