Reflexión homilética para el XV domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A
Muchas veces habla el Evangelio de la
semilla, comparándola al crecimiento interior y a la vida de la gracia. Veamos
las enseñanzas que nos da, de una manera especial, la primera lectura, el salmo
64 y el Evangelio de este domingo.
Primera
lectura
Nos cuenta Isaías cómo debemos convertirnos
para que nuestros caminos y nuestros planes coincidan con los de Dios:
“Mis planes no son
vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.
Incluso llega a concretar la distancia
entre los nuestros y los planes de Dios:
“Cuanto dista el
cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros y mis planes de
vuestros planes”.
Para que entendamos que Dios nos ayuda en
esta conversión, el profeta compara la Palabra de Dios con la lluvia. Una
bellísima comparación que todos entendemos pero evidentemente la comprenden más
los campesinos.
“Como baja la lluvia
y la nieve desde el cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra…
así será mi Palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”.
Como la lluvia para los campos son los
dones de Dios que espera el fruto de la semilla que Él puso en nuestro corazón
el día del bautismo.
Colaboremos con Dios para que su Palabra
sea eficaz.
Salmo
responsorial (64)
Es un himno bellísimo de acción de gracias
a Dios.
La primera parte, que no recitamos,
presenta a Dios que merece toda clase de alabanzas y un himno de bendiciones
porque, a pesar de que “nuestros delitos
nos abruman”, Él nos perdona siempre.
La liturgia recoge unos versículos a partir
del número 10:
El cuida de la tierra y la enriquece sin
medida, Él envía el agua y corona el año con sus bienes. Termina con estos
bellos versículos:
“Tus carriles rezuman
abundancia; rezuman los pastos del páramos y las colinas se orlan de alegría.
Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman
y cantan”.
Toda la creación se convierte, pues, en un
hermoso himno al Creador y nosotros nos unimos a ese himno repitiendo como en
una oración: “la semilla cayó en tierra
buena y dio fruto”.
San
Pablo a los Romanos
Continuamos la meditación del capítulo 8 que
habla del Espíritu Santo.
Las enseñanzas de hoy son bellas:
El Espíritu Santo nos hace ver que los
sufrimientos que padecemos en este mundo nos asemejan a Jesús. El sacrificio
siempre es fecundo y redentor, cuando lo soportamos con Cristo.
Medítalo tú que sufres tanto y ya no
soportas los dolores de tu enfermedad.
Pablo enseña también que la creación bella
y sencilla, por el hecho de existir, glorifica a Dios.
En la práctica, sin embargo, está sometida
por los pecados del hombre y espera su liberación con gemidos inefables.
Te invito a profundizar en este triple
gemido que nos presenta San Pablo. Búscalo en este capítulo de la Biblia:
*Los gemidos de la naturaleza, sometida a
la frustración por el pecado.
*Los gemidos del hombre aguardando la
adopción final y la redención de su cuerpo.
*Los gemidos del Espíritu que intercede por
nosotros con “gemidos inefables” para
enseñarnos a rezar como debemos, para agradar a Dios.
El
Evangelio del sembrador
Es una deliciosa escena del campo que nos
presenta lo que le suele suceder al sembrador cuando va esparciendo la semilla:
Algo cae entre piedras o zarzas o en el
camino y, lo más normal, en tierra buena.
¿Qué frutos trae esta siembra?
El sembrador que representa a Dios es
maravilloso.
La semilla que es la Palabra de Dios es
siempre buena.
¿Y la tierra que acoge la semilla?
Depende… en el fondo se trata de la actitud
del corazón que acoge la semilla. De eso depende el fruto.
En algunos totalmente rechazado o ignorado.
En otros, muy bien acogido, sobre todo en
el caso de la Virgen María.
¿Y en ti?
Esto es lo más importante: ¿Cómo acoges tú
la Palabra?
¿Sin interés, con desprecio, con amor?
¡Qué importante! Porque se trata de
santificarte y dar fruto que permanezca.
Jesús, después de contar al gran público la
parábola, la explica a los apóstoles porque ellos deberán transmitir sus
enseñanzas y extender el Reino, representado una vez más por esta parábola del
sembrador.
Amigo, aprovecha la Palabra de Dios. Léela,
medítala y hazla oración. Busca también, si lo necesitas a los que Jesús dejó
como maestros dentro de la Iglesia católica.
José Ignacio Alemany Grau, obispo