20 de agosto de 2016

SI AMAS A TU HIJO, CORRIGELO

Reflexión homilética para el XXI domingo del Tiempo ordinario, ciclo C
Posiblemente a muchos les caerá mal un título como este.
Sobre todo ahora, cuando hay muchos Estados que se creen con todos los derechos para educar a la humanidad a su capricho.
Pero nosotros sabemos muy bien que según la Palabra de Dios y la experiencia de las personas sensatas, un hijo mal educado o nunca corregido no suele salir precisamente un santo.
  La lectura del gran profeta Isaías pertenece al último capítulo de su libro.
Viene a ser como la representación de un gran juicio universal, en el cual, después de castigar a los que rechazan a Dios, aparecerá su gran misericordia.
“El Señor reunirá a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria”.
El Señor entonces enviará “supervivientes a todas las naciones para dar a conocer a todos, la fama y la gloria de Dios”.
Toda la humanidad se pondrá en camino “hacia su monte santo de Jerusalén”.
Sabemos que la Jerusalén celestial es la que el Apocalipsis llama la “Esposa del Cordero”, lugar de la gloria de Dios.
  El salmo (116)
Es el más corto de los ciento cincuenta salmos, pero tiene un gran mensaje que invita a todos los pueblos a glorificar al Señor porque es fiel y su misericordia dura por siempre. Esto es lo que casi literalmente dice el pequeño salmo responsorial de hoy.
  La carta a los Hebreos nos habla directamente del tema central que hemos escogido para nuestra reflexión:
“Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.
En estos versículos hay mucho que meditar.
Sabemos que hay muchas personas que no aceptan que alguien les corrija.
Hay también quienes piensan que quien los reprende se mete en su propia vida y esto no lo pueden soportar.
El mismo texto bíblico nos explica por qué corrige el Señor, es decir, porque nos trata como a hijos. Pregunta el hagiógrafo:
“¿Qué padre no corrige a sus hijos?”
Solo no corrige aquel que no ama a su hijo porque no lo tiene por suyo.
Dichosos los que corrigen y los que son corregidos. Ten en cuenta que si cuesta que le corrijan a uno, frecuentemente cuesta más tener que corregir.
El otro día les contaba cómo un sacerdote, al salir de misionero a otro país, echaba de menos en su nueva vida el no tener quien le corrija. Las personas que quieren crecer comprenden muy bien que necesitan alguien que les ayude a corregirse y superarse. Por eso nos advierte la carta de hoy:
“Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por ella nos da como fruto una vida honrada y en paz”.
Más aún cuando uno siente en su vida el respaldo de alguien que tiene confianza en él y lo corrige, ello le da paz y seguridad.
No olvides nunca la importancia de la corrección, y si buscas en San Mateo (18,15-17), encontrarás la manera concreta de corregir a tu hermano.
  El Evangelio hace una pregunta que muchas veces surge en el corazón de cualquiera de nosotros. Dice San Lucas que un hombre de la multitud preguntó a Jesús:
“Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”
Esta pregunta u otra similar, ¿me salvaré yo?, ¿se salvará este mundo donde vivimos?, ¿quién podrá salvarse?, no tiene una respuesta directa por parte de Jesús.
Pero en realidad sí da la mejor solución:
“Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”.
Es como decir: aprovecha todos los medios que Dios pone en tus manos (mandamientos, Palabra de Dios, Eucaristía, etc) y entonces tendrás seguridad de tu salvación.
Y para que sea también respuesta para los demás, ayúdalos a vivir de esa manera y tendrás la respuesta a esas preguntas importantes.
Por otra parte si Jesús hubiera dado una respuesta concreta nos hubiera alimentado la curiosidad pero nada más.
Indirectamente Jesús nos da hoy otra respuesta; si no llegan a tiempo, el Señor cerrará la puerta y por mucho que la golpeen y digan:
“Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”.
El Señor terminará diciendo: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
El Evangelio de hoy termina con estas palabras: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” y los que se creían con todos los derechos para ser elegidos, quizá se queden fuera del Reino de Dios.
  La respuesta para todo esto nos la da el versículo aleluyático. Si seguimos a Jesús que caminó por la vía estrecha y cargando con la cruz, nos salvaremos:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
Recuerda, pues, que solo Jesús es la Puerta y también el Camino seguro para alcanzar la salvación.

José Ignacio Alemany Grau, obispo