28 de julio de 2011

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

¡¡¡COMAN SIN PAGAR!!!
El título es un poco llamativo pero, profundizando en las lecturas de este día, podremos entender de qué se trata y al final terminaremos pensando que también son para nosotros estas palabras de Jesús: “Den gratuitamente lo que gratis han recibido”.
La primera lectura de hoy se refiere, evidentemente, a los tiempos mesiánicos.
En ella hay una invitación a todos los necesitados: “Oigan, sedientos todos, acudan por agua, también los que no tienen dinero. Vengan, compren trigo y coman sin pagar vino y leche de balde”.
La mayor parte de los hombres gastamos el dinero en cosas que no llenan ni el cuerpo ni el alma. Pero Dios nos ofrece algo siempre mejor. Acoger a Dios, escucharle, nos dará vida. Son las promesas de siempre que nos enriquecen.
Por eso, el salmo responsorial nos invita repetir esta oración a Dios:
“Abres la mano y nos llenas de favores”.
Hay que recalcarlo y la liturgia lo repite muchas veces: “El Señor es clemente y misericordioso… el Señor es bueno con todos… abre la mano y sacia de favores a todo viviente”.
¿Has pensado muchas veces que el Señor está siempre cerca de los que le invocan con sinceridad y no con palabras vacías o actitudes de pedir a Dios, buscando la seguridad en el bolsillo de los hombres?
San Pablo, consciente del amor de Dios que nos amó y al que amamos, se siente plenamente seguro de sí mismo porque confía en su actitud con el Señor, sobre todo de su confianza en Él. Por eso nos invita a repetir con la seguridad del que ama y se siente amado:
“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”
¿El terrorismo, el odio, las pandillas, la pobreza, las angustias, las persecuciones, las calumnias, la enfermedad…?
Vean con qué libertad de espíritu dice San Pablo:
“En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos amó”.
Y es que la seguridad de Pablo no está en él mismo, ni quiere tampoco nos fiemos de nosotros mismos. Nuestra seguridad viene del amor que Dios nos ha manifestado al entregarnos a Cristo Jesús.
Con Jesús nos llegó todo. La salvación y todos los medios que necesitamos para llegar a ella. Especialmente la Eucaristía que nos da a todos una gran seguridad.
Y con la Eucaristía tenemos siempre también la Palabra de Dios que es alimento transformante y al mismo tiempo certeza de salvación.
Por eso, en el salmo aleluyático vamos a escuchar una vez más:
“No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Como símbolo de este alimento y regalo, el Evangelio nos recuerda la multiplicación de los panes.
Se trata de una comida gratuita y abundante.
Gratuita, porque no hizo falta ir a comprar el pan al pueblo vecino y abundante porque se saciaron todos y pudieron recoger doce cestos llenos de sobras, a pesar de que fueron miles los que comieron.
San Mateo nos advierte que Jesucristo quiso probar a sus apóstoles para ver qué se les ocurría y cuál era la mejor forma de saciar el hambre de aquellas personas que, hambrientas del pan de la palabra, habían olvidado llevar su fiambre.
Como es lo normal, a los apóstoles lo único que se les ocurrió fue decir a Jesús:
“Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”.
Esto es lo de siempre, lo que se nos ocurre a todos.
Pero Jesús era original, tenía poder y sobre todo tenía amor.
La primera pregunta del Maestro busca probar la fe:
“No hace falta que vayan, denles ustedes de comer”.
La lógica humana de los apóstoles fue contestar, casi con ironía, “no tenemos más que cinco panes y dos peces”.
La disponibilidad de ellos, al presentar su limitada pobreza, le bastó a Jesús que dio de comer gratuitamente a todos.
Sabemos que muchas personas tienen hambre del pan del día, pero que son todavía muchas más, las que tienen hambre de Dios, es decir, las que padecen una sed de eternidad.
A todos ellos debemos ofrecerles el pan de Dios. Sin embargo, tengamos presentes dos preguntas:
¿Aprovechamos la oportunidad de comer sin pagar todo lo que Dios nos ofrece, sobre todo el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía?
Y en segundo lugar, ¿tenemos presente el pedido de Jesús: “Denles ustedes de comer”, ayudando a tantas personas que no conocen ni el pan de Dios ni el pan de su Palabra?
Porque no debes olvidar de que si eres bautizado, eres misionero.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

21 de julio de 2011

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

¡PÍDEME LO QUE QUIERAS!

