En este domingo VIII del tiempo ordinario, y ya en vísperas de la cuaresma, la liturgia nos habla, sin usar esta expresión, de «las semillas del Verbo».
La gran verdad es
que la fe revelada en su totalidad está solamente en la Iglesia fundada por
Jesús, pero en su misericordia y bondad infinita Dios ha querido que haya parte
de esta verdad en algunas religiones. A estas verdades llamamos semillas del
Verbo que Dios ha esparcido entre todos los hombres para que les sea más fácil
llegar a la Iglesia de Jesús.
Como veremos, no
quiere decir que porque hay algunas de estas verdades de nuestra fe pueda
concluirse que todas las religiones son iguales.
En este sentido, son ejemplares la primera y última lectura de hoy.
- 1Reyes
Nos cuenta la
oración que hizo el rey Salomón al terminar la construcción del templo:
«Los extranjeros oirán hablar de tu nombre famoso. De tu mano poderosa, de tu brazo extendido. Cuando uno de ellos, no israelita, venga de un país extranjero atraído por tu nombre, para rezar en este templo, escúchalo tú desde el cielo…».
- Salmo 116
El estribillo nos
recuerda a todos que por el bautismo somos misioneros:
«Id al mundo entero
y proclamad el Evangelio».
El salmista pide
que la alabanza de todas las naciones glorifique al único Señor:
«Aclamad al Señor todas las naciones».
- San Pablo
Nos previene que
solo hay un Evangelio, es decir, la verdad proclamada por Jesucristo en su vida
mortal. Y advirtiendo el peligro de que alguno pueda seguir a personas que han pasado
a «otro evangelio», San Pablo, con toda fortaleza, advierte a los gálatas:
«No es que haya otro evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo. Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado (seamos nosotros mismos o un ángel del cielo) sea maldito».
- Verso aleluyático
Es el amor del Padre que desde la Santísima Trinidad nos envió la salvación por puro amor: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna».
- Evangelio
Nos relata San
Lucas que un buen día Jesús entró en Cafarnaúm y llegó a buscarlo un centurión
que tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho.
Los motivos del
centurión emocionaron a Jesús mucho más que las recomendaciones de los ancianos
judíos.
En efecto, el
centurión dijo a Jesús:
«Señor, no te
molestes pues no soy yo quién para que entres bajo mi techo. Por eso, tampoco
me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará
sano».
Al oír estas
palabras «Jesús se admiró de él y volviéndose a la gente que lo seguía dijo:
«os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Un centurión que no
era israelita ni tenía la fe del pueblo de Dios se convierte en modelo de fe
para todos nosotros y la liturgia ha querido recordárnoslo antes de recibir la
Eucaristía, cuando decimos: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme».
Que las pequeñas
verdades que podamos encontrar por el camino no nos alejen, más bien nos
acerquen a la verdad plena que es Cristo, que dijo de sí mismo:
«Yo soy la Verdad».
José Ignacio
Alemany Grau, obispo Redentorista