CAMINEN SEGÚN EL ESPÍRITU: PENTECOSTÉS
Celebramos
hoy la gran Fiesta de Pentecostés, es decir, del día en que el Padre y el Hijo
enviaron el Espíritu Santo prometido a la Iglesia.
La carta que hoy nos dirige el apóstol San Pablo
comienza así:
“Andad según el Espíritu y no
realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el Espíritu y el
Espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo
que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de
la ley”.
Los
frutos del Espíritu, es decir lo que produce el Espíritu Santo en el corazón
que colabora con Él, son: “amor, alegría,
paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí”.
La
finalidad con que uno planta los árboles es poder gozar de su fruto, que es lo
más importante.
Lo
que quiere decir Pablo con esta comparación, por consiguiente, es que lo más
exquisito que produce el Espíritu de Dios en nosotros y por lo que sabemos que
Él actúa en nosotros, son sus “frutos”.
Pablo
termina el párrafo de hoy con la misma idea con la que empezó:
“Si vivimos por el Espíritu
marcharemos tras el Espíritu”.
Qué
buen gusto ha tenido Dios porque no solo tiene amor… “es amor”.
“Dios es amor” y a ese amor infinito que se tienen por
igual las tres Divinas Personas, lo llamamos Espíritu Santo.
¿Quieres
amor verdadero? Pídeselo al Espíritu
Santo.
La primera lectura describe lo que
aconteció el día de Pentecostés.
En
el relato debemos descubrir dos cosas:
Una
externa, que no tiene tanta importancia, pero que la hace el Espíritu para
llamar la atención a fin de que se congregue la multitud y así puedan conocer,
todos, su presencia: ruido, viento, lenguas de fuego, don de lenguas.
La
otra, interior y profunda, es la importante: “se llenaron todos del Espíritu Santo”.
¡Qué
simple y sencillo!
Pero
esta presencia constituía la realización de las promesas sobre el Mesías.
Ojo
amigos, hay muchas personas que se fijan, desean y hasta piden esas cosas
externas y lógicamente su vida sigue siendo vacía y superficial.
Pidamos
el Espíritu Santo, con la Iglesia, en la preciosa “secuencia” de hoy, que
comienza así:
“Ven
Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre… Ven,
dulce huésped del alma… entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y
enriquécenos… Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo… reparte tus
siete dones…”
Rezamos el salmo 103. Mientras tanto
meditamos esta pequeña oración que tantas veces hemos repetido en los grupos de
la Iglesia católica:
“Envía tu Espíritu, Señor, y
repuebla la faz de la tierra”.
Por
todo esto bendecimos al Señor y lo glorificamos.
Jesús promete el Espíritu Santo y con Él la
seguridad de que Jesús es el enviado de Dios:
“Cuando venga el Defensor,
que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre,
Él dará testimonio de mí”.
Con
la fuerza del Espíritu Santo también nosotros daremos testimonio de Jesús
porque desde el principio estamos con Él.
Me
imagino que con esto podemos pensar que Jesús espera que demos testimonio de Él
“porque desde el principio estáis
conmigo”. Esto podemos entenderlo porque la mayor parte fuimos bautizados
de pequeñitos.
Hemos
de pensar también que Jesús, en aquel momento, quería decir muchas cosas a los
discípulos porque ellos habían de ser los que continuarían a través de los
siglos todo su plan de salvación.
Pero
como buen pedagogo sabía que no eran capaces de aprender y guardar tantas
maravillas en su corazón.
Por
eso les advierte: “Cuando venga Él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”.
La
ventaja de todo esto es que lo que enseña el Espíritu es lo mismo que lo que
enseña Jesús y lo mismo que el Padre Dios quiere confiarnos.
Esa
es la comunión plena de la Trinidad. Por eso puede decir Jesús: “hablará lo que oye y os comunicará lo que
está por venir… Recibirá de mí lo que os irá comunicando”.
Cada
una de estas frases debemos meditarla si queremos entender un poco las
maravillas del misterio trinitario.
Para
explicarlo mejor Jesús añade:
“Todo lo que tiene el Padre
es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.
Gritemos
desde lo más profundo de nuestro ser en estos días:
¡Ven, Espíritu Santo, amigo y Dios
verdadero con el Padre y el Hijo!
Gracias porque eres el Huésped oculto de mi
corazón.
Allí donde nada ni nadie puede entrar,
estás tú amándome y aconsejándome
para
que haga lo que me puede hacer feliz
a mí mismo y a los míos.
Entra en el hondón del alma y quema la
miseria que cargo.
Haz que el amor más puro incendie mis
mejores sueños para hacerlos realidad.
Divina Luz, riega, lava, sana, guíame por
Cristo al Padre.
José Ignacio Alemany Grau, obispo