23 de octubre de 2015

Reflexión homilética para el XXX domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B

EL CIEGO QUE NOS ENSEÑA A VER

*       Hoy el profeta Jeremías, en la primera lectura, nos habla de la “restauración” que es fruto del amor de Dios: Israel vuelve del destierro.
El Señor le hace ver que todo es efecto del amor de un Dios que es fiel.
Precisamente en unos versículos anteriores a la lectura de hoy, Jeremías nos recuerda estas palabras maravillosas de Dios: “con amor eterno te amé”.
Este amor es el motivo por el que Dios prolonga su misericordia sobre Israel, lo devolverá a su tierra y lo reconstruirá.
El párrafo de hoy celebra este regreso del que será llamado “el resto de Israel”.
Es el mismo Dios quien invita a decir:
“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”.
Con estas palabras “el resto de Israel” entendemos al grupo que regresó del país del norte, Babilonia. Otros muchos murieron allí o prefirieron quedarse en Babilonia después de tantos años.
Nuestro párrafo dice que “vienen entre ellos ciegos y cojos” indicando así el sufrimiento padecido en el destierro, y añade que también vienen “preñadas y paridas” indicando el futuro de prosperidad.
Y admiramos una vez más la bondad del Dios del Antiguo Testamento, que es el mismo de siempre y del cual San Juan dirá que “Dios es amor”:
“Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito”.
*       El salmo responsorial 125 es una invitación a la alegría recordando la vuelta a la patria: “el Señor cambió la suerte de Sión: el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
Por una parte nos describe la admiración de los gentiles que veían el cambio de los antiguos deportados quienes volvían felices a su patria para reconstruir su templo, gracias al decreto de Ciro (538 a.C.) Los gentiles decían:
“El Señor ha estado grande con ellos”.
También nos describe, en el último versículo, los sentimientos del pequeño resto:
“Al ir iba llorando llevando la semilla y al volver vuelve cantando trayendo sus gavillas”, posiblemente al hablar de las gavillas se refiere a las primicias de las cosechas que llevaban al templo.
*       La carta a los Hebreos nos recuerda el papel de los sacerdotes del Antiguo Testamento que: “tienen que ofrecer sacrificios por sus propios pecados como por los del pueblo”.
Este servicio sacerdotal de intercesión se recibe por un llamado especial de Dios.
De Cristo mismo nos dice el autor de la carta que “tampoco se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que (se la dio) aquel que le dijo: tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy… tú eres sacerdote eterno”.
*       San Marcos nos cuenta hoy el bellísimo ejemplo que nos da el ciego de Jericó.
Recordemos que Jesús iba subiendo a Jerusalén, donde iba a ser sacrificado.
Llegó a Jericó.
Jericó es la ciudad más antigua del mundo que ostenta unos 10,000 años de antigüedad y al mismo tiempo la ciudad más profunda del planeta ubicada a 240 metros bajo el nivel del mar.
Esta ciudad era la última etapa del viaje de Jesús con los discípulos hacia el calvario.
Al pasar por Jericó se encontró con un nuevo discípulo que lo seguirá por el camino. Es el hombre ciego, Bartimeo, que recuperará la vista y con ella recibirá la fe y caminará definitivamente con Jesús.
Recordemos la escena:
Sentado en el camino, se enteró de que Jesús iba en medio del gentío y comenzó a gritar:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”
“Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: ¡hijo de David, ten compasión de mí!”
Jesús se detiene y pide que lo llamen. Ahora sí, la gente cambia de opinión y le dice:
“¡Ánimo que te llama!”
Bartimeo tira el manto, da un salto y se acerca a Jesús.
El Señor le hace una pregunta:
“¿Qué quieres que haga por ti?”
Jesús lo sabía de sobra pero quería que le manifestara su necesidad (así hace también con nosotros).
“Maestro mío, que pueda ver”.
Jesús le dice: “anda, tu fe te ha curado”.
Y por cierto que este hombre tenía mucha fe.
Y a partir de ese momento siguió a Jesús por el camino, como decíamos al principio, como un discípulo más. Y acompañó a Jesús en la subida a Jerusalén y sería uno de los que gritaban más fuerte “¡Hossana al Hijo de David!”
También a nosotros Jesús nos invita a seguirlo. Ojalá sepamos, como Bartimeo, tirar lejos el manto y todo lo que nos impide caminar para seguir de verdad a Jesús.
Como hemos podido ver el mensaje de hoy está preñado de alegría por el regreso del pequeño resto a Jerusalén, por la alegría de saber que tenemos un Sumo sacerdote que se sacrificó por nosotros y por el poder de Jesús que llena de alegría a Bartimeo al devolverle la vista.
*       Nosotros también, llenos de alegría, recordemos el versículo aleluyático porque “nuestro Salvador Jesucristo, destruyó la muerte y sacó a la luz la vida por medio del Evangelio”.
Y como Bartimeo gritemos llenos de confianza: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!”

José Ignacio Alemany Grau, obispo