Estamos
en un domingo de textos bíblicos hermosos. Nos invitan a meditar muchas cosas
sobre nuestra oración a Dios. De manera especial el Evangelio encierra tantas
ideas y tan bellas que sólo podremos insinuar algunas.
Abraham regatea a Dios
Quizá
pensó Abraham que con la rica comida que le había dado, se había ganado a Dios.
Lo
que sí es cierto que Dios se dijo a sí mismo:
“¿Puedo ocultarle a Abraham lo que voy a hacer? Abraham se
convertirá en un pueblo grande y numeroso…”
Dios
le descubre que va a Sodoma y Gomorra para destruir las dos ciudades pecadoras.
En
todo este párrafo es bueno que tengas en cuenta dos cosas:
Por
un lado se hace hablar a Dios con antropomorfismos (Dios habla como lo haría un
hombre) y se ve también cómo el corazón de Abraham va creciendo con la amistad
de Dios.
Dios
va, pues, a destruir las dos ciudades y Abraham recuerda que está allí su
querido sobrino Lot, y comienza a interceder.
Te
invito a leer ese diálogo tan simpático en el que el patriarca comienza dando
consejitos a Dios y termina humillándose todo lo que puede, hasta confiar
plenamente en el Señor que es más misericordioso que Abraham.
Dios
destruyó las ciudades por su maldad, pero salvó a Lot que era el único justo.
El salmo 137
Nos invita a agradecer al Señor que
escucha nuestras peticiones:
“Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad”.
“Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad”.
Dios
mismo, al escuchar nuestras súplicas, redobla nuestra confianza en Él y nos invita
a seguir orando.
Reconozcamos
que nosotros somos obra de Dios y pidamos que nos siga cuidando en medio de
tantos peligros que hay en el camino.
Pablo y el bautismo
Pablo
nos enseña cómo el bautismo nos libró del pecado:
“Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis
resucitado con Él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de
entre los muertos.”
Con
frecuencia no se da mucha importancia al bautismo, incluso a veces se toma como
un acto social para festejar en familia.
Pero
la verdad es que Dios, en esa sencilla ceremonia, nos hace hijos suyos.
La
Iglesia para facilitarlo normalmente, celebra el bautismo derramando el agua
sacramental sobre la cabeza del que se bautiza.
Antiguamente,
y a veces también ahora, era por inmersión:
Al
meter al bautizado en el agua se entendía que moría al pecado con Cristo y, al
salir de nuevo al aire, salía a la vida representando la resurrección con
Cristo.
De
todas formas, en ambos ritos, se da el mismo sacramento y al bautizado se le
quitan todos los pecados: nuestro “protocolo” de condenación fue clavado en la
cruz de Cristo y ya no queda más que misericordia:
¡Gracias,
Jesús! Moriste para matar nuestro pecado y resucitaste para darnos vida eterna.
Jesús nos enseña a rezar
Su
enseñanza es, primero, con el ejemplo y después con las palabras. Fíjate lo que
dice San Lucas:
“Una vez que Jesús estaba orando en cierto lugar, uno de los
discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar”.
Jesús
enseña el Padrenuestro que resume en realidad todo el Evangelio y además nos
enseña la actitud que debemos tener al comunicarnos con el Padre del cielo.
La
oración que narra Lucas es más corta que la de Mateo, pero encierra lo principal.
Después
el Señor pone una breve y simpática parábola de un amigo que llega a pedir pan
a medianoche:
“Préstame tres panes pues uno de mis amigos ha venido de
viaje y no tengo nada que ofrecerle”.
El
otro que ya está en la cama, le responde que ya no puede levantarse.
Jesús
advierte que “si no se levanta y se los
da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará
cuanto necesite”.
Como
ves, Jesús quiere enseñarnos a ser insistentes en nuestra oración.
Y
luego nos deja esa frase que sabemos de memoria porque nos conviene “sacarle a
Dios” lo que necesitamos:
“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá”.
Finalmente,
completa nuestro párrafo otra comparación concluyendo:
“Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar buenas cosas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo piden?”
Como
de paso, Jesús nos está enseñando qué es lo más importante que debemos pedir a
Dios: su Espíritu Santo.
Aprovecha
este domingo para pedir, con toda la confianza que puedas, que te dé una
profunda amistad con el Espíritu Santo y Él te llevará al Padre por medio de
Jesús.
José
Ignacio Alemany Grau, obispo