Este domingo nos trae un recuerdo de la
ternura de Dios bajo la bellísima comparación del agua viva. Oiremos a Jesús
diciéndole a la samaritana: “Si
conocieras el don de Dios”.
Para nosotros el don de Dios es Cristo, y
el Espíritu Santo el que llena nuestros corazones del agua viva que salta hasta
la vida eterna.
- El agua de la roca
El pueblo hebreo sediento murmura contra
Moisés. Le faltaba algo fundamental para la vida:
Están en el desierto y no hay agua.
El pueblo desesperado grita pidiendo agua.
La situación se torna muy grave.
Moisés acude a Dios diciendo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco
falta para que me apedreen”.
Dios le dice que tome su bastón milagroso,
el que utilizó en Egipto y abrió las aguas del mar Rojo, y golpee con él la roca ante los ancianos de
Israel.
Este debió ser un momento difícil para
Moisés. Temió, dudó, y en lugar de una, golpeó dos veces a la roca.
La duda de Moisés le resultó cara ya que no
pudo llevar a su pueblo hasta la tierra prometida. Por otra parte, este lugar
quedó como un lugar de castigo donde el pueblo tentó a Dios.
La grave tentación consistió en dudar del
Señor diciendo: “¿Está o no está el Señor
en medio de nosotros?”
- Salmo responsorial 94
Es un salmo que se refiere precisamente a
este momento en que el pueblo oyó a Dios: “me
pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras”.
Recordemos que Jesús dijo: “no tentarás al Señor tu Dios”.
Tentar a Dios es un pecado grave de
desconfianza.
- San Pablo
El apóstol nos habla de la justificación
por la fe que nos pone en paz con Dios. También nos habla de la esperanza que
no defrauda y, finalmente, del amor, diciendo:
“Porque el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos
ha dado”.
Advierte San Pablo que la prueba más grande
del amor que Dios nos ha tenido es que “cuando
nosotros todavía estábamos sin fuerza, Cristo murió por los impíos”.
Meditemos bien estas palabras tan profundas:
“la prueba más grande de que Dios nos ama
es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.
- El Evangelio de la samaritana
En este ambiente del agua como don de Dios,
y del Espíritu en ella simbolizado, tenemos el bellísimo capítulo 4 de San
Juan.
Meditaremos unos puntos concretos que nos
ayuden a vivir más profundamente la escena:
*Jesús muy humano (estaba cansado) revela
su divinidad (“Yo soy”) y convierte a
una mujer y a su pueblo, Sicar.
*Cansado del camino, era la hora sexta, es
decir el medio día, había caminado y hacía calor…
Jesús inició la conversación.
Un rabino nunca habla en público con una
mujer, y menos samaritana, pero Jesús es el que empieza la conversación diciéndole:
“dame de beber”.
En el prefacio de hoy leeremos:
El Señor “al pedir agua a la samaritana ya
había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe
de esa mujer, fue para encender en ella el fuego del amor divino”.
*Admiramos a Dios pidiendo a una criatura
agua, cuando Él mismo es la fuente de toda agua viva.
*Piensa que el agua viva del Espíritu Santo
es la que tú recibiste en el bautismo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios…
*Jesús y la mujer hablan dos lenguajes
distintos: ella habla del agua que la trae cada día al pozo y Jesús habla del
agua viva que se convierte en un surtidor, la del Espíritu Santo.
*Interesante también es la discusión sobre
dónde adorar.
Jesús advierte que en adelante los “verdaderos adoradores adorarán en Espíritu
y en verdad”. Pero de todas maneras aclara que hasta ahora la adoración que
pidió el Señor se debió hacer no en el
Garizim, sino en el templo de Jerusalén, porque de allí viene la verdad.
*Cuando la mujer habla del Mesías que va a
venir pronto, Jesús le revela su divinidad: “Yo
soy, el que habla contigo”:
De esta manera Jesús ha llevado a la mujer
desde el agua del pozo hasta la riqueza del agua en el Reino. Y ella deja el
cántaro, como quien deja todo lo que tiene, pues se ha convertido totalmente y siente
la necesidad de irse a evangelizar a los suyos.
*Su testimonio humilde “me ha dicho todo lo que he hecho… ¿será Él el Mesías?”, llevó a
los hombres de su pueblo hasta Jesús.
El fruto de todo este episodio es la
conversión de los samaritanos de Sicar que le decían a la mujer “ya no creemos
por lo que tú dices. Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de
verdad el Salvador del mundo”.
Amigos, estamos en tiempo de falta de agua,
aunque ha llovido mucho.
Esto sucede con frecuencia: mucha agua en
la tierra pero nos falta el torrente de agua viva, el Espíritu Santo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo