TRATÁNDOSE
DE FIDELIDAD, SOLO TÚ
Hoy
nos recuerda la liturgia uno de los momentos difíciles de Jesús en el que Él se
juega todo por el amor que nos tiene al ofrecernos su cuerpo y su sangre.
Es
un domingo para meditar mucho.
Pero
que esta meditación no sea tanto hacia afuera sino hacia dentro porque muchas
veces actuamos como los policías de tráfico y todo lo que oímos lo aplicamos a
otras personas: esto para fulanita, esto para otro…
Meditemos
esta pregunta impresionante que Jesús nos hace hoy:
¿También
tú quieres irte?
Para
muchos, hoy como entonces, la doctrina de Jesús es dura.
Se
han hecho su propia doctrina y quieren además que todos los sigan.
Tienen
dinero; tienen poder; cuentan con los medios de comunicación…
Han
robado la libertad a todo el que no piensa y hace como ellos disponen.
Los
mandamientos no valen para ellos.
La
palabra de Dios que no les halague, es un peligro.
Por
todas partes se repite lo que sucedió después de la multiplicación de los
panes.
La
gente feliz al comer en abundancia. Hasta se pusieron de acuerdo para nombrar
rey a Jesús.
Luego
entraron en la sinagoga.
Jesús
lleno de emoción, les ofrece su regalo más hermoso e impresionante.
Como
Dios que es, ha discurrido meterse en nosotros e introducirnos en el misterio
divino.
Para
ello ofrece su cuerpo y su sangre de suerte que “el que me come vivirá por mí”.
Todo
es maravilloso.
Sin
embargo, de pronto, los descontentos de siempre comienzan a correr la voz:
“¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne?”
Y
luego, peor:
“Dura es esta doctrina,
¿quién puede hacerle caso?”
Desde
entonces muchos se fueron.
Jesús
se acerca a los suyos que debían estar un tanto avergonzados en un rincón de la
sinagoga y quiere sondear su actitud. Él necesita la aceptación libre. Está
ofreciendo lo mejor. Si por ventura no lo aceptan, ¿qué hará Jesús?
Pedro
en nombre de todos salva la situación:
Lo
que Jesús diga es ley: “Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos
que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
¿Cuál
es tu respuesta hoy?
Son
muchos los que se llaman católicos y no comulgan.
Son
muchos los que siguen a Jesús con tal de no comprometerse en nada.
Pero
es preciso recordar que quien no se compromete y acoge a Jesús, comiéndolo en
la Eucaristía no tiene vida eterna.
Recordemos
antes de continuar que Jesús nos pide que invoquemos al Padre “porque nadie puede venir a mí si el Padre
no se lo concede”.
Si
Jesús pide fidelidad, la primera lectura nos presenta a aquel hombre santo del
Antiguo Testamento que se llamó Josué.
Al
final de su vida reúne a todas las tribus de Israel en la gran asamblea de
Siquén y les pide un compromiso con Dios, retándolos para que sean fieles. Y
por su parte él los anima con su propio compromiso, diciéndoles:
-
“Yo y mi casa serviremos al Señor”.
Hoy,
por última vez, repetiremos en el salmo responsorial las palabras:
“Gustad y ved qué bueno es el
Señor”.
Porque
precisamente este es el quinto y último domingo en que meditamos el capítulo
seis de San Juan sobre la Eucaristía.
Finalmente,
también hablando de fidelidad, San Pablo invita a la fidelidad matrimonial.
Así,
hablando a los maridos, dice:
“Maridos, amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sí mismo por
ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para
colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante,
sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres como
cuerpos suyos que son”.
Después
de recordar las palabra bíblicas de compromiso: “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer y serán los dos una sola carne”, añade, fortaleciendo el vínculo
matrimonial:
“Es este un gran sacramento y
yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo