LA ASCENSIÓN
¿Querido
amigo, sabías que tú tienes un nombre en la Biblia?
¿Sabías
también que te habían escrito dos libros?
Pues
es cierto y fue San Lucas el que te escribió.
Quizá no te has fijado, pero hoy, cuando
leas los Hechos de los apóstoles, fíjate bien porque dice:
“En mi primer libro, querido
Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en
que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el
Espíritu Santo, y ascendió al cielo”.
No
es ninguna broma porque el nombre Teófilo significa “amigo de Dios” y nos dicen
que el destinatario pudo ser un hombre importante que se llamaba así, o que
Lucas escribía con este nombre a todos sus futuros lectores.
Por
si no lo has hecho, te aconsejo que leas con cariño y gratitud ambos libros, el
tercer Evangelio y los Hechos de los apóstoles.
En
el párrafo de hoy se describe la despedida de Jesús y la subida al cielo.
Una
vez que comían juntos, les da Jesús unos consejos, pidiéndoles que esperen en
Jerusalén la venida del Espíritu Santo.
No
hay duda de que todo lo humano tiene sus amarguras y precisamente, cuando Jesús
está para subir al cielo le hacen la pregunta otras veces repetida:
“¿Señor, es ahora cuando vas
a restaurar el reino de Israel?”
Jesús,
disimulando el posible sufrimiento por la incomprensión que encierra la
pregunta, aprovecha para aclararles de otra cosa. Solamente el Padre conoce los
tiempos y fechas:
-
Se
pregunta al médico cuánto tiempo va a vivir el enfermo.
-
Se
habla del terremoto y con inquietud se pregunta cuándo llegará.
-
Muchos
especulan sobre el fin del mundo.
Jesús
ya nos dio la respuesta a todas esas preguntas: solo el Padre lo sabe.
Después
Jesús empieza a elevarse y una nube lo oculta.
Los
apóstoles miran envidiosos la nube que les oculta a Jesús, esperando que,
pasada la nube puedan verlo de nuevo.
Pero
unos hombres vestidos de blanco les advierten que lo verán volver al final de
los tiempos, de una manera similar.
Ahí
quedó el pedido de Jesús, advirtiéndoles que recibirán el Espíritu Santo “para
ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines
del mundo”.
Estos
confines del mundo, según Isaías (49,6) se refieren a los gentiles. Pronto
harán los apóstoles esta predicación.
Jesús
sube al cielo y María queda con los apóstoles.
El salmo responsorial (46) parece que
estuviera escrito desde hace siglos para la fiesta de la Ascensión:
“Dios asciende entre
aclamaciones, el Señor al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas. Aclamad con gritos de júbilo… tocad para
Dios, tocad; tocad para nuestro Rey porque el Señor es el Rey del mundo”.
Pablo en su carta advierte que escribe en
uno de los momentos que dan más autoridad a una persona. Está en la cárcel por
Cristo.
Nos
exhorta para que andemos “como pide la
vocación a la que hemos sido convocados”.
Y
nos ofrece una serie de consejos:
“Sed siempre humildes y
amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en
mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”.
El
motivo por el cual Pablo insiste en la unidad es fundamentalmente este:
“Un solo Señor, una fe, un
bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y
lo invade todo”.
Por
eso la Iglesia insiste en que busquemos la unidad entre todos.
No
debemos olvidar que todas las diferencias (carismas, diversidad de dones, etc) proceden de Cristo y del Espíritu Santo que Él
nos regaló.
El Evangelio que corresponde a este día es
el de San Marcos que nos relata los últimos momentos de Jesús en este mundo.
Les
dice que “vayan al mundo entero y
proclamen el Evangelio a toda la creación”.
Marcos
no se refiere solo a los hombres, como lo hace Mateo, sino que se refiere a
toda la creación. Por eso, en la historia de los santos, hemos visto cómo
algunos de ellos hablaban a los pájaros, los peces, los árboles del bosque…
Algo
que llama la atención es que, cuando Marcos nos dice que los apóstoles se
fueron a predicar por todo el mundo, “el
Señor cooperaba con ellos, confirmando la Palabra con las señales que los
acompañaban”. Y estas señales eran las prometidas por Jesús:
“Echarán demonios en mi
nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos” y los enfermos quedarán sanos.
La
historia de la Iglesia también nos presenta a muchos santos que han hecho todos
estos signos y aún mayores.
En
fin de cuentas, Jesús lo había prometido también en la última cena:
“Harán las obras que yo he
hecho y aún mayores”.
Terminemos
con las bellas palabras de Pablo que leímos el día de Pascua:
“Si han resucitado con Cristo,
busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo