Reflexión homilética para el cuarto domingo
de Cuaresma, ciclo A
Avanza la cuaresma y hoy el Evangelio nos
presenta a Jesucristo como la luz que alumbra este mundo con su dominio sobre
la naturaleza y sobre todo con la luz de su divinidad.
Samuel
El profeta Samuel, a pedido de Dios, va a
la casa de Jesé, en Belén, para ungir al futuro rey de Israel.
Cuando el profeta piensa que Dios quiere
que unja al primero de los hijos, oye la voz del Señor que le ordenaba:
“No te fijes en la apariencia
ni en la buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres que ven
la apariencia. Él ve el corazón”.
Así pasaron los distintos hijos y quedaba
David, el más pequeño, pero no el de menos valores, “era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo”.
Samuel lo mandó traer y lo ungió. En aquel
momento el Espíritu del Señor invadió a David.
Salmo
responsorial (22)
“El Señor es mi
pastor”. Este
salmo lo conocemos muy bien y hoy nos puede recordar tanto a Jesús el Buen
Pastor, como a David, tan querido en el Antiguo Testamento y que también un día
fue el pastorcito de Belén.
San
Pablo
Nos enseña cómo Jesucristo nos pasó de las
tinieblas en que vivíamos, a ser luz en el Señor, buscando siempre lo que agrada a Dios.
Quiere que actuemos según la luz de la
bondad, de la justicia y de la verdad que son precisamente fruto y
características de la luz.
Termina el santo invitándonos a caminar con
valentía en este nuevo camino del reino de Dios que Él ha predicado:
“Despierta tú que
duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
Aclamación
Como no hay aleluya hoy tenemos la “aclamación”
que nos recuerda estas palabras de Jesús: “Yo
soy la luz del mundo”.
Esto confirma lo que decía San Pablo, que
en Jesucristo encontramos la luz verdadera que precisamente será la que ilumine
los ojos del ciego de nacimiento, de que hablaremos más adelante.
Evangelio
El Evangelio de hoy es también muy
especial. Pertenece a los tres Evangelios largos y bellísimos que correspondían
a las lecturas cuaresmales anteriores a la renovación del Misal del año 1970.
Hoy hablamos del ciego de nacimiento.
Se trata de un joven excepcional que
defiende a Jesucristo valientemente ante los fariseos, llegando a jugárselo
todo por Él.
Lee y medita este bello capítulo 9 de San
Juan. Yo te acompaño con unas breves aplicaciones:
*Cuando los discípulos preguntan a Jesús si
el joven está ciego por culpa de sus pecados o por los pecados de sus padres,
Jesús advierte que es un caso especial en el que va a brillar la gloria de Dios,
indicando así que nosotros no tenemos derecho a juzgar a nadie.
*Jesús hace un signo un tanto extraño para
sanar al ciego de nacimiento. Toma un poco de saliva y polvo de la tierra. Con
este poquito de barro unta los ojos del joven y lo manda a lavarse en la
piscina de Siloé.
Estos signos que hace Jesús de una u otra
forma llegan a su culmen en los sacramentos que se realizan mediante signos
especiales.
Cosa muy distinta es ver cómo algunos
(incluso que se dicen católicos) hacen ciertos signos (cosas extrañas) como las
famosas cadenas que ahora aparecen también por las redes sociales, los ángeles
que dicen que se aparecen y operan, el agua de rosas que sana, etc.
*Llama la atención la sagacidad de los
padres del ciego que no quieren comprometerse y terminan diciendo: “pregúntenselo a él que ya tiene edad para
responder”.
*Vemos la maldad de los fariseos que
pretenden que el joven reniegue de Jesús y lo citan muchas veces hasta aburrirlo.
El joven valientemente llega a culpar de
envidia a los fariseos y les dice con ironía que si preguntan tanto será porque
quieren ser discípulos de Jesús.
*También llama la atención la bondad de
Jesucristo que, cuando excomulgan al joven sale a buscarlo y le revela su
divinidad:
“¿Crees tú en el Hijo
del hombre?
Él contestó: ¿Y quién
es, Señor, para que crea en Él?
Jesús le dijo: lo
estás viendo. El que te está hablando, ése es.
Él dijo: creo, Señor.
Y se postró ante Él”.
*Finalmente, Jesús nos hace reflexionar aclarando
que no es lo mismo ser ciego por ignorancia que ser ciego por maldad, como era
el caso de los fariseos.
Así Jesús devolvió la luz de los ojos e
iluminó con la luz de la fe a este joven valiente que es para nosotros un
ejemplo de cómo debemos vivir en la luz y defender siempre a Jesucristo.
+ José Ignacio Alemany Grau, obispo