Hoy
es el tercer domingo consecutivo en que la Iglesia nos recuerda la Epifanía:
El
primero fue la estrella de los Magos, el segundo en el Jordán y el tercero, hoy
en Caná de Galilea.
Pero,
precisamente en el ciclo A, tenemos el Evangelio del que trataremos después.
Es
el ciclo C el que nos recuerda las Bodas de Caná, primera manifestación pública
de los milagros de Jesús.
Esto
es lo que precisamente nos decía la antífona del Benedictus ayer:
“Así en Caná de Galilea Jesús
comenzó sus signos y manifestó su gloria”, convirtiendo el agua en vino, seiscientos litros de vino es
un gran milagro.
Esa
agua y ese vino nos recuerdan la presentación que Jesús hizo de sí mismo en la
imagen de la Divina Misericordia.
Para
la Iglesia, además, este milagro es un signo de la Eucaristía.
Agradezcamos
una vez más al Padre porque en el inicio del apostolado de su Predilecto quiso
manifestar al mundo que aquel que pasó “como
un hombre cualquiera”, era Dios.
- Isaías
Comienza
con unas palabras semejantes a las que el Padre dijo siglos más tarde en el
Jordán:
“Tú eres mi siervo de quien
estoy orgulloso”.
A
continuación pasa el profeta, en su segundo cántico del siervo del Señor, a
profetizar su misión:
“Te hago luz de las
naciones”... (Jesús dijo:“Yo soy la luz del mundo”)… para que mi salvación alcance hasta los
confines de la tierra”.
Sabemos
que Jesucristo trajo la salvación no solo a Israel sino a todos los pueblos de
la tierra.
- Salmo responsorial
El
salmo 39 nos hará repetir las palabras que en la carta a los Hebreos se nos
presentan como la misión de Jesús en este mundo:
“Aquí estoy para hacer tu
voluntad”.
Te
invito a rezarlo con profundidad, y que Dios te ayude a comprender que el ser
santo, la perfección, no consiste en grandes mortificaciones o sacrificios,
sino en hacer la voluntad de Dios.
Repite
simplemente: “¡Aquí estoy!”
Esto
fue lo que dijo Abraham, lo repitió Moisés, lo dirá María, y Jesús que también
lo dijo y te enseñó a decirlo en el padrenuestro.
- Pablo
San
Pablo empieza su carta a los Corintios con un saludo profundo y amplio, ya que
lo refiere no solo a los corintios sino también “a todos los que en cualquier lugar invoquen el nombre de nuestro Señor
Jesucristo”.
Por
tanto, también a nosotros nos llega su saludo de gracia y paz:
“Gracia y paz de parte de
Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.
Estas
palabras, sin duda, nos recuerdan el saludo inicial de la misa, que es el de
Pablo al final de su segunda carta a los corintios (13,14):
“La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con
todos vosotros”.
- Evangelio
Estando
en el inicio del tiempo ordinario, la Iglesia nos presenta a Jesús con el
testimonio bellísimo de Juan Bautista, el maravilloso predicador que preparó la
venida del Salvador del mundo.
Escuchemos
su testimonio:
“Yo no lo conocía pero, el
que me envío bautizar con agua, me dijo: aquel sobre el que veas bajar el
Espíritu y posarse sobre él, ese es aquel que ha de bautizar con el Espíritu
Santo”.
Juan
termina con estas hermosas palabras:
“Y yo lo he visto y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
Juan
creyó, cumplió y se retiró para dejarle paso.
Se
despidió entregándole lo mejor que tenía: sus propios discípulos y ofreciendo
su cuerpo al martirio.
¡Maravilloso
Juan!:
“No ha nacido entre los
hombres uno más grande que Juan Bautista”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo