EL AMOR DE DIOS VA POR DELANTE
Hasta
que se descubren los criterios de Dios, andamos con los nuestros que nos
parecen siempre los mejores.
Pedro, como buen judío, piensa que la
salvación que ha traído Jesús sigue el mismo camino de la revelación en el
Antiguo Testamento: todo y solo para Israel.
Pero,
un buen día, Dios le presenta en una visión un mantel bien provisto de toda
clase de animales para que los coma.
Pedro
se niega: “de ningún modo, Señor; nunca
comí cosa profana e impura”.
Tres
veces Dios le hace ver la misma visión. A Pedro se le caen sus principios
cuando oye:
“Lo que Dios ha purificado,
tú no lo consideres profano”.
En
ese momento llegan unos enviados de Cornelio, que es un centurión romano y no
pertenece, por tanto, a la religión judía.
Le
piden que vaya a su casa. Pedro no entiende, pero el Espíritu Santo le dice:
“Ponte en camino con ellos
sin dudar, pues yo los he enviado”.
Pedro
va. Y queda con la boca abierta cuando ve que el Espíritu Santo cayó sobre todos
los que había en la casa de Cornelio escuchando sus palabras.
No
acababa de entender pero él mismo dijo:
“¿Se puede negar el agua del
bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?”
Es
interesante que no es Pedro el que los bautiza sino que manda a sus
acompañantes que bauticen a la familia y amistades de Cornelio en el nombre de
Jesucristo.
El salmo responsorial canta la grandeza del
Señor que se revela, no solamente al pueblo judío, sino que da la salvación a
todas las naciones:
“El Señor revela a las
naciones su salvación”.
Y
a continuación nos invita a todos, y así lo haremos en la Santa Misa, a “cantar al Señor un cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas… El Señor da a conocer su victoria… los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor tierra entera;
gritad, vitoread, tocad”.
Podríamos
irnos a la casa del Cornelio para cantar este himno de alabanza. Lo
entenderíamos mejor en este domingo.
En la segunda lectura San Juan sigue
hablándonos del amor:
“Amémonos unos a otros ya que
el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.
Tenemos
que tener presente que lo importante “no
es que nosotros hayamos amado a Dios sino
que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por
nuestros pecados”.
Esto
es muy importante porque a veces nos creemos algo así como que Dios debe estar
contento porque lo amamos. En realidad el amor de Dios siempre va por delante y
el nuestro es solo una respuesta a su entrega.
El versículo aleluyático nos recuerda que
nuestro amor a Dios lo manifestamos cuando “guardamos
la Palabra de Dios”. Guardando la Palabra estamos guardando al Verbo de
Dios y así ¡el Padre ama al Verbo dentro de nosotros!
Esta
presencia de la Palabra y del Padre nos hace verdadero templo de Dios:
“Mi Padre lo amará y
vendremos a Él”.
El Evangelio es continuación del capítulo
quince de San Juan y sigue insistiendo en el verbo permanecer que resaltamos el
domingo pasado, repitiendo tres veces el mismo verbo:
“Permanecer en mi amor... si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor; lo mismo que
yo he guardado los mandamiento de mi Padre y permanezco en su amor”.
Ahora
te invito a que medites con profundidad algunos pensamientos.
-
“Como el Padre me amó yo os he amado”.
Aunque no pertenece la frase a este párrafo, es la clave para entenderlo mejor:
Jesús nos ama con la misma ternura que el Padre lo ama a Él.
-
Para permanecer en Cristo y con Él, tenemos que guardar los mandamientos de
Jesús como Él los del Padre: piensa que Jesús te quiere semejante a Él también
en esto.
-
El mandamiento nuevo, el mandamiento de Jesús es el amor, pero como el de Él.
Una vez más nos damos cuenta cómo quiere que nos parezcamos a Él, para que el
Padre Dios nos ame como ama a Jesús: “que
os améis unos a otros como yo os he amado”.
-
Por otra parte, en el Evangelio vemos cómo Jesús nos da las dos grandes pruebas
de su amistad: Dar la vida física: “nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” y en segundo
lugar “os llamo amigos porque todo lo que
he oído de mi Padre os lo he dado a conocer”. No olvidemos que “la vida eterna consiste en conocer al Padre
y a su enviado Jesucristo”.
Sigue
meditando por tu cuenta, este hermosísimo capítulo quince de San Juan.
Terminamos
con las últimas palabras de hoy: “esto os
mando: que os améis unos a otros”.
Un
saludo especial para las mamás que son las que mejor nos recuerdan la ternura
de Dios para con nosotros.
José Ignacio Alemany Grau, obispo