Reflexión homilética para el quinto domingo
de Cuaresma, ciclo A
Comencemos admirando esta idea del prefacio
que se refiere al Evangelio del día, la resurrección de Lázaro:
Jesús, “hombre mortal como nosotros, que
lloró a su amigo Lázaro, y Dios y Señor de la vida que lo levantó del sepulcro,
hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos
los restaura a una vida nueva”.
Ezequiel
Profetizó la resurrección de los muertos
que hará el Espíritu Santo y así reunirá a los difuntos dispersos en su pueblo
Israel… “y sabréis que yo el Señor lo
digo y lo hago”.
En la tradición de la Iglesia católica
siempre se ha entendido esta profecía en el sentido de que los hombres resucitarán para ser glorificados
o condenados, según sus obras.
De esta profecía sale garante el Señor que
promete su Espíritu para realizar el milagro.
Salmo
129
Oración del alma consciente de sus pecados
pero segura de la misericordia de Dios.
El salmista pone su confianza en Dios y
anima a Israel a confiar en el mismo Señor.
Amigo, tú y yo tenemos también de qué
arrepentirnos. Recemos con fe este salmo en el ambiente cuaresmal porque “del
Señor viene la misericordia y la redención copiosa”.
Pablo
El apóstol nos advierte que los que están sujetos
al pecado no tienen el Espíritu de Cristo y no pertenecen a Cristo ni pueden
agradar a Dios. En cambio advierte a los romanos que ellos no están sujetos a
la carne sino “al Espíritu que habita en
vosotros”.
De ahí procede la certeza de que resucitarán
para siempre, porque el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos está
dentro de ellos.
Este es precisamente el mensaje que nos da
hoy la liturgia: el Espíritu Santo que resucitó de entre los muertos a Cristo
Jesús vivificará también nuestros cuerpos mortales porque habita en nosotros.
Qué hermoso recordar que somos templos del
Espíritu Santo:
¡Dios habita en mí!
Aclamación
El versículo de aclamación nos pide un gran
acto de fe en Cristo que afirmó en la casa de las hermanas de Lázaro:
“Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí no morirá para siempre”.
Hermanos, repitamos juntos con santa Marta:
“Sí, Señor, yo creo
que tú eres el Hijo de Dios”.
Tú eres la resurrección y la vida.
El
Evangelio
Como los dos hermosos párrafos de los domingos
anteriores, hoy tenemos un largo párrafo que meditar. Te invito a que lo hagas
tú personalmente. Quizá te puedan ayudar estos pensamientos:
*Jesús está lejos huyendo de los judíos,
porque aún no había llegado su hora.
Las hermanas de Lázaro le envían un mensaje
que nos ayuda mucho para nuestra oración personal, sobre todo cuando se trate
de pedir. Ellas tenían muchos motivos para exigir la presencia de Jesús en su
casa y sin embargo dicen únicamente:
“Señor, el que tú
amas está enfermo”.
Aprendamos a pedir con mucha confianza y
sencillez.
*Jesús deja pasar el tiempo para realizar
un milagro muy especial por aquella familia tan querida y al fin decide
visitarlos.
Los apóstoles temían por la vida de Jesús,
ya que los fariseos habían decidido matarlo.
Tomás en aquel momento se hace el valiente:
“Vamos también
nosotros y muramos con Él”.
Lástima que a la hora de la verdad no lo
cumplió.
¡Cuántas veces nos pasa a nosotros lo
mismo!
*Bellísimo el acto de confianza de las dos
hermanas que, como si se hubieran puesto de acuerdo, le dijeron a Jeús por
separado:
“Si hubieras estado
aquí no habría muerto mi hermano”.
*Examina de manera especial el gran acto de
fe de Marta:
“Sí, Señor, yo creo
que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.
*Es impresionante el versículo más breve de
toda la Biblia: “Jesús se echó a llorar”. “Dominus
flevit” es la capilla de Jerusalén que recuerda este momento. Jesucristo
llorando por la muerte de su amigo Lázaro y el dolor de las hermanas.
*Jesucristo resucitó al tercer día, es
decir, antes que empezara la corrupción, según la concepción de entonces. Por
eso Marta advierte al Señor que ya es el cuarto día, es decir ya está en
corrupción.
Jesús, sin embargo, manda al difunto: “¡Lázaro, sal fuera!” y el muerto salió
resucitado.
Que la esperanza nos ayude a confiar en
esta verdad de fe:
Jesucristo un día llamará nuestros cuerpos
mortales a la vida, pero no a una vida temporal, como la de Lázaro, sino a la
vida eterna.
Amigos, meditemos gozosos una vez más las
palabras de Jesús:
“Yo soy la
resurrección y la vida: el que cree en mí aunque haya muerto vivirá”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo