EL SACRIFICIO DE UN PADRE BUENO
Este
domingo recordamos más que el sacrificio de Isaac la gran prueba de la
fidelidad de Abraham a Dios.
Se
trata de un capítulo impresionante del Génesis (22).
Dios
lo llama por su nombre y su respuesta
simple sobrecoge: “Aquí me tienes”.
Posiblemente
se trata de una actitud que vivía este gran hombre de fe.
A
lo largo del relato, veremos cómo repite estas palabras a su propio hijo y al
ángel que le habla de parte de Dios, como si se tratara de una actitud clara pero
que él mismo no acaba de entender.
El
pedido del Señor es muy fuerte y parece el eco de la actitud del Padre Dios con
respecto a Jesucristo, camino del calvario:
“Toma a tu hijo único (“tanto
amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”), al
que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo ahí en sacrificio,
en uno de los montes que yo te indicaré”.
Dios
le pide el sacrificio de la esperanza de sus veinticinco años. Quiere probar la
capacidad de fidelidad y de amor de este anciano que va a ser el padre en la fe
de todas las generaciones.
Le
pide a Isaac… el “hijo de la risa” de
Sara.
El
monte Moria, según la tradición judía, es el lugar sobre el que se construyó el
templo de Jerusalén. Actualmente la roca del sacrificio inconcluso de Isaac,
está ubicada dentro de la mezquita de Omar.
Esta
es la tradición, aunque hay algunos que no la aceptan.
El
corazón triturado de Abraham, cada vez que el hijo le decía “llevamos el fuego y la leña pero ¿dónde
está la víctima?”, en medio de su dolor, no tenía más respuesta que ésta: “Dios proveerá, hijo mío”.
En
realidad Dios no quiere sacrificios humanos. Pedirá que le consagren el
primogénito porque le pertenece, pero impone la obligación de rescatarlo y no
sacrificarlo.
En
esto precisamente se distingue de otros pueblos Israel, donde Dios no aceptó
nunca sacrificios humanos.
A
la prueba más fuerte y definitiva de Abraham, corresponde también la promesa
definitiva de Dios:
“Juro por mí mismo – oráculo del Señor – por haber hecho esto, por
no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus
descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa… Todos
los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido”.
Ahora
está claro: Abraham puso a Dios por encima de todo y nada ni nadie, ni su
propio hijo fue capaz de apartarlo de Dios.
*Salmo
responsorial.
Un
día dijo Dios a Abraham, su confidente, algo que será esencial en la enseñanza
de Jesús:
“Yo soy el todopoderoso,
camina en mi presencia y sé perfecto”.
(“Sean perfectos como su
Padre celestial es perfecto”).
Hoy
el salmo nos invita a imitarlo: “caminaré
en presencia del Señor en el país de la vida”.
*San
Pablo.
Nos
advierte que si tenemos a Dios, estamos seguros. Todo lo demás importa poco:
“Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros?”
“Quien
a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta” (santa Teresa).
*El
versículo interleccional nos invita a contemplar a Jesús transfigurado, con las
palabras del Padre:
“Éste es mi Hijo, el amado,
escúchenlo”.
*
El Evangelio de Marcos nos presenta la transfiguración como una alegría
especial en medio de la cuaresma.
Como
este es un momento importante en la vida de Jesús, el 6 de agosto, todos los
años en un ambiente más festivo, volvemos a celebrar la transfiguración del
Señor.
Algunos
detalles del Evangelio de hoy:
Jesús
lleva sólo a los predilectos Pedro, Santiago y Juan.
En
la aparición están los dos más representativos del Antiguo Testamento: Moisés,
que representa la ley, y Elías que es el prototipo de todos los profetas.
El
tema de la conversación, como aclara san Lucas, es la “salida” de Jesús de este
mundo, es decir, su pascua con su muerte y resurrección.
Encontramos
en la escena a la Trinidad Santa:
-
El Padre que dice “éste es mi Hijo amado,
escuchadle”.
-
El Hijo transfigurado.
-
El Espíritu Santo en la nube que oculta la escena, según describen los otros
sinópticos.
En
este día la transfiguración viene oscurecida por las últimas palabras con que
Jesús cierra el relato, pidiendo: “no
cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre
los muertos”.
Marcos
advierte que estas últimas palabras se les quedaron muy grabadas y discutían
qué querría decir aquello de “resucitar
de entre los muertos”.
Buen
tema para nuestra reflexión de cuaresma, pensar que Jesús es el gran regalo del
Padre bueno que nos dio su Hijo para salvarnos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo