Reflexión homilética para el XIV domingo
del Tiempo Ordinario, ciclo A
El orgullo de los sabios de este mundo no
tiene límites, pero a la larga nos damos cuenta que los que ellos rechazan
llamándolos ignorantes, necios, sencillos… son quienes tienen razón y sobre
todo conocen las cosas de Dios.
Lo veremos en el Evangelio de hoy.
Zacarías
el profeta
El párrafo de hoy es claramente mesiánico:
“Así dice el Señor:
alégrate hija de Sión”.
El profeta habla de la hija de Sión,
personificación de la ciudad de Jerusalén y la trata como a una gran reina.
Sabemos que la liturgia con frecuencia aplica
a María este título y especialmente en el párrafo citado, que es el eco de las
palabras del ángel Gabriel: “alégrate
María”.
El motivo de la alegría que profetiza Zacarías
es que “tu rey viene a ti justo y
triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna”.
Es la imagen que nos presentará Mateo (21)
cuando narra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Mateo, después de citar
a Zacarías, añade:
“Fueron los
discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el
pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó… y la gente… gritaba:
¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
En esta sencillez, montando un borrico,
Jesús cumple esta profecía que llena de júbilo a Jerusalén, a la Iglesia y a
cuantos creemos en el Señor.
Salmo
responsorial (144)
El salmo reúne una serie de alabanzas a
Dios y motivos para hacerlo.
Te invito a meditar cómo el Señor es “fiel a sus palabras y bondadoso en sus
acciones”.
Esta grandeza de Dios, su clemencia, su
misericordia, es una continua invitación para glorificar a nuestro Creador,
Dios uno y trino:
“Te ensalzaré Dios mío,
mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y
alabaré tu nombre”.
Por tu parte, añade otros motivos
personales para glorificar siempre y bendecir el nombre del Señor.
San
Pablo
En la carta a los Romanos, el apóstol nos
presenta la lucha entre la carne y el Espíritu; o sea, entre el pecado y la
gracia de Dios.
En medio de esa lucha “los que están en la carne”, es decir, los que escogen el pecado,
no pueden agradar a Dios porque no tienen el Espíritu de Cristo.
Pablo sabe que los que le leen tienen,
desde el bautismo, el Espíritu Santo. Este Espíritu Santo es el mismo que
resucitó a Jesús de entre los muertos. Por eso añade:
“Y si el Espíritu del
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó
de entre los muertos a Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales por
el mismo Espíritu que habita en vosotros”.
En estas palabras inspiradas por Dios, se
basa nuestra esperanza de resucitar, no solamente el alma, que Dios ha hecho
inmortal, sino también la resurrección del cuerpo.
El
Evangelio
El Evangelio de hoy adquiere un valor muy
especial.
Vemos que
muchos que tienen el poder en el mundo y algunos hombres de ciencia,
niegan a Dios y su obra maravillosa de la creación. Dicen que unos hombres
hipotéticos, que nunca existieron, crearon este mundo maravilloso, o que este
mundo se hizo a sí mismo.
Ellos no saben la verdad.
No pueden saberla porque la ciencia hincha
y el poder ciega.
Por eso Jesús en un momento de profunda
oración nos aclara el plan de Dios para confundir a los soberbios e iluminar a
los sencillos.
Se trata de una breve y bellísima oración
de Jesús hablando al Padre:
“En aquel tiempo tomó
la palabra Jesús y dijo”,
leemos en Mateo.
Lucas hace una introducción muy especial
para destacar la importancia de estas palabras que luego inspirarán a santa
Teresa del Niño Jesús “el caminito” de la infancia espiritual.
“En aquella hora se llenó de alegría en el
Espíritu Santo y dijo”.
Podemos pensar que se trata de una oración
muy importante que hace Jesús para enseñar a los suyos. Es también interesante
que estos dos sinópticos nos transmitan literalmente esta oración de Jesús al
Padre.
Meditemos:
“Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha
parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo
más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar”.
Es claro que la ciencia de Dios es regalo
para los que le buscan y aman con sencillez.
Finalmente, el párrafo de nuestro Evangelio
de hoy termina con una invitación de Jesús para que en las pruebas y trabajos
de la vida contemos con Él.
José Ignacio Alemany Grau, obispo