En este domingo de la Santísima Trinidad queremos profundizar en la relación estrecha y de intimidad entre cada uno de nosotros y nuestro Dios.
¿Es posible que el
infinito, bellísimo, amorosísimo y único Dios pueda pensar en mí?
Más aún, ¿pueda
llegar Él a la intimidad conmigo? ¿Y yo, a la intimidad con Dios?
Admirando la grandeza de la liturgia hoy aprovechamos para contestar a esta pregunta interesante, la cita del profeta Oseas que presenta la liturgia en el octavo domingo del tiempo ordinario.
- La intimidad de Dios según el profeta Oseas
A Israel, y si
profundizamos, a cada uno de nosotros, el profeta Oseas, habla.
Lo más interesante
es que todas estas bellas palabras se las dijo Dios a Israel, después de haber
pecado.
Ojo, Dios no nos “manda
a rodar”, como haríamos nosotros a uno que nos traiciona.
Por eso hoy,
amigos, meditemos lo que hace Dios con Israel y quiere hacer con cada uno de
nosotros.
Recuerden, después
de haber pecado, Dios «llevó a Israel al desierto, le habló al corazón y le
entregó allí mismo sus viñedos…»
Dios espera.
«Allí responderá
como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto. Aquel día
le llamarás “esposo mío”. Apartaré de su boca los nombres de los baales (dioses falsos)
…».
Y ahora viene lo
impensable: «Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en
justicia y en derecho… Me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor».
Matrimonio,
intimidad, misericordia, fidelidad… Todo esto dice Dios al que vuelve enlodado,
pero vuelve a los brazos del primer Amor.
Como se trata de
algo muy importante, acudimos al Catecismo de la Iglesia Católica que nos
explica:
«Las facultades del
hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para
que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre
y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación» (CIC 35).
Para eso se encarnó Jesús, para que podamos llegar a la intimidad con la Santísima Trinidad, en Cristo.
- Salmo 32
«Dichoso el pueblo
que el Señor se escogió como heredad».
Es muy importante considerar
que, a pesar de nuestras limitaciones, Dios nos acoja como suyos para poder
gozar pensando:
«Los ojos del Señor están puestos en sus fieles». Y siempre nos atraerá hacia sí. Así podremos vivir en su intimidad.
- San Pablo
El apóstol, por su
parte, nos habla de la intimidad de cada uno con Dios, ya que nos dice que el
Espíritu Santo nos hace hijos de Dios y, en ese «Espíritu de hijos
adoptivos, podemos gritar: “Abba, Padre”», al referirnos a Dios.
Y ahora sí, yo, con
mi «Papá», puedo hablar con toda intimidad y sin temor.
Es el Espíritu Santo el que se presenta como testigo de esta verdad de fe: «Somos hijos de Dios», somos familia de Dios.
- Verso aleluyático
El
verso aleluyático es una invitación de la Iglesia a repetir con frecuencia: «Gloria
al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene».
Con la misma frecuencia que nos enseñaron desde pequeños, repitamos, tanto al hacer las cosas importantes como las pequeñas obras del día: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
- Evangelio
Jesús asume todo el
poder de verdadero Dios y verdadero hombre, y exclama:
«Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra».
De esta manera
inicia su gran mandato.
Jesús no quiere que
nos quedemos como dueños de la Santísima Trinidad, sino que, por quererla y
conocerla nos da el mandato más fuerte de toda su vida:
«Id y haced
discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo».
Desea que no nos
quedemos con los grandes secretos de la fe, sino que enseñemos a todos «a
guardar todo lo que os he mandado».
Y para que
entendamos un poco mejor este amor maravilloso de la Santísima Trinidad, para
con cada uno de nosotros, nos asegura: «Sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo».
José Ignacio
Alemany Grau, obispo