Seguro que si te dieran a ti esta oportunidad te pondrían a ti en un grave aprieto.
A primera vista parece muy fácil, pero posiblemente pedirías cualquier cosa y luego te lamentarías toda la vida diciéndote:
Pude conseguir esto y esto otro y total, me he quedado sin nada o con algo que no tiene importancia.
Bueno, pues esta oportunidad se la ofreció un día Dios al joven Salomón: “Pídeme lo que quieras”.
El rey de Israel fue inteligente y fíjate lo que pidió:
“Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar este pueblo tan numeroso?”.
La petición fue inteligente y el regalo fue mayor:
“Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la muerte de tus enemigos… te cumplo tu petición. Te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”.
Posiblemente porque el Señor nos ofrece un tesoro todavía mayor, el Reino de los cielos, el salmo responsorial nos anima a decir:
“El Señor es la porción de mi herencia”.
El Evangelio, como en domingos anteriores, nos sigue presentando distintas parábolas para que podamos tener una idea de lo que es el Reino de los cielos. Empieza con una, muy simple al parecer, pero es una de las más profundas y bellas. Imaginamos la escena:
Un hombre trabaja un campo que no es suyo. Es un simple asalariado. Mientras ara el campo descubre algo duro que le llama la atención. Escarba y se da cuenta de que es, ni más ni menos, que uno de los tesoros que solían enterrar los israelitas cuando se iban al destierro, con la esperanza de regresar y recuperarlo.
Mira para todas partes. Nadie le ha visto. Vuelve a taparlo sigilosamente. Comienza a pensar cómo podrá conseguir el tesoro escondido.
Busca al dueño del campo y le pregunta cuánto quiere.
El otro le da el precio y el obrero piensa: mi chacrita, mi casa, mis animalitos, lo que tengo ahorrado en el banco… y lleno de satisfacción exclama: ¡justito! Lo perderé todo pero compraré el campo.
Así lo hace. Vende todo lo que tiene y lo compra.
Pero hay un paréntesis que ha puesto Jesús al decir que todo esto lo ha hecho “lleno de alegría”.
Esto es lo importante cuando se trata de conseguir el Reino de Dios. Hay que estar dispuesto a perder “todo”. Pero, además, hay que saber acoger el tesoro con amor y con mucha alegría porque el tesoro es el Evangelio, es Cristo mismo.
Es entonces cuando se puede repetir con el salmo: “El Señor es la porción de mi herencia”.
La segunda parábola es casi igual. “El Reino de los cielos es semejante a un comerciante que se dedica a compra - venta de perlas y al encontrar una valiosísima, vende todo lo que tiene y la compra”.
Finalmente, la tercera parábola que nos propone San Mateo se refiere al juicio final que es la hora de partir definitivamente al Reino.
Ya sabemos que muchas personas, partiendo de que Dios es misericordioso (¡y es infinitamente misericordioso!) no aceptan que Dios pueda juzgar.
Sin embargo, la carta a los hebreos afirma: “está determinado que los hombres mueran una sola vez y después el juicio”.
Por su parte, Jesús mismo nos habla del juicio en el capítulo 25 de San Mateo y en otras oportunidades, como por ejemplo, en su conversación con Nicodemo.
Esto es precisamente lo que dice la tercera parábola:
“El Reino de los cielos se parece a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”.
La explicación es clara y los oyentes la entendieron muy bien:
“Los ángeles, al final de los tiempos, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Con parábolas, Jesús va explicando que ha venido al mundo para que quienes acepten el Reino de Dios consigan la salvación.
Pregúntate, amigo, qué has sacrificado tú para conseguir el “tesoro” que te salva y con el cual serás feliz toda la eternidad.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

