JESÚS,
¡ÁBRENOS EL ENTENDIMIENTO!
Cuando llegó el Espíritu Santo, sin duda
que fue Pedro el primero en tomar posesión de su “cargo”.
Es interesante
ver cómo un pescador se pone frente a multitudes tan grandes para hablar.
Además, Pedro
hablaba con valentía:
“El Dios de vuestros padres ha glorificado
a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato
cuando había decidido soltarlo”.
Después de
decir cómo fue el poder de Dios el que resucitó a Jesús de entre los muertos,
hay una frase que nos hace pensar mucho a todos:
“Sé que lo hicisteis por ignorancia y
vuestras autoridades lo mismo”.
Llama la
atención que esta sea la misma frase que Jesús empleó para excusar y perdonar a
los que lo estaban crucificando:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”.
Jesús, mejor
que nadie, sabía si eran o no conscientes del crimen que estaban cometiendo;
pero de todas formas es claro que nunca pudieron llegar a descubrir la
divinidad en Cristo.
La conclusión
que saca Pedro es bien práctica:
“arrepentíos y convertíos para que se
borren vuestros pecados”.
El salmo (4) nos invitará a repetir esta
frase:
“Haz brillar sobre nosotros la luz de tu
rostro, Señor”.
El rostro de
Dios es luz que nos da la paz.
“En paz me acuesto
y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.
La carta de San Juan nos enseña que la
única manera de demostrar a Dios nuestra gratitud y nuestro amor es cumplir los
mandamientos.
En efecto, “quien dice yo lo conozco y no guarda sus
mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él”.
Y la conclusión
que saca el discípulo amado para vivir en paz es ésta:
“Quien guarda su palabra ciertamente el
amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en
Él”.
El verso aleluyático nos invita a hacer
esta bellísima petición que nos hará mucho bien:
“Señor Jesús, explícanos las Escrituras;
haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas”.
No olvidemos
que es Dios quien nos habla cuando leemos las Escrituras.
El Evangelio tiene diferentes puntos que es
bueno meditar:
- Empieza la
lectura de hoy con el final del relato de los discípulos de Emaús. Llegaron a
Jerusalén y explicaron a todos cómo habían “reconocido
a Jesús al partir el pan”.
Es una manera
hermosa de reconocer al discípulo de Jesús: cuando parte el pan.
- Entra Jesús
sin abrir las puertas. Es un regalo de Dios para el cuerpo glorificado. Jesús
resucitado, en efecto, tiene unas dotes maravillosas que no posee el cuerpo
mortal.
- Les muestra las
llagas glorificadas en su cuerpo:
“Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona”. Es muy hermoso
el pensar que Jesús glorificado mantiene sus llagas como signo del amor que le
llevó a entregar su vida por nosotros.
- Aunque vieron
a Jesús “no acababan de creer por la
alegría y seguían atónitos”.
Es evidente que
la mente de ninguno de ellos podía comprender la resurrección de Jesús a quien
habían visto bien muerto.
- “¿Tienen algo de comer?”
Se trata de una
petición sublime y muy humana al mismo tiempo. Para tranquilizarlos comió
delante de ellos.
Después de esto
Jesús quiere explicar, como ya les había adelantado proféticamente, sus
sufrimientos y su muerte:
“Esto es lo que os decía mientras estaba
con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y los profetas y salmos
acerca de mí, tenía que cumplirse”.
- Y ahora viene
otro de los grandes regalos que Jesús resucitado hace a los suyos:
“Les abrió el entendimiento para comprender
las Escrituras”.
Y lo primero
que quiso Jesús que entendieran después de iluminar su entendimiento, fue la
última parte del Evangelio de hoy, que es fundamental para comprender el
misterio de Cristo, el hombre Dios: La resurrección:
“El Mesías padecerá, resucitará de entre
los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el
perdón de los pecados en todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.
El párrafo del
Evangelio de Lucas de hoy termina con esta petición y mandato al mismo tiempo:
“Vosotros sois testigos de esto”.
Lo cumplieron
los apóstoles porque todos ellos derramaron su sangre en el martirio, que es el
testimonio más fuerte que puede dar un seguidor de Cristo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo