CORAZÓN DE JESÚS – SAN PEDRO Y SAN PABLO
I. EL AUTORETRATO DE JESÚS
Es Jesús quien nos ha hecho una foto de su propio corazón:
“Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Como hombre fue un hombre lleno de ternura que pasó haciendo el bien a todos, sanando, enseñando y sobre todo dando su propia vida.
Como Dios nos lo presenta así de amoroso el Deuteronomio:
“Moisés dijo al pueblo: tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios; Él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra el pueblo de su propiedad.
Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que por puro amor vuestro… os sacó de Egipto con mano fuerte… así sabrás que tu Dios es el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman”.
Ese amor y la fidelidad del Antiguo Testamento pasan en el Nuevo a toda la humanidad a través de la Iglesia. Por eso san Juan, después de conocer el Corazón de Jesús, recostando su cabeza sobre el pecho del Señor, entendió el amor de Dios mejor todavía y nos habló de él diciendo:
“En esto manifestó el amor que Dios nos tiene en que Dios envió su Hijo al mundo para que vivamos por medio de Él… en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino que Él nos amó y nos envió a su Hijo.
Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
Después, san Juan saca una conclusión para que agrademos a Dios:
“Si Dios nos amó así nosotros debemos amar a los hermanos”.
Entonces nuestro corazón latirá al compás del Corazón de Jesús.
Veamos ahora las enseñanzas del prefacio:
Jesús “con amor admirable se entregó por nosotros y, elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.
Terminamos la primera parte de nuestra reflexión recordando las palabras de Jesús a santa Margarita María Alacoque:
“Aquí está el Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse por demostrarles su amor y que no recibe reconocimiento de la mayor parte, sino ingratitud, ya por irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor”.
II. LOS APOSTÓLES PEDRO Y PABLO
Lo primero que se nos ocurre es por qué se celebran a san Pedro y san Pablo juntos, si Pablo no pertenece a los doce apóstoles.
El mismo san Pablo nos da la respuesta enseñando que Jesús lo eligió a él personalmente como su apóstol. Por lo demás, en el prefacio del día encontraremos la mejor aclaración:
“En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría. Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo el maestro insigne que la interpretó. Aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.
Como podemos entender los dos fueron elegidos por Jesús. Pedro fortaleció la fe de la Iglesia en Israel, en cambio Pablo predicó por todo el mundo entonces conocido, de ahí el nombre de “apóstol de los gentiles”.
Sabemos también que los dos fueron martirizados en Roma.
A Pedro lo crucificaron y a Pablo le cortaron la cabeza ya que siendo ciudadano romano no lo podían crucificar.
La primera lectura nos cuenta cómo Herodes metió en la cárcel a Pedro y la Iglesia oraba “intensamente a Dios por él”. Esa misma noche Dios hizo el gran milagro de sacarlo de la cárcel y devolverlo a la comunidad.
La segunda lectura es de Pablo. Es un testimonio precioso de cómo se sentía al final de su sacrificada misión:
“Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate. He corrido hasta la meta. He mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día”.
Y aprovecha Pablo para animarnos a ser buenos cristianos, diciendo que Dios nos coronará también a nosotros: “no sólo a mí sino a todos los que tienen amor a su venida”.
El Evangelio nos presenta el momento en que Jesús, después de haber rezado, entregó a Pedro las llaves del Reino, es decir, el poder para representar a Jesús en su Iglesia.
En este domingo celebramos también el día de la Iglesia, el día del Papa.
Ayer fue Benedicto, antes Juan Pablo… ahora Francisco. Son los sucesores de Pedro que Dios ha colocado como guías para que nos lleven a Jesús.
José Ignacio Alemany Grau, obispo