Reflexión homilética para el XXVII domingo
del Tiempo Ordinario, ciclo A
La viña es una de las plantas más simbólicas,
sobre todo para Israel, como podemos ver frecuentemente en la Biblia.
Jesús también nos hablará de ella en el capítulo
15 de San Juan.
Hoy vamos a gozar especialmente con Isaías,
el profeta cariñoso y cercano que a todos nos cae bien, sobre todo a la
liturgia.
Isaías
“Voy a cantar en
nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en
fértil collado”.
A continuación cuenta los esfuerzos que
hizo el dueño para que diera fruto “la
entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas, construyó en medio una atalaya y
cavó un lagar y esperó…”
La ilusión del propietario se truncó y en
vez de uvas dio agrazones.
El Señor pregunta: “¿qué más cabría hacer por mi viña que yo no he hecho?”.
Esta es la postura maravillosa de Dios
descrita bajo la parábola y la clave de todo está en este versículo: “la viña del Señor de los ejércitos es la
casa de Israel”.
Conocemos su historia. Cuántas veces el
pueblo de Dios lo negó…
Pero no te quedes ahí, medita que bajo esta
comparación estamos también todos los hombres y especialmente todos los
cristianos.
Recuerda lo que cantamos en la liturgia del
viernes santo:
“¡Pueblo mío!, ¿qué
te he hecho, en qué te he ofendido?
Yo te planté como
viña mía, escogida y hermosa… ¡qué amarga te has vuelto conmigo!”.
Tú estás en la Iglesia santísima y
bellísima en la que te plantó Dios el día del bautismo… ¿Das fruto?
Tú lo sabes.
Salmo
79
En el salmo repetiremos la misma imagen que
la Iglesia pide que tengamos muy presente, invitándonos a la verdadera
conversión.
Comenzaremos repitiendo: “La viña del Señor es la casa de Israel”
(nosotros leemos la Iglesia del Señor…).
Allí encontrarás el complemento de lo que
hemos leído en Isaías, hecho oración por el salmista.
Filipenses
San Pablo nos invita a la confianza.
Lógicamente si Dios nos ha creado y metido
en la Iglesia con tanto cariño, nuestra confianza tiene que estar totalmente
puesta en Dios.
Debemos recordarlo e invocarlo con
frecuencia:
“Nada os preocupe;
sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias,
vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.
Como respuesta a esta vida de fe y
confianza en nuestro Creador tenemos la paz:
“Y la paz de Dios que
sobrepasa todo juicio custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús”.
Evangelio
Debemos reflexionar a quiénes dirige Jesús
las parábolas.
En este caso y con relativa frecuencia
Jesús habla a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo.
La parábola también se refiere a la viña de
Isaías:
“Había un propietario
que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó
la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje”.
Se ve aquí claramente la relación entre la
parábola y el relato de Isaías.
El dueño fue enviando sus criados para
recibir el fruto correspondiente. Se negaron a dárselo, los golpearon, maltrataron
y hasta mataron.
Finalmente, el dueño envía a su hijo
pensando “tendrán respeto a mi hijo”.
La actitud de los labradores no fue así
sino que pensaron: “Este es el heredero:
venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.
Y agarrándolo lo empujaron fuera de la viña
y lo mataron.
Aquellas palabras debieron caer como bomba
en el orgulloso corazón de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Por eso
el evangelista terminará diciendo:
“Los sumos sacerdotes
y los fariseos al oír sus palabras, comprendieron que hablaba de ellos. Y,
aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente que lo tenía por profeta”
La parábola de hoy es clara. Israel termina
sacando de la ciudad a Jesús y lo victimó en el Calvario.
Era de verdad el Hijo de Dios y por eso el triunfo
no fue de sus asesinos sino que fue la glorificación del Padre:
¡La resurrección de Jesús!
José Ignacio Alemany Grau, obispo