La liturgia nos habla hoy del gran
mandamiento del Señor.
Frecuentemente decimos: ¿qué querrá Dios de
mí? ¿Cómo podré descubrir lo que Dios quiere?
¡No te hagas!
Es
Él mismo quien te dice en el libro del Deuteronomio:
“El precepto que yo
te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable. No está en el cielo, no
vale decir ¿quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo
proclamará para que lo cumplamos?”
Más todavía; mira cómo el Señor te aclara:
“No está más allá del
mar, no vale decir: ¿quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá?”
Si piensas estas palabras entenderás cómo
queremos de hecho escapar de la voluntad de Dios.
Fíjate bien y ojalá que sea una importante
enseñanza para ti:
“El mandamiento está
muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca”.
Y por si acaso, que te quede claro en este
domingo, lo que el mismo Señor termina diciendo:
“¡Cúmplelo!”
El
salmo responsorial (18):
“Los mandatos del Señor
son rectos y alegran el corazón”.
Qué hermoso es pensar cómo quienes cumplen
los mandamientos del Señor, es decir los que cumplen su santa voluntad, viven
en la alegría que nunca termina.
En definitiva se trata del gozo del
Espíritu santo que nos enseña el Nuevo Testamento.
Porque: “La
voluntad del Señor es pura y eternamente estable. Los mandamientos del Señor
son verdaderos y eternamente justos”.
San
Pablo escribe a los cristianos de Colosas.
Es interesante pensar que Colosas es la
ciudad más pequeña entre las ciudades a las que escribió Pablo y lo hace
precisamente porque en ella vivía su gran amigo y evangelizador Epafras.
Todavía Pablo no había visitado esta
comunidad y quiso animarla para que conociera mejor a Dios por medio del
conocimiento de Jesucristo.
Te invito a meditar este hermoso himno en
el que el Apóstol incluye el lema que nosotros hemos adoptado para nuestra
Asociación:
“Jesucristo
es el primero en todo”.
Pablo recalca la Divinidad de Jesucristo,
entre otros con estos versículos, destacando que solo en Dios se cumplen estas palabras:
“Por medio de Él
fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres… Todo fue creado por Él y
para Él”.
Por
su parte el versículo aleluyático incluye dos versículos tomados de Jn
6,63c.68c:
“Tus palabras, Señor,
son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna”.
Las palabras de Jesús son la voluntad de
Dios o si preferimos, los mandamientos de que estamos hablando en este día.
Vayamos
ahora al Evangelio donde Jesús aclara cuál es el primero de sus mandamientos.
Fíjate en los detalles concretos del
maestro de la ley que busca a Jesús para preguntarle: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”
Cuando comienza, advierte San Lucas: “Le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba”.
Terminada la respuesta de Jesús, el mismo
maestro pregunta “queriendo
justificarse”.
La pregunta inicial del maestro es cuál es
el primer mandamiento. Jesús aprovecha para repetir una vez más el gran
mandamiento de la ley:
“Amarás al Señor, tu
Dios…”.
La segunda pregunta es: “¿quién es mi prójimo?”
A continuación viene la gran parábola del
samaritano.
Es bueno que la profundices de manera
especial en este año de la Misericordia y que es lo que el Papa nos repite
tantas veces.
Haz tú una obra de misericordia cada día en
este año y terminarás siendo un cristiano según el corazón de Jesús.
Te dejo unos detalles para que comprendas
mejor esta parábola.
*El levita y sacerdote no quieren
contaminarse porque la ley prohíbe tocar a un hombre muerto o sangrante.
*Hacer el bien está más allá de las leyes
humanas. Así nos enseñaba San Martín de Porres: “frente a la caridad no hay
ley”.
*El aceite y el vino lo utilizaban en aquel
tiempo como una pomada para las heridas.
*El aceite, además, se utilizaba para ungir
y consagrar reyes y profetas.
*En la Iglesia el aceite se utiliza en los
sacramentos para la curación (unción de los enfermos) o como signo de
consagración (bautismo, confirmación, orden sagrado).
¿Quieres cumplir este gran mandamiento del
Señor y que no quede en el aire como una cosa abstracta?
Aprende quién es tu prójimo y después recuerda
las palabras de Jesús:
“¡Haz tú lo mismo!”
José Ignacio Alemany Grau, obispo