1 de agosto de 2014

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

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El profeta Isaías hace una extraña invitación:

“Oíd sedientos todos acudid por agua, también los que no tenéis dinero. Venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde”.

Es claro que podríamos dar algunas interpretaciones pero podemos fijarnos en los regalos que nos da el Señor, sobre todo en la Eucaristía donde podemos comer ese pan de Cristo transformado en su Cuerpo y en su Sangre, por supuesto sin pagar, y tener la seguridad de que el Señor, a través de esa Eucaristía de la nueva y eterna alianza “sellará con nosotros alianza perpetua”.

Qué pena que tantos cristianos rechacen la Eucaristía y no quieran comer este pan abundante y generoso con que nos alimenta el Señor Jesús.

Tú, amigo, comulga siempre que puedas.

Te harás fuerte para glorificar a Dios y servir a los hermanos.

El salmo responsorial nos muestra también esta generosidad del Señor que debemos meditar con frecuencia “abres tú la mano y nos sacias de favores… cerca está el Señor de los que lo invocan. 

De los de lo invocan sinceramente”.

El verso aleluyático nos invita a pensar en el otro alimento espiritual que Dios nos da y es su Palabra:

“No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Esto viene a ser también como un complemento del milagro de Jesús que nos cuenta san Mateo.

Todos los detalles son interesantes.

Por una parte, Jesús “huye” en una barca buscando un lugar tranquilo, después de enterarse de que Herodes había matado al Bautista.

El pueblo, sin embargo, lo sigue, hambriento de su palabra.

Los discípulos al ver que atardece y que la gente tiene hambre, piden a Jesús que los despache de una vez.

Jesús, sin embargo, le responde de una manera humanamente incomprensible:

“No hace falta que se vayan, dadle vosotros de comer”.

Seguro que los dejó desorientados porque ellos no tenían ni para el grupito.

“No tenemos más que cinco panes y dos peces”.

Jesús los pide, los multiplica y con aquel poco de pan y peces hace que todos coman “hasta quedar satisfechos y recogieron todavía doce cestos llenos de sobras”.

Gran milagro. Con cinco panes y dos peces comen cinco mil hombres sin contar mujeres y niños que sin duda serían mucho más numerosos que los hombres.

Esta multiplicación del pan evidentemente es otro signo de la Eucaristía y es que Dios se ha ingeniado para unirnos a Él a través de Jesucristo, cueste lo que cueste. ¡Dios nos amó en Cristo!

Siendo consecuentes tenemos que permanecer siempre unidos a Cristo y por Él a Dios.

San Pablo en la carta a los Romanos (y después de explicarnos la presencia del Espíritu Santo en nosotros) nos invita a ser fieles y permanecer con Cristo:

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”

Y nos presenta todas las posibilidades que encontramos en la vida:

“¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?”

Pablo lo tenía claro y quiere compartírnoslo para que sea una realidad también en nuestra vida:

“En todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado”.

Es importante tener en cuenta que no es por el amor que nosotros tenemos a Dios sino por el amor que Él nos tiene por lo que encontramos nuestra seguridad.

Será bueno que hagamos nuestras también estas preciosas palabras que son la confesión de fe y del amor del gran “Apóstol de los gentiles”:

“Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

¡Qué bella lección de amor la que nos da san Pablo!

Con todo esto debemos aprender que si aprovechamos los dones del Señor, sobre todo la Palabra de Dios y la Eucaristía, podremos estar seguros de que tampoco a nosotros nada ni nadie podrán separarnos del amor que la Santísima Trinidad nos ha manifestado en Jesucristo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo