19 de junio de 2014

Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, Ciclo A

UN SUEÑO DE AMOR
Jesús está en la sinagoga de Cafarnaúm. De pronto tiene un arrebato de amor y de ilusión.
Piensa:
Ayer di de comer a cinco mil personas pan y pescado en abundancia. Daba gusto ver aquellos cinco mil hombres rodeados de sus mujeres y niños, comiendo hasta hartarse. Y sobró… y sobró…
Pero, Jesús comenzó a soñar:
Yo quiero que, a través de los siglos, las multitudes puedan comer un pan mejor y más abundante. Que coman y sobre.
Y habló a la genta apiñada en la sinagoga:
“Esfuércense por conseguir no el pan temporal sino el permanente, el que da la vida eterna”.
Recuerden “sus antepasados comieron el maná en el desierto pero murieron. Desde ahora será mi Padre quien les dé el verdadero pan.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre... y yo lo resucitaré el último día”. ¡Nunca morirá!
Jesús hablaba cada vez con más ilusión y el público en cambio se desanimaba.
Sin embargo Jesús mantiene su palabra: “os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
Vamos al cenáculo.
Está lleno de luces de fiesta, que, posiblemente, colocó y prendió la Madre de Jesús.
Está anocheciendo.
Los apóstoles de Jesús van llegando. El Maestro “que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Les lavó los pies. 
Se crea un clima de amistad, y hasta de cariño, que fue asfixiando el alma de Judas, el cual salió poco después del cenáculo cargando sobre sus hombros la noche de Jerusalén metida en su pecado.
A partir de ese momento el Corazón de Jesús se esponja. La conversación llega a una gran intimidad.
Les promete el Espíritu Santo y les habla de la ternura del Padre que también quiere a sus discípulos.
Sin embargo, por momentos, Jesús parece tembloroso e inquieto.
De pronto, Jesús toma el pan. Son granos molidos con el sudor de la frente de los campesinos. El pan, tan ordinario y sencillo como necesario, tiembla en las manos del Señor. 
Al fin lo parte. 
Jesús debió pensar: ahora quiero entrar realmente con todo mi ser en el interior de cada uno de mis discípulos con el Cuerpo que me dio mi santa Madre y con mi Persona divina que procede del Padre.
Me quedaré con ellos y les daré vida.
Ninguna madre, ningún enamorado o esposo lo logró. Pero yo soy Dios y puedo hacerlo.
En el profundo silencio del cenáculo resuena la voz sonora del Maestro:
“Esto es mi cuerpo: tomad y comed”.
Luego Jesús tomó la cuarta copa que solía pasarse entre los comensales en la cena pascual y se la entregó diciendo “Ésta es mi sangre”.
Después de haber convertido el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, Jesús dijo a los suyos:
“Hagan esto en conmemoración mía”.
Es el mandato más dulce del Maestro: “Hagan esto”.
Los amigos de Jesús, como los de Emaús, lo reconocemos “al partir el pan”.
Los que no creen se reirán: ¡Es tan fácil reírse cuando no hay amor!
En cambio el enamorado se goza en las maravillas o cosas simples que hace el otro.
Y tú y yo debemos gozarnos en la maravilla más grande de Jesús: la Eucaristía.
Sí. La Eucaristía es el tesoro más grande que Jesús, Esposo fiel, ha dejado a su esposa amada, la Iglesia, por la que entregó su vida.
Por su parte Pablo nos dice hoy:
“El cáliz de la bendición que bendecimos ¿no es comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
El pan es uno y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo Pan”.
Hoy llevamos a Jesús entre alfombras de flores visitando nuestras calles y plazas.
Que, con la oración colecta de hoy, pidamos al Padre que “nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención”.
Si un día al año sale Jesús en la Eucaristía para visitar nuestras calles, que todos los días pueda visitar tu corazón.

José Ignacio Alemany Grau, obispo