La primera lectura de hoy nos habla de la lepra.
El Levítico presenta las enfermedades de la piel, unas más graves que otras, hasta llegar incluso a describir la lepra tal como la conocemos hoy. Entonces la enfermedad era terrible; iba consumiendo los miembros poco a poco. Por ello se obligaba al enfermo a separarse de la comunidad y a caminar harapiento y despeinado, repitiendo estas duras palabras: ¡impuro, impuro!, por temor al contagio.
Eran los sacerdotes quienes distinguían la gravedad de las distintas manifestaciones de este mal.
En efecto, mientras una persona estaba enferma, correspondía al sacerdote declararla impura; lo mismo, cuando un enfermo se curaba, el sacerdote le permitía regresar a la vida social.
Los Santos Padres compararon la enfermedad de la lepra con el pecado y a partir de esa realidad, invitaban a la conversión.
Aprovechemos también nosotros para purificar nuestro corazón y acercarnos limpios a la Eucaristía.
* San Pablo en la carta a los Corintios nos da una regla muy importante para todo cristiano: “hacer todo para gloria de Dios”.
Esta es la mejor fórmula a la hora de actuar tanto los débiles como los fuertes.
Por otra parte nos pide que evitemos el escándalo, es decir, evitar que nuestras palabras y sobre todo que nuestra conducta haga caer en el pecado a otros, especialmente a los más débiles.
Qué pena que todos tengamos el peligro de escandalizar especialmente a los más débiles en la fe.
Hoy san Pablo se pone como ejemplo para todos nosotros.
Quiere que como él, en lugar de buscar nuestros intereses, procuremos contentar a todos y así llevarlos por el camino de la salvación.
De esta forma indirectamente nos enseña cuál es el papel de los santos en la Iglesia: acercarnos a Dios. Imitamos a los santos en lo que ellos hicieron para parecerse a Jesús durante su vida.
Estas son las palabras de san Pablo.
“Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”.
Como el apóstol hagamos un esfuerzo para parecernos a Jesús en nuestras palabras, sentimientos y acciones.
* El salmo responsorial nos invita a confiarnos a Dios. En Él encontramos nuestro refugio y fortaleza y sabemos que de Él podemos esperar el perdón de nuestras culpas:
“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse “confesaré al Señor mi culpa” y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Por eso el salmista nos invita a vivir alegres y gozando en el Señor, aclamándolo con corazón sincero.
* El Evangelio de hoy es muy simple y al mismo tiempo una gran lección que debemos tener en cuenta a la hora de rezar.
Se trata de un leproso que, como hemos visto, tiene que vivir marginado de la sociedad.
Contra las normas de su época se acerca a Jesús y le pide de rodillas con este precioso acto de fe:
“Si quieres puedes limpiarme”.
Oración bellísima de fe y confianza en el Señor.
El leproso reconoce el poder de Jesús y sabe que todo depende de su voluntad.
San Marcos nos dice que Jesús sintió lástima y también, en contra de las prescripciones de la ley, tocó al leproso, y luego le dijo: “Quiero, queda limpio”.
A una oración sincera y sencilla le corresponde una respuesta tan breve como eficaz.
Y el hombre “quedó limpio”.
El resto es algo que nunca podremos entender, es decir, por qué después de hacer un milagro tan grande y notorio, pedía Jesús que nadie se enterase.
Jesús le pide al leproso que cumpla la ley y se muestre al sacerdote para que éste, también según la ley, lo declare sano.
Ahora sería bueno que tú mismo te preguntaras:
¿Cómo es mi oración?
¿Preparo extensos discursos para hablar con Dios?
¿Como decía Jesús, pienso como los paganos que a base de palabrería conseguiré los milagros?
¿Tengo la oración sencilla del publicano: “Señor, ten compasión de mí que soy un pecador”?
¿O la de María: “Si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano?
¿O la de la Madre de Jesús: “No tienen vino”?
Recuerda que a la hora de rezar lo que necesitamos es mucha fe.
Antes de terminar quiero recordarte que el próximo miércoles comienza la cuaresma que es el día de la ceniza, del ayuno y abstinencia. Como nos dirá el Evangelio del día, Dios no quiere muchas palabras sino que Él, que ve en el secreto del corazón, descubra nuestra sinceridad, nos perdone y purifique.
José Ignacio Alemany Grau, obispo