14 de julio de 2011

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

EL CRECIMIENTO DEL REINO
“Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
Estas palabras del versículo aleluyático centran muy bien el tema de este domingo. En efecto, Jesús habla a la “gente sencilla” y lo hace con cosas simples de la vida familiar y del campo.
Por eso siguen s Jesús ya que le entienden mejor que a otros muchos predicadores que, quizá sin darse cuenta, se buscan demasiado a sí mismos y prescinden de la sencillez del Reino.
De todas formas el mensaje de hoy nos lo da, fundamentalmente como siempre, el salmo responsorial que nos presenta a Dios con estas palabras “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”.
El libro de la Sabiduría nos habla del Dios único que en su gran poder manifiesta su infinita capacidad de perdón para todos:
“Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia…”. Y el mismo libro hace la aplicación con estas palabras: “enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”.
Buena oportunidad para que cada uno examinemos si somos justos de verdad, a medias o injustos.
Es claro que el ser justo con Dios y con los hombres es una virtud fundamental.
Una de las pruebas de la bondad de Dios que pide que recemos, es lo que enseña San Pablo explicando que el Señor nos ha dado su Espíritu para que nos ayude en nuestra debilidad porque nosotros no sabemos ni pedir lo que necesitamos:
“Por eso el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”.
¡Admiremos cómo el que es Dios, el Espíritu Santo, nos enseña a pedir a Dios!
Estas son las primeras enseñanzas para hoy.
La riqueza del Evangelio es grande y nos invita a pensar en cosas muy prácticas:
Sabemos que hay muchas personas que se atreven a hablar mal de Dios y repiten que si Dios es bueno por qué hay tantos malos en el mundo, y hambre y corrupción. Y siguen preguntando:
¿Por qué no se lleva a la otra vida a los “malos”,  a fin de que lo bueno y los “buenos” puedan crecer con más facilidad?
Jesús lo explica con la parábola más larga de hoy:
Un hombre siembra buena semilla. Cuando empieza a verdear, entre las espigas del buen trigo, aparecen las oscuras espigas de la cizaña.
Los criados preguntan: ¿no sembraste buena semilla?
El dueño reconoce que el enemigo vino de noche y sembró la maldad entre el buen trigo.
Los criados preguntan lo que parece más lógico: ¿arrancamos la cizaña de una vez?, como quien dice: ¿botamos a los “malvados” al fuego para que los “buenos” queden como trigo limpio?
Está claro que si Dios es misericordioso, como se nos ha dicho en la primera parte de las lecturas, no quiere acabar con nadie sino que nos enseña a tener paciencia:
“Dejadlos crecer juntos y a la hora de segar diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y quemadla y llevad el trigo a mis graneros”.
Cuando al final del párrafo de hoy los discípulos le piden a Jesús una explicación, aclara:
La semilla que Dios siembra es Jesús mismo. El campo es el mundo. La buena semilla los ciudadanos del Reino. La cizaña los parientes del maligno. El que siembra la maldad es el diablo. Y cosechan los ángeles.
Todo concluye así: “los justos brillarán como el sol en el Reino de Dios”.
Esta lección nos va bien a todos especialmente cuando, impacientes por el dolor y la maldad de los hombres, Dios nos pide paciencia.
San Agustín nos explica que esta actitud de Dios tiene dos motivos. Por un lado que los pecadores tengan tiempo para convertirse y por otro que los justos puedan enriquecerse mientras peregrinan en este valle de lágrimas.
Queda más riqueza en el párrafo de San Mateo que es bueno meditar.
Son otras dos pequeñas parábolas que nos enseñan que todos y cada uno en el Reino debemos ser como el pequeño grano de mostaza y el trocito de levadura que se van desgastando en este mundo para que el Reino pueda crecer.
Como vemos, todas estas parábolas de hoy, lo mismo que las de otros días, vienen a explicar la realidad del Reino de Dios que es la gran enseñanza de Jesús.
Terminemos preguntándonos: ¿qué significa para ti, para tu vida práctica, el Reino de Dios? Y ¿cómo te esfuerzas para hacerlo crecer?

