16 de abril de 2015

III Domingo de Pascua, ciclo B

JESÚS, ¡ÁBRENOS EL ENTENDIMIENTO!
 *    Cuando llegó el Espíritu Santo, sin duda que fue Pedro el primero en tomar posesión de su “cargo”.
Es interesante ver cómo un pescador se pone frente a multitudes tan grandes para hablar.
Además, Pedro hablaba con valentía:
“El Dios de vuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato cuando había decidido soltarlo”.
Después de decir cómo fue el poder de Dios el que resucitó a Jesús de entre los muertos, hay una frase que nos hace pensar mucho a todos:
“Sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo”.
Llama la atención que esta sea la misma frase que Jesús empleó para excusar y perdonar a los que lo estaban crucificando:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Jesús, mejor que nadie, sabía si eran o no conscientes del crimen que estaban cometiendo; pero de todas formas es claro que nunca pudieron llegar a descubrir la divinidad en Cristo.
La conclusión que saca Pedro es bien práctica:
“arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados”.
*    El salmo (4) nos invitará a repetir esta frase:
“Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”.
El rostro de Dios es luz que nos da la paz.
“En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.
*    La carta de San Juan nos enseña que la única manera de demostrar a Dios nuestra gratitud y nuestro amor es cumplir los mandamientos.
En efecto, “quien dice yo lo conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él”.
Y la conclusión que saca el discípulo amado para vivir en paz es ésta:
“Quien guarda su palabra ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él”.
*    El verso aleluyático nos invita a hacer esta bellísima petición que nos hará mucho bien:
“Señor Jesús, explícanos las Escrituras; haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas”.
No olvidemos que es Dios quien nos habla cuando leemos las Escrituras.
*    El Evangelio tiene diferentes puntos que es bueno meditar:
- Empieza la lectura de hoy con el final del relato de los discípulos de Emaús. Llegaron a Jerusalén y explicaron a todos cómo habían “reconocido a Jesús al partir el pan”.
Es una manera hermosa de reconocer al discípulo de Jesús: cuando parte el pan.
- Entra Jesús sin abrir las puertas. Es un regalo de Dios para el cuerpo glorificado. Jesús resucitado, en efecto, tiene unas dotes maravillosas que no posee el cuerpo mortal.
- Les muestra las llagas glorificadas en su cuerpo:
“Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”. Es muy hermoso el pensar que Jesús glorificado mantiene sus llagas como signo del amor que le llevó a entregar su vida por nosotros.
- Aunque vieron a Jesús “no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos”.
Es evidente que la mente de ninguno de ellos podía comprender la resurrección de Jesús a quien habían visto bien muerto.
- “¿Tienen algo de comer?”
Se trata de una petición sublime y muy humana al mismo tiempo. Para tranquilizarlos comió delante de ellos.
Después de esto Jesús quiere explicar, como ya les había adelantado proféticamente, sus sufrimientos y su muerte:
“Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse”.
- Y ahora viene otro de los grandes regalos que Jesús resucitado hace a los suyos:
“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.
Y lo primero que quiso Jesús que entendieran después de iluminar su entendimiento, fue la última parte del Evangelio de hoy, que es fundamental para comprender el misterio de Cristo, el hombre Dios: La resurrección:
“El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados en todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.
El párrafo del Evangelio de Lucas de hoy termina con esta petición y mandato al mismo tiempo:
“Vosotros sois testigos de esto”.
Lo cumplieron los apóstoles porque todos ellos derramaron su sangre en el martirio, que es el testimonio más fuerte que puede dar un seguidor de Cristo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo