En este domingo XXII del tiempo ordinario, la liturgia nos presenta la fidelidad a la Palabra de Dios que se nos pide tanto en el Deuteronomio como en los demás libros y, sobre todo, en la Carta de Santiago y en el Evangelio.
- Deuteronomio
El pueblo de Israel puede enorgullecerse porque «no hay ninguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca» como lo está el Señor de su pueblo.
Más todavía. La
grandeza de esta nación se manifiesta en los mandatos y decretos tan justos
como la ley que le da su Dios.
Por este motivo el
Deuteronomio pide al pueblo de Dios que no añada ni suprima nada para cumplir
los preceptos del Señor con fidelidad, poniéndolos por obra, porque en ellos se
encuentra la sabiduría e inteligencia, que son la admiración de todos los
pueblos:
«Cierto que esta
gran nación es un pueblo sabio e inteligente».
Ojo amigos: porque
dejar de lado los preceptos del Señor nos hace perder la inteligencia y la sabiduría
que nos presenta como modelo ante los demás pueblos.
Israel, en ese sentido, era considerado como un modelo en la imitación de Dios.
- Salmo 14
Nos enseña las
características que debe tener todo el que desea hospedarse en la casa del
Señor:
«El que procede
honradamente y practica la justicia…
El que no hace mal
al prójimo ni difama al vecino…
El que no presta
dinero a usura…
El que no acepta soborno para hacer mal al inocente».
- Santiago
Nos habla de la
belleza de la Palabra de Dios. Espiguemos:
+ La Palabra de
Dios nos ha engendrado: somos hijos de la Palabra de Dios que es el Verbo de la
Santísima Trinidad.
+ La Palabra de
Dios nos salva.
+ No se trata de
escucharla solo. Hay que llevarla por la vida y practicarla.
+ La Palabra hay que concretarla en la vida, ayudando al huérfano y a la viuda y no dejándonos conducir por el mundanismo.
- Verso aleluyático
Resume el plan
maravilloso de Dios para la salvación de cada uno de nosotros:
«El Padre, por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró para que seamos como la primicia de sus criaturas».
- Evangelio
Los fariseos se
molestan con Jesús porque sus discípulos no se lavan las manos antes de comer,
como manda la tradición judía. Jesús primero hace una observación importante
citando a Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son
preceptos humanos».
Con estas palabras
Jesús reprocha a los fariseos que dejan de lado el mandato de Dios para
aferrarse a sus tradiciones puramente humanas.
Finalmente, Jesús
explica algo muy importante: lo que se come, sea lo que sea (y así declara
puros todos los alimentos) no daña al hombre.
Lo que sí daña son
las cosas que salen de dentro del corazón del hombre.
Jesús hace esta
gran lista de estas cosas:
«Los malos
propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas estas maldades salen de dentro y hacen impuro al hombre».
Esta es la gran
lección de la liturgia en este domingo. Seamos valientes para poner siempre los
mandamientos de Dios por encima de los caprichos humanos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo