Este domingo la liturgia centra nuestra
reflexión en el Evangelio de la transfiguración.
Antes de hablar de este episodio comentemos
algo sobre las otras lecturas.
Abraham
Casi como definición podemos decir que
Abraham es el hombre que se fió de Dios. En
Abraham debemos descubrir un gran regalo de Dios para todos los tiempos.
Este hombre, antiguo y lejano de nosotros,
un buen día fue llamado por Dios a desarraigarse de su tierra y de su
parentela.
Dios le promete hacerlo una bendición pero
no solamente para él y los suyos, sino que además, en Abraham “se bendecirán todas las familias del
mundo”. Por esto, con razón, lo llamamos también nuestro “Padre en la fe”.
La obediencia de Abraham es un ejemplo para
todos.
Salió sin saber a dónde iba. Simplemente
Dios le dijo “sal de tu tierra y de la
casa de tu padre hacia la tierra que yo te mostraré”.
Y así salió sin saber cuándo ni cómo sería
realidad ese “te mostraré”.
Salmo
responsorial
Este salmo (32) nos enseña cómo la Palabra
de Dios es sincera y nunca engaña.
Si buscamos la verdad la encontraremos en
la Biblia. El salmo, bien meditado, nos explica los motivos de la relación de Abraham con Dios.
San
Pablo
Dios nos llama también a nosotros a tomar
parte en los duros trabajos del Evangelio. No porque Él necesite de nosotros,
no porque lo merezcamos: “Él nos salvó y
nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos sino porque, desde tiempo
inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo”.
Todo es regalo y todo lo debemos a
Jesucristo que destruyó la muerte y nos ha abierto a todos “la luz de la vida inmortal por medio del Evangelio”.
Versículo
En él leemos las palabras del Padre que escucharemos
en el Evangelio de la transfiguración.
Fijémonos en este detalle: dice “en el esplendor de la nube se oyó la voz
del Padre”.
Te invito a releer el versículo, después de
pensar que esa nube representa al Espíritu Santo. Tenemos en esta pequeña frase
la presencia clara de la Santísima Trinidad: el Padre que habla, el Hijo de
quien habla y el Espíritu que resplandece en la nube y que recoge la escena.
Evangelio
San Mateo nos cuenta hoy la transfiguración
del Señor. Se trata de una prueba que quiere dar Jesucristo a sus tres predilectos
para que, cuando lo vean sudar sangre en el huerto, recuerden que Él, verdadero
hombre, carga la divinidad, es decir, para que sepan pasar del dolor de Cristo
triturado, a la gloria de su resurrección.
Por su parte San Lucas nos dice: “una vez que Jesús estaba orando…” se
realizó la transfiguración. Por eso el Papa Benedicto nos decía que la
transfiguración fue un fenómeno de oración. Además el Papa añade que el monte
es buen lugar para orar porque “el monte es como un lugar de la máxima cercanía
con Dios”.
Los siete montes a los que Jesús subió
fueron: el de la tentación, el de la gran predicación, el de la oración, el de
la transfiguración, el de la angustia, el de la cruz y el de la ascensión.
Mientras oraba Jesús se transfiguró su
cuerpo. La luz le venía de dentro de su divinidad.
En cambio cuando Moisés bajó del Sinaí con
su rostro radiante, la luz le venía de fuera, de Dios con quien se había
comunicado.
Para nosotros la transfiguración de Jesús
es una invitación para separarnos de las cosas y de la gente y dedicar tiempo
nuestro a Dios.
Por otra parte alimenta nuestra esperanza
en que la resurrección de Cristo es la promesa de la transfiguración del cuerpo
y del alma para cada uno de nosotros.
Volvamos al relato de Mateo.
A mi modo de ver, lo que debió quedar más
grabado en el corazón de los apóstoles fue oír la voz del Padre de quien tanto
les hablaba Jesús y a quien Él tanto quería.
Precisamente las palabras del Padre
demuestran ese amor de predilección por su Hijo.
Meditemos bien:
“Este es mi Hijo (no uno de mis hijos) el Amado, mi Predilecto”.
Y de una manera especial se les grabó el
mensaje tan importante para todos: “¡escúchenlo!”
Con estas palabras entendemos, primero,
cómo ama Dios Padre a su Hijo y cuánto le debió costar enviárnoslo, para que
nos comunicara cuánto sufrimiento exigía nuestra redención.
Por otra parte nos aclara cuál es su
voluntad para que podamos gozar del plan misericordioso de Dios: escuchar a
Jesús.
José Ignacio Alemany Grau, obispo