LOS OJOS DE NUESTRO
CORAZÓN
La
liturgia de hoy nos presenta al profeta Amós.
Posiblemente sabemos muy poco
de él. Incluso alguno pensará que nunca ha oído hablar de él.
De hecho solo conocemos los
datos que nos cuenta él mismo en el libro que lleva su nombre.
Se trata de un pastor o
vaquero que además cultivaba sicomoros.
También sabemos que nació en
las colinas próximas a Belén.
Pues a este hombre, Dios lo
llamó a profetizar y tomó muy en serio su misión.
Se fue a anunciar el futuro de
Israel al propio rey. El sacerdote Amasías, que defendía las maldades del
monarca, quiso evitar que profetizase y le dijo:
“Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá. Come tu pan allí y
profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Betel (casa de Dios) porque es el
santuario real, el templo del país”.
Era como decirle, vete a Judá
tu tierra y no vengas a Israel.
Amós no se amilanó sino que,
armándose de valor, le respondió:
“No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos de
sicomoro. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ve y profetiza a mi
pueblo de Israel”.
Ejemplo maravilloso de
valentía al jugarse la vida ya que comunicó los terribles castigos que vendrían
sobre Israel, incluida la deportación.
En
la segunda lectura San Pablo nos presenta el himno de alabanza que
frecuentemente nos recuerda la liturgia. Es el comienzo de la carta a los
Efesios que glorifica al Padre “porque
nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y
celestiales”.
Es un precioso himno al
designio salvífico de Dios, que te invito a leer y meditar de manera especial
en este domingo.
Un punto singular del himno es:
que somos elegidos por Dios “para ser
santos e irreprochables ante Él por el amor”.
¿Has pensado alguna vez que
Dios te quiere santo de verdad?
Todo es regalo de Dios en
Jesucristo, de quien hemos “recibido la
redención y el perdón de los pecados… y nos ha dado a conocer el misterio de su
voluntad”.
El
versículo aleluyático nos cita otra hermosa frase de la carta a los Efesios que
no forma parte del párrafo de hoy:
“El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro
corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama”.
Quizá nunca pensaste que el
corazón tiene ojos. Sin embargo es cierto que todas las cosas que vemos
normalmente son acogidas o rechazadas por nuestro corazón y esto es
precisamente lo que nos pone a favor o en contra de los hechos o personas con
quienes convivimos.
En
el Evangelio de hoy San Marcos nos habla del envío misionero que hace Jesús y
que es contado largamente en el Evangelio de San Mateo:
“Jesús llama a los doce y los va enviando de dos en dos dándoles
autoridad sobre los espíritus inmundos”.
Marcos resalta el poder que
Jesús les otorga sobre esos espíritus inmundos, posiblemente porque era una de
las cosas que más llamaban la atención a un pueblo donde los endemoniados eran
frecuentes.
Luego les pide
desprendimiento:
“Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni
pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias pero no
una túnica de repuesto”.
El desprendimiento es
evidentemente uno de los signos del verdadero evangelizador porque debe
recordar que es discípulo de un Maestro tan pobre, que había abrazado la
pobreza hasta llegar a decir: “no tengo
dónde reclinar la cabeza”.
También les advierte que se
mantengan en la misma casa y que si los rechazan en un pueblo, se vayan
sacudiendo hasta el polvo de los pies, porque no quisieron aceptar el
Evangelio. Estas palabras de Jesús nos hacen recordar que el Evangelio no se
puede maltratar según su expresión: “no
hay que dar las perlas a los chanchos”.
Finalmente, San Marcos nos
hace el resumen de la misión de los discípulos enviados por Jesús:
“Predicar la conversión, expulsar demonios y curar enfermos ungiéndolos
con aceite”.
Fundamentalmente podemos
resaltar dos cosas: que la predicación era la misma que hacía Jesús invitando a
la gente a la conversión y a acoger el Evangelio y que debían vivir el mismo
desprendimiento del Maestro.
Todos a la hora de evangelizar
tengamos presente lo que predicaba Jesús según nos recuerda Marcos desde el
primer capítulo de su Evangelio:
“Conviértanse y crean en el Evangelio”.
José Ignacio Alemany
Grau, obispo