LA SABIDURÍA NOS HABLA EN JESUCRISTO
La lectura
del libro de la Sabiduría viene después de un versículo interesante que dice
así:
“La entrada y la salida de la
vida son iguales para todos”
(Sb 7,6).
Un
pensamiento para ser meditado.
Para
centrar la reflexión del día de hoy es bueno recordar el sueño de Salomón en
que el Señor le dice “pídeme lo que
deseas que te dé”.
Lo
que pide el gran rey está resumido en su pedido de prudencia y sabiduría que es
lo que hoy leemos.
“Supliqué y se me concedió la
prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría”.
A
continuación viene una hermosa alabanza a la Sabiduría que dentro de la
tradición cristiana podemos entender que está referida a la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad, el Verbo, la Sabiduría de Dios.
Desde
esta referencia entendemos mucho mejor el resto de la lectura.
“La preferí a cetros y
tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra
más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella
la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud, la belleza… Con ella
me vinieron todos los bienes juntos”.
Será
bueno que nos preguntemos a nosotros mismos qué es lo que pedimos cuando
hacemos nuestra oración a Dios.
Todo
es importante, pero adquirir la Sabiduría de Dios es lo más importante.
El
salmo (89) responsorial es una súplica para ser liberado de los males de la
vida.
Se
trata de pedidos al estilo de Salomón.
“Sácianos de tu misericordia
Señor. Danos alegría por los días en que nos afligiste, por los años en que
sufrimos desdichas. Que baje a nosotros la bondad del Señor. Haga prósperas las
obras de nuestras manos”.
La
carta a los Hebreos habla de las maravillas que encierra la Palabra de Dios
que, como hemos dicho antes, es la misma Sabiduría.
De
ella nos dice que “es viva y eficaz, más
tajante que espada de doble filo”, que habló por los profetas y últimamente
por Cristo.
Penetra
en nuestro corazón, nos juzga, nada se le oculta. Todo está patente y
descubierto a los ojos de aquel que nos ha de juzgar: “Los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas”.
Esto
de la palabra, como espada de doble filo, solemos entenderlo en el sentido de que,
quien la predica, siente que él mismo es el primero en ser juzgado por ella.
¿Qué
haces tú, amigo, con la Palabra de Dios? ¿La lees? ¿La meditas? ¿La vives? ¿La
transmites?
El
Evangelio de San Marcos nos dice:
“Cuando salía Jesús al camino
se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó…”
(Medita
cómo llega este hombre con tanta ilusión y cómo terminó el relato. Parece que
echó su juventud a los pies de Jesús y le dijo:)
“Maestro bueno, ¿qué haré
para heredar la vida eterna?”
Aunque
no nos parezca, es esta una de las preguntas más importantes que debemos
hacernos todos a nosotros mismos y a las personas que nos ayudan
espiritualmente.
“Jesús le dice: Ya sabes los
mandamientos” y se los
resume: “No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu
padre y a tu madre”.
El
joven con toda sencillez le contesta:
“Maestro, todo eso lo he
cumplido desde pequeño”.
Y
ahora viene una escena que es una belleza y un agridulce.
“Jesús se le quedó mirando
con cariño”.
Y
le explica que le falta hacer una cosa si quiere llegar a la perfección.
“Anda, vende lo que tienes,
dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y luego
sígueme”.
La
reacción del muchacho cambió totalmente la escena:
“Frunció el ceño y marchó
pesaroso porque era muy rico”.
¡Qué
duro debe ser sentir tan cerca a Jesús, ver la oferta de seguirle, ver los ojos
amorosos del Señor y… marcharse triste!
En
una segunda escena San Marcos nos presenta la actitud de los apóstoles que no
acaban esta exigencia de Jesús, ya que en el Antiguo Testamento las riquezas
eran una señal de la bendición de Dios.
Espantados
preguntan al Maestro: si un rico no puede salvarse “¿quién puede salvarse?”
Jesús
contesta: “esto es imposible para los
hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.
Pedro
aprovecha la oportunidad: “nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido”.
La
respuesta del Señor es muy generosa. Te invito a que la leas.
Amigos,
hagamos negocios con los bienes materiales para conseguir los eternos y
entonces sí seremos verdaderamente inteligentes.
***
Un minuto para enriquecer tu
formación:
*Respondiendo
a la inquietud del domingo pasado:
“Abandonará el varón a su padre y a su
madre…” indica un mandato que exige el matrimonio.
Decir
“abandona”, es justificar el hecho de que ya se está cumpliendo este mandato.
*Para
este día te invito a leer el primer libro de Reyes, capítulo 3, para que
conozcas el sueño de Salomón.
*Sí
será bueno que veas la diferencia de la respuesta de Jesús a Pedro comparando:
Mc 10, 30 con Mt 19,29.
José Ignacio Alemany Grau, obispo