¿QUIÉN SOY YO?
La pregunta de Jesús a sus apóstoles resulta bastante extraña. Parece que le interesa realizar una especie de encuesta.
La pregunta fue:
- “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
Seguramente que cuando ya les pasó la sorpresa por tal pregunta, pensaron que la respuesta era fácil ya que no les comprometía personalmente a ninguno y todos comenzaron a hablar:
- “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otro que Jeremías o algún otro profeta”.
En ese momento Jesús debió sentir que ya había oído las “noticias del periódico” y quiso ir más a fondo:
- “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”
Ahora sí que debió ser profundo el silencio, y además, tenían muchos motivos para ello, puesto que era verdad que no sabían nada de Él.
De pronto, Pedro se siente iluminado y entre su fácil atrevimiento y la inspiración del Padre Dios, soltó una de las afirmaciones más valientes de su vida:
- “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Seguramente que todos se sorprendieron, pero fue Jesús quien descubrió el misterio que el Padre Dios había revelado por primera vez a un apóstol y le felicitó:
- “¡Dichoso tú Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.
Debió ser impresionante, si es que lo entendieron, lo que pensaron los apóstoles en aquel momento:
El Maestro dice que Dios se ha revelado a Pedro y con profundo silencio siguieron escuchando:
- “Ahora te digo yo: tú eres piedra (nosotros traducimos Pedro) y sobre esta piedra edificaré
(Jesús acaba de hacer una opción: Pedro lo representará) mi Iglesia” (así deja claro Jesús, como es natural, que no va a tener más que una sola Iglesia, aunque los hombres nos esforcemos por dividirla).
“Y el poder del infierno no la derrotará” (los enemigos de Dios no harán sucumbir jamás su Iglesia porque Jesús es Dios).
“Te daré las llaves del reino de los cielos” (las puertas de los castillos y ciudades antiguas tenían unas llaves, cuyo dueño era únicamente el rey. Ahora será Pedro quien tenga esa responsabilidad).
“Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (término judicial que declara lícito o ilícito algo y que, en el caso, significa que Jesús da a Pedro el poder de perdonar o no).
Después de un momento tan profundo, que según san Lucas había sido precedido por un largo rato de oración de Jesús, concluye todo con estas palabras de Mateo:
“Les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías”.
Posiblemente también esto nos llama la atención en Jesús que, aunque a veces Él mismo se proclama expresamente Mesías, en otras oportunidades manda guardar total secreto a los suyos.
El apóstol san Pablo, por su parte, haciendo eco al misterio que el Padre reveló a Pedro, nos invita a meditar en la grandeza de este Dios que, aunque escondido, está en el mismo Cristo Jesús. Y refiriéndonos al mismo Señor, podemos meditar:
“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero?”
Ciertamente que ninguno de nosotros, porque con profunda humildad debemos reconocer la grandeza de Dios y también la humillación profunda de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en Cristo.
Hoy el salmo responsorial nos invita a proclamar la misericordia de Dios que nunca abandona la obra de sus manos, que somos nosotros, los preferidos de su creación.
Repitamos, pues, gozosamente:
“Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario y daré gracias a tu nombre”.
Y con profunda humildad repetimos también con agradecimiento:
“El Señor es sublime, se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.
Por su parte Isaías nos adelanta las palabras proféticas de Jesús sobre Pedro, diciéndonos cómo el Señor escogerá a Eliacín: “Le vestiré la túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme” (Pedro roca sobre Cristo roca).
Qué alegría pensar que pertenecemos a la Iglesia que Jesús, Dios y hombre maravilloso, ha querido dejar en este mundo para que podamos salvarnos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo