Reflexión homilética para este XVIII domingo del tiempo ordinario, ciclo C
La primera lectura de hoy está tomada del
libro del Eclesiastés.
Este nombre del autor del libro es el que
empleamos en griego y en español.
En hebreo el nombre del autor es Qohelet,
palabra que es probable que signifique algo así como maestro.
Los exegetas están seguros que el autor de este
libro no es Salomón, aunque empiece llamándose: “hijo de David, rey de Jerusalén”.
Si nos entretenemos en este libro muy
interesante, por cierto, nos parecerá que es negativo y pesimista. Pero el
autor se las arregla para invitarnos a vivir la vida con optimismo y como un
regalo de Dios.
El
párrafo que nos ofrece la liturgia consta de dos partes.
Los dos primeros versículos, recogen la
idea muy repetida por el autor: “todo es
vanidad de vanidades y caza de viento”.
¿Alguna vez has sacado algo cuando atrapas
el viento?
Pues esas son las cosas de este mundo.
Nuestro párrafo pasa después al final del
capítulo 2, para sacar una interesante conclusión:
No vale la pena matarse a trabajar toda la
vida para dejárselo todo a “uno que no ha trabajado”.
Harás bien leyendo en la Biblia todo el
párrafo desde el inicio hasta 2,21-23.
La
misma lección nos da el Evangelio:
Una parábola impresionante de Jesús que nos
cuenta hoy San Lucas para enseñarnos:
“Mirad, guardaos de
toda clase de codicia pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus
bienes”.
Un hombre muy ambicioso tiene una gran
cosecha y está borracho de felicidad. En medio de su gozo piensa: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y
construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi
cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para
muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”.
Mientras hace estos planes fabulosos, oye
una voz que le advierte:
“Necio, esta noche te
van a exigir la vida. ¿Lo que has acumulado de quién será?”
¿No es así como viven muchos? Grandes
fortunas, ¿para qué?
Se van de este mundo dejando muchas
riquezas y a los familiares divididos. Los hijos odiándose para toda la vida
por una herencia que no trabajaron.
La conclusión la saca Jesús mismo:
“Así será el que
amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.
Lo importante es atesorar para la eternidad,
mientras aquí nos esforzamos por mejorar en todo, sí, pero sin olvidar que Dios
nos da para que compartiendo lo podamos pasar bien ayudando a los demás.
El
salmo responsorial (89)
El salmo va en la misma línea de la
reflexión, la vanidad de la vida:
“Tu reduces el hombre
a polvo… Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó; una vela
nocturna”.
La vida humana es como la hierba que
florece y muere el mismo día.
De ahí la importancia de apoyarnos en Dios
y pedirle “un corazón sensato”.
Terminemos orando con el salmista:
“Por la mañana,
sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo”.
San
Pablo
Hoy nos invita a “dar muerte a todo lo terreno que hay en nosotros: la fornicación, la
impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría”.
Quiere el apóstol que nos despojemos del “hombre viejo” del pecado y nos
revistamos del “hombre nuevo”, que se
va renovando como imagen del Creador.
De aquí brota la gran invitación para este
día: “ya que habéis resucitado con
Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la
derecha de Dios”.
El
verso aleluyático nos ayuda a sacar otra buena conclusión para este día:
Si todo pasa; si después de esta vida viene
lo mejor: la vida eterna con Cristo en Dios, lo
más sensato será mantener el espíritu de pobre. Tengamos poco o mucho,
mantengámonos desprendidos, según pide la bienaventuranza de Jesús:
“Bienaventurados los
pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo