Reflexión homilética para la Solemnidad de
Santa María, Madre de Dios, ciclo A
Si Jesús es el Corazón del año litúrgico,
María es su Madre, la Madre del Corazón de Jesús.
¿Cómo lo consiguió?
María prefirió mantenerse virgen. Por eso
cuando el ángel le habló de un hijo, le contestó: “no conozco varón”. Y esto no
por no conocer varones, ya que había muchos en Nazaret como en todos los
pueblos. Tampoco porque no pensara casarse porque ya estaba desposada y pronto
se casaría con José.
Había algo más que ella quiso ofrecer a
Dios: quería tener un corazón intacto y consagrado únicamente para Él.
Precisamente por eso Dios la eligió y la
predestinó. Le ofreció la Maternidad divina, pero al mismo tiempo no le quitó
la virginidad.
María es Madre y Virgen.
María es Virgen antes, durante y después
del parto. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia. No porque sea malo ser madre
y tener hijos, sino porque Dios quiso privilegiar a María de una manera
especial. Esto lo puedes leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (496):
“La Iglesia ha confesado que Jesús fue
concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu
Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue
concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán), esto es, sin
elemento humano, por obra del Espíritu Santo”.
Añade el mismo Catecismo (499):
“La profundización de la fe en la
maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y
perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto,
el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir, consagró la integridad
virginal" de su Madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la
"Aeiparthenos", la "siempre-virgen".
El Catecismo de Ripalda, aclara bellamente
cómo habría sido el parto:
“Jesús salió del vientre de la Virgen como
el rayo del sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo” (85).
Es de fe, pues, que la virginidad de María
fue un regalo que Dios quiso hacerle.
Insistimos nuevamente en que María es
verdadera Madre de Jesús, porque le dio a Él lo que toda madre da a su hijo: el
cuerpo.
Creemos que en el momento de la concepción
de todo hombre, Dios pone el alma. En el caso de la concepción de Jesús, a ese
cuerpo y alma humana se unió la Segunda persona de la Santísima Trinidad. Y así
Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios.
Esta Maternidad divina de María es lo que
hoy celebramos en la liturgia.
1.
Por su
parte el Evangelio nos ha recordado la escena de los pastores visitando a María
y a José y contando todas las maravillas que habían visto y oído.
Lucas nos recuerda la actitud de María:
“María conservaba todas estas
cosas meditándolas en su corazón”.
Finalmente el Evangelio de hoy añade que a
los ocho días lo circuncidaron y le “pusieron
por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”.
Esta solemnidad que celebramos el primer
día del año corresponde a la octava de Navidad que la Iglesia, después de haber
contemplado en estos días el nacimiento de Jesús, ha querido dedicar a su Madre
Santísima.
2.
En
este día también quiero compartir con ustedes otros pensamientos:
Se nos acaba el año 2016 y será bueno que
agradezcamos a Dios día por día, por sus misericordias con nosotros, y especialmente
habernos conservado la vida.
También es bueno que con sencillez y
humildad recordemos los pecados cometidos, nos arrepintamos sinceramente y
emprendamos con optimismo el camino hacia el futuro.
Esto nos lleva a agradecer también a Dios
el comienzo del nuevo año. Por supuesto que es una manera humana el dividir el
tiempo en años, meses, días, horas, etc.
Pero es una forma de responsabilizarnos
mejor del tiempo que Dios nos regala. Y organizándonos podamos aprovecharlo
mejor.
Contemplando el año que Dios nos ofrece,
será bueno recordar las palabras de san Agustín:
“Canta y camina”.
Es decir, pon alegría, ilusiones, amor y
esperanza y compártelos con los tuyos, sobre todo en el año que empieza. Así tú
mismo te prepararás un feliz año nuevo que yo también te deseo.
3.
Por
otra parte la humanidad entera llegó a un acuerdo de celebrar, el 1 de enero,
como el día de la paz.
De hecho vivimos sin paz.
La mayor parte de la humanidad ha roto la
paz con Dios. También entre los hombres la hemos roto, incluso la hemos roto dentro
de nosotros mismos.
Pidamos al buen Dios que nos permita a
todos construir la paz porque es una de las bienaventuranzas de Jesús: “bienaventurados los que construyen la paz
porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Finalmente, en este tiempo de tantos
ataques a la familia, a la vida y a la persona, miremos a la Sagrada Familia de
Nazaret que en estos días la liturgia nos propone como el modelo que Dios
quiere para todos sus hijos.
En Jesús, María y José encontraremos el
verdadero ejemplo de hijos, madres y padres que todos añoramos.
Feliz Año 2017.
José
Ignacio Alemany Grau, obispo