Quizá nos extraña que en la Octava misma de Pascua se hable de la misericordia de Dios; incluso que se haya convertido en el Domingo de la Divina Misericordia.
Debemos tener la
certeza de que del sacrificio profundo del hombre-Dios, Jesucristo, ha brotado
la alegría auténtica de la misericordia.
Eso recordamos hoy. Los clavos, las espinas, la cruz han producido la salvación y la alegría más grande para toda la humanidad.
- Hechos de los apóstoles
Es muy importante
recordar que la promesa de Jesús se cumplió en la vida de los apóstoles, que
hicieron milagros incluso más grandes que los que hizo Él.
Interesante leer: «La
gente sacaba los enfermos a la calle y los ponían en catres y camillas para
que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos cayera sobre alguno».
No es de extrañar que en poco tiempo se multiplicaran los discípulos de Jesús.
- Salmo 117
El salmista resalta
la misericordia de Dios:
«Diga la casa de
Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de
Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles
del Señor: eterna es su misericordia».
Al contacto con
Jesús descubrimos misericordia para todos y siempre.
Todo el que busca a Dios lo encuentra y goza de su misericordia, con tal de que lo busque con sinceridad y arrepentimiento.
- Apocalipsis
El último de los
libros de la Biblia recoge hoy estas palabras del apóstol san Juan:
«Yo, Juan, vuestro
hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús,
estaba desterrado en la isla de Patmos…
Un domingo caí en
éxtasis y oí a mi espalda una voz potente que decía: “lo que veas escríbelo en
un libro y envíaselo a las siete iglesias de Asia”».
Juan nos cuenta su
visión de los siete candelabros de oro y en medio de ellos una figura humana, «vestida
de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho».
Después de un
momento difícil, cuenta:
«Él puso la mano
derecha sobre mí y dijo:
“No temas, yo soy
el primero y el último. Yo soy el que viene.
Estaba muerto y ya ves que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo».
- Verso aleluyático
Son las palabras
llenas de misericordia que Jesús dijo a Tomás:
«¿Porque me has visto, Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
- Evangelio
Nos cuenta cómo
Jesús se apareció a los apóstoles reunidos en el cenáculo y cuando se lo
contaron a Tomás: «Hemos visto al Señor», él contestó: «Si no veo en
sus manos la señal de los clavos. Si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
Así se hizo de
valiente el apóstol.
A los ocho días
Jesús llegó a llamar directamente a Tomás y le dijo:
«Trae tus dedos,
aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo
sino creyente».
Tomas, humillado
reconoce y hace el gran acto de fe:
«¡Señor mío y Dios
mío!».
En aquel momento
Jesús alabó la fe de los que creemos en Él, aunque nunca lo hemos visto, diciendo:
«¿Por qué me has
visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Jesús nos ofrece a
todos su Divina Misericordia porque creemos en Él, aunque no lo hemos visto.
De esta manera nos
asegura Jesús que, aún a la distancia, nosotros lo encontraremos siempre en la
Eucaristía y además se hará presente en los pobres, en los más humildes y
necesitados.
José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista