¡¡¡COMAN SIN PAGAR!!!
El título es un poco llamativo pero, profundizando en las lecturas de este día, podremos entender de qué se trata y al final terminaremos pensando que también son para nosotros estas palabras de Jesús: “Den gratuitamente lo que gratis han recibido”.
La primera lectura de hoy se refiere, evidentemente, a los tiempos mesiánicos.
En ella hay una invitación a todos los necesitados: “Oigan, sedientos todos, acudan por agua, también los que no tienen dinero. Vengan, compren trigo y coman sin pagar vino y leche de balde”.
La mayor parte de los hombres gastamos el dinero en cosas que no llenan ni el cuerpo ni el alma. Pero Dios nos ofrece algo siempre mejor. Acoger a Dios, escucharle, nos dará vida. Son las promesas de siempre que nos enriquecen.
Por eso, el salmo responsorial nos invita repetir esta oración a Dios:
“Abres la mano y nos llenas de favores”.
Hay que recalcarlo y la liturgia lo repite muchas veces: “El Señor es clemente y misericordioso… el Señor es bueno con todos… abre la mano y sacia de favores a todo viviente”.
¿Has pensado muchas veces que el Señor está siempre cerca de los que le invocan con sinceridad y no con palabras vacías o actitudes de pedir a Dios, buscando la seguridad en el bolsillo de los hombres?
San Pablo, consciente del amor de Dios que nos amó y al que amamos, se siente plenamente seguro de sí mismo porque confía en su actitud con el Señor, sobre todo de su confianza en Él. Por eso nos invita a repetir con la seguridad del que ama y se siente amado:
“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”
¿El terrorismo, el odio, las pandillas, la pobreza, las angustias, las persecuciones, las calumnias, la enfermedad…?
Vean con qué libertad de espíritu dice San Pablo:
“En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos amó”.
Y es que la seguridad de Pablo no está en él mismo, ni quiere tampoco nos fiemos de nosotros mismos. Nuestra seguridad viene del amor que Dios nos ha manifestado al entregarnos a Cristo Jesús.
Con Jesús nos llegó todo. La salvación y todos los medios que necesitamos para llegar a ella. Especialmente la Eucaristía que nos da a todos una gran seguridad.
Y con la Eucaristía tenemos siempre también la Palabra de Dios que es alimento transformante y al mismo tiempo certeza de salvación.
Por eso, en el salmo aleluyático vamos a escuchar una vez más:
“No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Como símbolo de este alimento y regalo, el Evangelio nos recuerda la multiplicación de los panes.
Se trata de una comida gratuita y abundante.
Gratuita, porque no hizo falta ir a comprar el pan al pueblo vecino y abundante porque se saciaron todos y pudieron recoger doce cestos llenos de sobras, a pesar de que fueron miles los que comieron.
San Mateo nos advierte que Jesucristo quiso probar a sus apóstoles para ver qué se les ocurría y cuál era la mejor forma de saciar el hambre de aquellas personas que, hambrientas del pan de la palabra, habían olvidado llevar su fiambre.
Como es lo normal, a los apóstoles lo único que se les ocurrió fue decir a Jesús:
“Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”.
Esto es lo de siempre, lo que se nos ocurre a todos.
Pero Jesús era original, tenía poder y sobre todo tenía amor.
La primera pregunta del Maestro busca probar la fe:
“No hace falta que vayan, denles ustedes de comer”.
La lógica humana de los apóstoles fue contestar, casi con ironía, “no tenemos más que cinco panes y dos peces”.
La disponibilidad de ellos, al presentar su limitada pobreza, le bastó a Jesús que dio de comer gratuitamente a todos.
Sabemos que muchas personas tienen hambre del pan del día, pero que son todavía muchas más, las que tienen hambre de Dios, es decir, las que padecen una sed de eternidad.
A todos ellos debemos ofrecerles el pan de Dios. Sin embargo, tengamos presentes dos preguntas:
¿Aprovechamos la oportunidad de comer sin pagar todo lo que Dios nos ofrece, sobre todo el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía?
Y en segundo lugar, ¿tenemos presente el pedido de Jesús: “Denles ustedes de comer”, ayudando a tantas personas que no conocen ni el pan de Dios ni el pan de su Palabra?
Porque no debes olvidar de que si eres bautizado, eres misionero.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo