En la liturgia del ciclo B se nos habla mucho de la sangre. Sabemos que la sangre es vida, pero fácilmente olvidamos que nuestra vida de fe depende de la sangre del Cordero Inmaculado, de Jesucristo en la Eucaristía.
En esta gran solemnidad lo vamos a recordar.
- Éxodo
En el Antiguo
Testamento Moisés hace un pacto entre Dios y el pueblo de Israel. El pueblo
gritará: «Haremos todo lo que ha dicho el Señor».
Pero eso sí, según
la costumbre de los pueblos antiguos, toda alianza tiene que ser confirmada con
sangre.
Los jóvenes ofrecen
al Señor holocaustos y vacas como sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad
de la sangre y la puso en vasijas y la otra mitad la derramó sobre el altar que
simboliza a Dios.
Cuando el pueblo
confirmó su promesa al Señor, el caudillo derramó la otra parte de la sangre
sobre Israel diciendo:
«Esta es la alianza
que hace el Señor con vosotros».
El pueblo se siente
profundamente comprometido y hace su promesa, aunque por su debilidad caerá en
el pecado.
Pero ha quedado un pacto, una alianza, muy importante entre la divinidad y el pueblo escogido por el mismo Señor.
- Salmo 115
Nos invita a alzar
la copa de la salvación invocando el nombre del Señor.
El salmista se
pregunta: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»
Nosotros podremos
entenderlo, sobre todo, pensando en la Eucaristía que hoy celebramos,
repitiendo: «Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre».
En este día de Corpus Christi repitamos también: «Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocado tu nombre, Señor, en presencia de todo el pueblo».
- Carta a los hebreos
Nos explica la gran
diferencia que hay entre los sacrificios antiguos que ofrecían la sangre de
machos cabríos y toros y que solo servían para conseguir una purificación
legal, la pureza externa, y el gran sacrificio de Cristo «que se ha ofrecido
a Dios como sacrificio sin mancha para purificar nuestra conciencia de las
obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo».
Este sacrificio purificará al hombre de los pecados cometidos y dará el culto verdadero a Dios para siempre porque Jesús Sacerdote vive para siempre.
- Verso aleluyático
Es Jesús mismo el
que nos advierte:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre», el pan de la Eucaristía que con su sangre bendita hoy celebramos.
- Evangelio
En este día San
Marcos nos cuenta la preparación de la fiesta pascual que Jesús quiso celebrar,
aprovechando para algo nuevo con los suyos, de una manera muy especial. El gran
regalo de la Eucaristía: la donación de su Cuerpo y Sangre preciosos para
alimento y compañía.
«Envía a dos a preparar
allí la cena».
Así lo hicieron y «mientras
comían Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio
diciendo:
“Tomad, esto es mi
cuerpo”».
Luego, «cogiendo
una copa pronunció la acción de gracias y se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
“Esta es mi sangre,
sangre de la alianza derramada por todos”».
De esta manera tan
sencilla San Marcos nos ha presentado el gran misterio eucarístico ya simbolizado
en la sangre que se ofrecía en el Antiguo Testamento y realizado por
Jesucristo, que nos ha dicho que su entrega es la sangre definitiva de la nueva
y eterna alianza.
Amigos todos, en
este día de una manera especial, nos toca agradecer y aprovechar el sacrificio
de Cristo para purificarnos y, de una manera especial, según la costumbre de
nuestros pueblos, para acompañarlo también en la procesión.
Que nunca seamos
como algunas personas que dicen que solo van a misa cuando sienten fervor…
Si en el plan de
Dios ya no existen los holocaustos del Antiguo Testamento, ofrezcamos siempre
el gran sacrificio de Cristo para poder purificarnos de los muchos pecados que
comentemos en nuestro tiempo.
¡Por siempre sea
alabado, mi Jesús sacramentado!
José Ignacio
Alemany Grau obispo