Reflexión homilética para el Domingo XIV del Tiempo ordinario, ciclo C
La primera lectura de hoy pertenece al
profeta Isaías (66) y comienza por el versículo diez.
Antes de entrar en su reflexión te invito a
leer en tu Biblia el versículo siete del mismo capítulo.
Encierra una profecía que creo te ayudará
cuando tengas que reflexionar sobre la virginidad de María:
“Sin
estar de parto ha dado a luz, no le habían llegado los dolores y ha tenido un
varón”.
Con los exegetas pensemos cómo aquí se
encierra una bella profecía: Israel es tipo de María que engendró virginalmente
al Verbo encarnado porque por su fe y obediencia entró el Verbo en la
humanidad.
Volviendo
a Isaías (66,10), pensemos cómo en la Biblia todo son guerras entre los pueblos
vecinos y cómo los hagiógrafos ven siempre, entre derrotas y victorias, la mano
de la Providencia de Dios.
Nuestro párrafo es un remanso de paz. Paz
que todos buscamos y nosotros mismos la hacemos huir: ¡somos contradicción!
Con el profeta cantemos la paz después del
destierro, con cuyo regreso Dios regala a su pueblo:
“Festejad a
Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis. Alegraos de su alegría…
Porque así dice el
Señor: yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en
crecida las riquezas de las naciones”.
También podemos gozarnos con estos
versículos de la ternura de Dios:
“Como a un niño a
quien su madre consuela así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados”.
Salmo
65
El salmista nos invita a cantar al Señor y
agradecer sus bondades.
Cómo protegió a su pueblo de tantas formas
y de manera especial sacándolo de la opresión de Egipto y cómo lo introdujo en
la tierra prometida.
Con el pueblo de Dios cantemos también hoy:
“Aclamad al Señor tierra entera; tocad en
honor de su nombre… que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu
honor”.
San
Pablo
Durante cinco domingos hemos meditado la
carta a los Gálatas. Hoy Pablo se despide de los cristianos de Galacia
recalcando la enseñanza fundamental de su carta: la salvación no nos viene de
la circuncisión o de la Antigua Alianza. Jesús nos ha hecho criaturas nuevas.
Pablo entiende por estas criaturas nuevas a
quienes el día del bautismo el Espíritu Santo ha dado una vida nueva, haciéndolas
partícipes del misterio de la Trinidad Santa que habita en cada uno.
A todos los que han aceptado este don de
Dios, Pablo les augura “la paz y la
misericordia de Dios”.
El
versículo aleluyático nos recuerda unas palabras de San Pablo a los Colosenses,
que encierra una profunda enseñanza para que mantengamos la paz en nuestros
corazones, junto con la Palabra de Dios en las diversas situaciones de la vida:
“Que la paz de
Cristo, actué de árbitro en vuestro corazón: la Palabra de Cristo habite entre
vosotros en toda su riqueza”.
El
Evangelio de Lucas nos recuerda la misión que Jesús dio a sus setenta y dos discípulos,
enviándolos de dos en dos para preparar el pueblo a recibir el mensaje que
Jesús personalmente les predicaría después.
El mensaje que llevan los suyos es un
mensaje de paz: “cuando entréis en una
casa decid primero ‘paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará
sobre ellos vuestra paz, si no, volverá a vosotros”.
Este mensaje de paz debe llegar a todas las
casas como una bendición, siempre que las familias sean dóciles en acoger el
mensaje.
Completa el Evangelio de hoy una serie de
instrucciones para los misioneros que les invito a meditar como ideas sueltas:
* Ante todo rueguen al dueño de la mies: “La mies es abundante y los obreros pocos;
rogad pues al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.
* “¡Póngase
en camino!”. Es como la arenga
inicial que Jesús da a sus misioneros.
* “Os
mando como corderos en medio de lobos”. ¿A quién se le ocurre enviar a sus
amigos a evangelizar en medio de lobos? ¡Únicamente a quien sabe el poder con
que cuenta!
* “Quedaos
en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su
salario”.
* “Curad
a los enfermos que haya”.
* Este es el mensaje que deben repetir: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”.
A continuación Lucas nos cuenta cómo
volvieron de la misión llenos de alegría diciendo:
“Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu nombre”.
Jesús termina con estas palabras: “No estéis alegres porque se os someten los
espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo