EL MAYOR NACIDO DE MUJER
Muchas personas saben de san Juan Bautista
poco más o menos que el dicho: “Cuando san Juan baje el dedo”.
¡Qué poco! ¿No?
Ni siquiera saben que el dicho se refiere a
la imagen que lo representa, señalando con el dedo a Jesús, que aparece en
medio de la multitud y él comenta:
“Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”.
Y no bajará el dedo porque así lo dejó el
mármol o el yeso…
Pero Juan Bautista es el más grande de los
hombres, porque así lo definió Jesús:
“Entre los nacidos de
mujer no hay ninguno mayor que Juan Bautista”.
Se le llama “Precursor” porque fue delante
de Jesús preparando al pueblo para recibirlo, como dijo su padre Zacarías el día
que recobró el habla:
“Y tú niño irás
delante del Señor para preparar sus caminos”.
Nació seis meses antes de Jesús, como se lo
anunció el ángel Gabriel a María.
El día de su nacimiento es muy grande para
la Iglesia, porque sabe que al nacer venía ya santificado por el encuentro que
tuvo su madre Isabel el día que la visitó su prima María:
“En cuanto tu saludo
llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre”.
Precisamente porque es el único de quien
conocemos que nació en gracia, celebramos su fiesta como “solemnidad”, la única
dedicada a un nacimiento. Naturalmente excepto el de Jesús y de María.
Por ser solemnidad, a pesar de ser domingo,
celebramos hoy a san Juan Bautista.
- Prefacio
La Iglesia en el prefacio de esta fiesta
nos hace un resumen de la grandeza del Bautista.
Les invito a meditar por qué recordamos la
grandeza del Precursor, cuya imagen se encuentra en catedrales, templos grandes
y pequeños, y en tantas casitas, aunque sea en una pequeña estampa.
Dios ha sido glorificado en este gran
santo.
Ojalá nuestra vida también glorifique al
Señor:
“Al celebrar hoy la gloria de Juan el
Bautista, precursor de tu Hijo y el mayor de los nacidos de mujer, proclamamos
tu grandeza.
Porque él saltó de alegría en el vientre de
su madre, al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de
gozo para muchos.
Él fue escogido entre todos los profetas
para mostrar a las gentes el Cordero que quita el pecado del mundo.
Él bautizó en el Jordán al Autor del
bautismo, y el agua viva tiene, desde entonces, poder de salvación para los
hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de
Cristo”.
- Isaías
Se trata del segundo “cántico del siervo del Señor” que se refiere a Israel y la
liturgia lo aplica al Bautista, porque ve en el relato algunas coincidencias:
+ “El
Señor me llamó desde el vientre materno”.
+ “El
que me formó desde el vientre como siervo suyo”.
+ “Te
hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la
tierra”.
- Hechos
En los Hechos de los apóstoles San Pablo
alaba la humildad de Juan Bautista:
“Yo no soy quien
pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias”.
Él vino a bautizar a todos con un bautismo
que no era sacramento, sino un acto de humildad.
Los bautizaba con agua, solo como “un bautismo de conversión”.
Pero no quiso engañar a nadie ni que
pudieran confundirle con el Mesías. Por eso las palabras de humildad que hemos
recordado antes.
En su humildad reconocía no merecer ni ser
esclavo de Jesús, cuando afirmó:
“No soy digno de
desatar la correa de sus sandalias”, que era oficio de esclavos.
- Evangelio
Nos recuerda los comentarios del nacimiento
de Juan en su pequeño pueblo Aim Karin, a la hora de ponerle el nombre.
Aunque para nosotros ese momento perdió su
importancia familiar, en aquel tiempo sí la tenía.
De ahí la discusión de Isabel, y luego la
del padre Zacarías cuando, milagrosamente, recuperó el habla en aquel momento,
diciendo:
“Se va a llamar
Juan”.
La conclusión que sacó el pueblo fue una
realidad:
“¿Qué va a ser de
este niño?
Porque la mano del
Señor estaba con él”.
Pronto Juan se retiró al desierto para
hacer penitencia y en su momento comenzó a evangelizar a todos, cumpliendo su
peculiar misión: preparar el camino a Jesús.
Ten presente que tú también, desde el
bautismo, tienes la misma misión que Juan Bautista.
José Ignacio Alemany Grau, obispo