DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO , CICLO A
Los profetas suelen desahogarse ante el
Señor y piden ayuda en los momentos más duros.
El gran profeta Jeremías lo hace de una
manera especial. Lo meditamos hoy:
Jeremías
La Biblia nos presenta estos momentos
fuertes de la vida del profeta como “confesiones de Jeremías”. En ellas se
queja ante Dios y se desahoga, pero se mantiene fiel por encima de todo.
La “confesión” de hoy es muy llamativa. Tiene
una primera parte que no leemos este día, pero es la más bella y conocida:
“Me sedujiste, Señor,
y me dejé seducir”.
Después pasa a los sufrimientos que tiene
que soportar por parte de la gente, pero sobresale su confianza en el Señor que
expresa así:
“Pues te he
encomendado mi causa”.
Luego Jeremías nos invita, a pesar de sus
sufrimientos:
“Cantad al Señor,
alabad al Señor, que libera la vida del pobre de la mano de gente perversa”.
En los versículos siguientes sigue
desahogándose Jeremías.
Esta actitud de desahogo, e incluso con sus
mismas palabras, las podemos repetir posiblemente todos nosotros. Podemos decir
que esta oración pudo hacerla Jeremías. Pero también el pueblo; Jesús en su
vida y pasión. Y también nosotros en algunos momentos.
De una manera especial hagamos esta oración
en nombre de los hermanos tan perseguidos en nuestro tiempo y a pesar de todo
fieles a la fe.
Será bueno leer hoy el Catecismo Católico
(2584) para entender a los profetas y sus oraciones:
“En el cara a cara con Dios, los profetas
extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo
infiel, sino una escucha de la Palabra de Dios, es a veces un debatirse o una
queja, y siempre, una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios
salvador, Señor de la historia”.
Hoy nos hemos entretenido un poco con el
profeta Jeremías y sus desahogos.
Nos quedan las otras lecturas que nos ofrecen buenas enseñanzas
- San Pablo
Nos recuerda cómo por un solo hombre, Adán,
entró el pecado en el mundo, pero hubo un personaje mucho más maravilloso que
vino a redimirnos para conseguirnos el perdón de Dios.
Su muerte fue nuestro rescate.
Como Jesús es Dios, Pablo nos advierte:
“Si por el delito de
uno murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en
virtud de un hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos”.
(Te invito a completar esta importante
lección leyendo Rm 5,12-21).
- Salmo responsorial
El salmo (68) recoge las angustias que
sufrieron los profetas. Especialmente podemos aplicar este salmo a Jesús
durante la pasión:
“Soy un extraño para
mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el
celo de tu templo y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí”.
- Evangelio
San Mateo, en su famoso capítulo diez, el
capítulo misionero, habla de las persecuciones que soportarán los suyos.
Los perseguirán como persiguieron a los
profetas y al mismo Jesús.
Pero Jesús, en un párrafo hermoso, nos pide
que a pesar de todo “no les tengáis
miedo”... porque a la hora de la verdad “los
que matan el cuerpo no pueden matar el alma”.
El Padre Dios es el dueño de todo. Por eso
Jesús nos pide que confiemos en Él, cuya providencia cuida de los gorriones,
ninguno de los cuales cae al suelo “sin
que lo disponga vuestro Padre”.
Y este Padre Dios cuida a sus hijos con
mucho más cariño que a los pajaritos, hasta el punto que “tenéis los cabellos de la cabeza contados” por Él.
Al final Jesús vuelve a insistir:
“No tengáis miedo”.
Buena lección para tenerla en cuenta en
tantos ambientes difíciles de hoy.
Después de esto y de cuanto nos ha dicho
Pablo ¿quién no confiará plenamente en Jesús que ha hecho tanto por nosotros?
De todas formas ahí quedan las últimas
palabras del Evangelio de hoy:
“Si uno se pone de mi
parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del
cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre
del cielo”.
Gracias, Jesús, porque te entregaste por
mí.
José Ignacio Alemany Grau, obispo