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

8 de julio de 2011

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

EL JARDÍN DE JESUCRISTO

Con un poco de imaginación vamos a viajar de la mano de la liturgia de este domingo a un bello jardín donde florecen las obras de Dios.
Ante todo, para tener un jardín, necesitamos un terreno que en el caso es cada corazón. Se necesita también el agua.
Esta agua, según Isaías, es la Palabra de Dios que baja del cielo lo mismo que la lluvia y la nieve que empapan la tierra, la hacen fecunda, hacen germinar todas las semillas y vuelven otra vez, evaporadas, al cielo para repetir su misión de criaturas.
Así como el trigo, que germina en espiga, deja en la mesa del campesino el rico pan, también la Palabra de Dios, que desciende a cada corazón, realiza su misión evangelizadora y transformante en nosotros.
Precisamente el salmo responsorial nos cuenta cómo el Señor cuida la tierra, la riega y la enriquece sin medida. Y así, las acequias de Dios, van llenas de agua que deja mullida la tierra, la fecundan y nos permiten ver sabrosos frutos y verdes pastizales, que sirven de alimento a todas las criaturas.
Pero de todas formas hay un largo periodo de maduración que supone desyerbar… esperar el buen tiempo y la lluvia fecunda. En ese tiempo el campesino sufre a veces verdaderos “dolores de parto” gimiendo sobre todo frente a las tormentas o inundaciones, como hemos visto en los últimos tiempos en tantos países.
Es San Pablo en la carta a los romanos el que nos habla de un triple gemido que viven los que llevan en su seno la semilla que debe florecer y fructificar.
Por un lado gime la tierra sometida a la frustración a causa del pecado del hombre.
Además, “gimen los hombres en su interior aguardando la hora de ser hijos de Dios y la redención de nuestro cuerpo”.
Finalmente enseña San Pablo cómo es el mismo Espíritu quien gime dentro de nosotros, viniendo en ayuda de nuestra debilidad e intercediendo por nosotros con gemidos inefables para que madure la semilla de Dios en nosotros.
Por su parte el Evangelio nos mete de lleno en el gran jardín de Jesucristo aunque aquí el enfoque es distinto ya que la semilla significa la Palabra de Dios; la diversidad del terreno sigue siendo cada corazón.
En efecto, hay corazones que son como el camino en el que al caer la Palabra de Dios vienen los pájaros y se la comen. No producen nada.
El corazón de otros es como el terreno pedregoso y casi sin tierra donde la semilla brota pronto, pero se abrasa apenas sale el sol.
También en el jardín de Jesús hay corazones como la tierra en la que se entrelazan las zarzas, ahogando todo lo que brota entre ellas.
Finalmente, hay terrenos abonados que acogen la Palabra de Dios con las mejores disposiciones y producen toda clase de flores y frutos, unos más que otros, pero todos glorifican al Creador y hacen felices a cuantos se acercan a visitar su jardín.
Aunque, a primera vista, esta parábola de Jesús es tan clara, no lo fue así para los apóstoles. Sin embargo tuvieron la suerte de que el mismo Jesús se la explicara ampliamente e incluso pudiera felicitarlos porque en ellos se cumplen las profecías:
“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.
En efecto, con Jesús “el desierto floreció”. Y todos oyeron “las maravillas de Dios”.
La lección de hoy vale para nosotros que hemos llegado al mundo en la plenitud de la revelación y podemos conocer perfectamente la palabra que el mismo Jesús nos ha explicado.
Ahora se impone una aplicación que cada uno tiene que hacer y que podríamos concretar en estas preguntas:
- ¿Qué haces con la gracia de Dios que continuamente desciende sobre ti para que puedas florecer e incluso dar fruto para gloria del Padre?
- ¿Tú eres de los que reciben la Palabra con corazón duro de camino o de zarzas que la aprisionan o  piedras que la aplastan… o más bien eres el terreno fecundo que produce hasta el ciento por uno?
Recordemos aquellos versos que compuse hace bastantes años y que cantábamos con gozo en las jornadas juveniles:
“Donde Dios te coloque florece y algún día tu fruto será, por María tu Madre del cielo, Cristo vida, camino y verdad”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo