Reflexión homilética para el III Domingo de
Adviento, ciclo A
Hoy es el domingo de la alegría y de la
esperanza.
Los que tienen dentro de la corona de
Adviento las velas moradas, hoy cambian la tercera velita por una de color
rosado que indica la alegría y la seguridad que nos trae a todos el Mesías
prometido por Dios que nos viene a redimir.
A nosotros ya nos redimió Jesús pero recordamos
con amor la felicidad de su presencia y aprovechamos su sangre redentora que
colmó nuestra esperanza.
Esta alegría es la que quiere traernos de
una manera especial el tercer domingo de Adviento, domingo de alegría y
cercanía con Jesús que vino, viene y vendrá.
El
Evangelio
Nos presenta a Juan el Bautista que no era
precisamente una “caña sacudida por el
viento”. Tampoco vestía lujosamente, pero era más que un profeta.
Jesús dijo de él que ningún nacido de mujer
era más grande que el Bautista.
A este gran predicador lo metieron en la
cárcel y un buen día envió a discípulos suyos para que preguntaran a Jesús:
“¿Eres tú el que ha
de venir o esperamos a otro?”
No sabemos si el Bautista dudaba de Jesús o
si lo que pretendía era confirmar a sus discípulos en la fe, porque ya sabemos
cómo varias veces Juan dio testimonio público sobre Jesucristo.
La respuesta de Jesús es indirecta porque lo
hace citando al profeta Isaías: “aquel
día oirán los sordos las palabras del Libro; sin tinieblas ni oscuridad verán
los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrase en el Señor y los
pobres se llenarán de júbilo”. Para concluir que se están cumpliendo en Él
las profecías sobre el Mesías.
La lección de este día de Adviento que
debemos aprovechar es por un lado la verdadera conversión del corazón y por
otro la fidelidad hasta la muerte.
Ese es el ejemplo del gran Juan Bautista
que selló su apostolado al servicio de Cristo con el martirio.
Santiago
Nos invita a tener paciencia, esa virtud
que nos suele faltar a todos, especialmente cuando hay un insulto, una cola larga,
un “vuelva mañana” o frente a la injusticia.
Paciencia es la ciencia de la paz en el
alboroto.
Imitemos al campesino que expone la semilla
a la sequía y a la lluvia o a las plagas: ¡cuánta paciencia! Y al final, una
granizada se lleva todo… o el trigo alegra los graneros.
También nos pide Santiago que imitemos a
los profetas que hablaban del lejano Mesías y tantas veces por ese motivo eran
perseguidos.
El Señor es quien nos juzgará. Mientras
tanto mantengamos serenidad y paz porque Dios no falla y el fruto de la
encarnación es para todos.
Aleluya
El Señor está sobre ti desde el bautismo y
te ha enviado… ¿a dónde?
Todos tenemos una misión y durante ella
tenemos que evangelizar.
Salmo
responsorial
Es una invitación a poner nuestra confianza
únicamente en el Señor y alabarlo toda nuestra vida.
Los seres humanos, aunque sean príncipes y
tengan poder, “no nos pueden salvar,
exhalan el espíritu y vuelven al polvo”… pero el Señor sí. Él es el
todopoderoso que “hace justicia… liberta…
da pan… devuelve la vista a los ciegos”. Él permanece siempre, “es Dios y reina eternamente”.
Trabaja por el bien y recuerda que la única
recompensa que vale la pena, te la dará Dios.
Primera
lectura
Es de Isaías y canta la alegría del regreso
de Babilonia:
Todo son bendiciones del Señor y felicidad
de los desterrados que vuelven a Jerusalén.
Este capítulo (15) que pretende recoger la
alegría de los que vuelven felices a su patria… y hasta la naturaleza se hace
eco de esa felicidad.
Hoy recoge la liturgia estos momentos para
invitarnos a una alegría profunda a nosotros, “los desterrados hijos de Eva” para que lleguemos a la patria del
cielo donde todo será gozo, himnos, salmos y felicidad.
Qué bella descripción hace de esto Isaías.
“Llegarán a Sión con
cantos de júbilo: alegría sin límites en sus rostros. Los dominan el gozo y la
alegría. Quedan atrás las penas y la aflicción”.
Por aquí quiere la liturgia que camine la
verdadera alegría de los hijos de Dios redimidos por el Mesías, Jesucristo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo