Hablar de felicidad y, sobre todo, en la familia en estos tiempos, parece una utopía. Sin embargo, es una realidad cuando se escucha la voz del Señor y todos hacen su voluntad.
Para encontrar esta felicidad aprovechemos los dones de Dios vividos, de manera especial, entre nuestros familiares.
- Proverbios
Este libro nos
presenta hoy a la mujer fuerte y va describiendo sus distintos valores. La
considera como un tesoro escondido de gran valor, trabajadora, colaboradora con
su marido al que «trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida».
Por otra parte, «abre
sus manos al necesitado y extiende sus brazos al pobre».
Finalmente, nos ofrece advertencia que la mujer trabajadora conoce muy bien: «Engañosa es la gracia y fugaz la hermosura. La (mujer) que teme al Señor merece alabanza».
- Salmo 127
Nos presenta la
familia feliz. Es bueno meditarlo siempre en oración y en la vida práctica:
«Dichoso el que
teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás
dichoso y te irá bien.
Tu mujer como parra
fecunda en medio de tu casa. Tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu
mesa».
Esta es la bendición que deseamos siempre para nuestras familias.
- San Pablo
Aunque parecía el
domingo pasado, que el Apóstol creía que durante su vida iba a acontecer el fin
del mundo, hoy nos aclara, con la convicción del Evangelio que tantas veces
repitió Jesús:
«Sabéis
perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche».
Para los suyos, en
cambio advierte:
«No vivís en
tinieblas para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois
hijos de la luz e hijos del día».
Y la conclusión
para todos nosotros:
«Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados».
- Verso aleluyático
Recalca la unidad
entre nosotros y Jesús como los racimos permanecen en la vid para fructificar:
«Permaneced en mí y yo en vosotros. El que permanece en mí da fruto abundante».
- Evangelio
Continúa el capítulo
25 de San Mateo que terminará el próximo domingo con la llegada de Cristo Rey.
Hoy nos relata el
Evangelio de los talentos. Todos tenemos talentos, dones que el Señor nos
regaló para trabajarlos durante nuestra vida.
La parábola habla
de tres siervos que, cuando el señor marcha lejos, reciben distintas cantidades
de dinero para trabajarlo en su ausencia.
Es muy importante
tener en cuenta que «a cada uno le da según su capacidad».
Los dos primeros
siervos le dan al señor, a su regreso, el dinero duplicado. Y el señor los
alaba por igual con estas exactas palabras:
«Muy bien. Eres un
empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco te daré un cargo
importante; pasa al gozo de tu señor».
Cuando llega el que
ha recibido un talento, se lo devuelve tal como lo había recibido diciendo:
«Señor, sabía que
eras exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces. Tuve
miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo».
El señor le
respondió: «Eres un empleado negligente y holgazán… Debías haber puesto mi
dinero en el banco para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los
intereses».
Y lo mandó
castigar.
Te invito a que en
oración pienses (o busques) los talentos que te ha dado Dios y, lejos de
envanecerte, aprovecha para glorificar y agradecer a Dios y ponerlos al
servicio de los hermanos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo