8 de agosto de 2014

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

NO TENGÁIS MIEDO

Dicen que cuando alguien se acercó a san Juan Pablo II para agradecerle por su hermosa frase: 

“No tengáis miedo”, el Papa le contestó con sencillez:

- ¡Si eso está en el Evangelio!

Así es, en efecto, y muchas veces en la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento leemos frases muy parecidas:

* A Isaías Dios le dice: “No temas porque yo estoy contigo”.

* A Daniel: “Cobra ánimo, no tengas miedo”.

* Al padre del Bautista: “No temas Zacarías porque tu ruego ha sido escuchado”.

* A la Virgen le dice Gabriel: “No temas María porque has encontrado gracia ante Dios”.

Y es que en realidad son muchos los motivos (al menos así nos parece a nosotros) que tenemos para temer: 

¿A quién tenemos miedo?

- A Dios, porque lo vemos tan grande.

- A los hombres, porque no conocemos qué llevan en su corazón.

- A nosotros mismos porque nunca sabemos cuándo llegarán los grandes acontecimientos. Tampoco conocemos nuestra capacidad de fidelidad.

Para evitar los miedos lo mejor será dejarnos en manos de Dios “como un niño en brazos de su madre” o, como dice el verso aleluyático de hoy: “espero en el Señor, espero en su Palabra”.

El Evangelio del día es un ejemplo más de este miedo.

En efecto, nos muestra a los apóstoles que, llenos de miedo en la oscuridad de la noche, se asustan por algo que es una verdadera originalidad de Jesús:

“De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo, pensando que era un fantasma”.

Jesús les dijo en seguida: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.

Pedro, el impulsivo, se anima y le dice a Jesús:
“Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: ¡Ven!

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua”.

Es entonces, al estar un tanto lejos de la barca y otro tanto lejos de Jesús, cuando se asusta y grita: “¡Señor! ¡Sálvame!”

Interesante: 

Acto de fe. Duda. Y otra vez acto de fe… Así es Pedro… y así somos nosotros que hoy tenemos aparentemente una fe como una montaña y mañana una fe como una hormiga.

Pero Jesús es bueno y nos comprende.

Y así como “Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡qué poca fe, ¿por qué has dudado?”, pidamos a Jesús también que nos acoja en los momentos difíciles. Que nos ayude a mantener siempre la fe con la confianza de los apóstoles, que al final del párrafo evangélico exclamaron: “realmente eres Hijo de Dios”.

La primera lectura de hoy nos presenta a Elías en el monte de la contemplación, el Horeb, “el monte del Señor”.

Pasa la noche dentro de la cueva y al final oyó la voz de Dios:

“Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!”

Hay varias manifestaciones violentas: el huracán, el terremoto, el fuego y sólo al final “se oyó una brisa tenue; al sentirla Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva”. Y Dios manifestó su voluntad al profeta.

Sin duda que debemos aprender que Dios siempre es original y se manifiesta cómo y cuándo menos lo esperamos.

La segunda lectura de hoy es una preciosa lección de ecumenismo que nos da el apóstol san Pablo.

Pablo era judío. Nunca olvidó a los suyos. Eran su raza, su pueblo, su religión.

Constituían la primera parte de la revelación de Dios, el antiguo Testamento.

En sus correrías misioneras Pablo buscaba siempre, en primer lugar, el encuentro con los judíos reunidos cada sábado en la sinagoga.

Eran los primeros destinatarios a quienes quería compartir su descubrimiento: 

¡El Señor Jesús!

El amor de Pablo a los suyos nos resulta realmente incomprensible:

“Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo”.

Es decir que quiere ser condenado, si esto pudiera servir, para que su pueblo descubriera al Mesías prometido.

Al ver cómo el Señor se manifiesta de maneras tan diferentes, a través de la historia, pidámosle que se manifieste también en nuestra vida personal para que cumplamos siempre su voluntad.

Digamos con el salmo responsorial: 

“Señor, muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”.





José Ignacio Alemany Grau, obispo