14 de julio de 2011

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

EL CRECIMIENTO DEL REINO
“Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
Estas palabras del versículo aleluyático centran muy bien el tema de este domingo. En efecto, Jesús habla a la “gente sencilla” y lo hace con cosas simples de la vida familiar y del campo.
Por eso siguen s Jesús ya que le entienden mejor que a otros muchos predicadores que, quizá sin darse cuenta, se buscan demasiado a sí mismos y prescinden de la sencillez del Reino.
De todas formas el mensaje de hoy nos lo da, fundamentalmente como siempre, el salmo responsorial que nos presenta a Dios con estas palabras “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”.
El libro de la Sabiduría nos habla del Dios único que en su gran poder manifiesta su infinita capacidad de perdón para todos:
“Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia…”. Y el mismo libro hace la aplicación con estas palabras: “enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”.
Buena oportunidad para que cada uno examinemos si somos justos de verdad, a medias o injustos.
Es claro que el ser justo con Dios y con los hombres es una virtud fundamental.
Una de las pruebas de la bondad de Dios que pide que recemos, es lo que enseña San Pablo explicando que el Señor nos ha dado su Espíritu para que nos ayude en nuestra debilidad porque nosotros no sabemos ni pedir lo que necesitamos:
“Por eso el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”.
¡Admiremos cómo el que es Dios, el Espíritu Santo, nos enseña a pedir a Dios!
Estas son las primeras enseñanzas para hoy.
La riqueza del Evangelio es grande y nos invita a pensar en cosas muy prácticas:
Sabemos que hay muchas personas que se atreven a hablar mal de Dios y repiten que si Dios es bueno por qué hay tantos malos en el mundo, y hambre y corrupción. Y siguen preguntando:
¿Por qué no se lleva a la otra vida a los “malos”,  a fin de que lo bueno y los “buenos” puedan crecer con más facilidad?
Jesús lo explica con la parábola más larga de hoy:
Un hombre siembra buena semilla. Cuando empieza a verdear, entre las espigas del buen trigo, aparecen las oscuras espigas de la cizaña.
Los criados preguntan: ¿no sembraste buena semilla?
El dueño reconoce que el enemigo vino de noche y sembró la maldad entre el buen trigo.
Los criados preguntan lo que parece más lógico: ¿arrancamos la cizaña de una vez?, como quien dice: ¿botamos a los “malvados” al fuego para que los “buenos” queden como trigo limpio?
Está claro que si Dios es misericordioso, como se nos ha dicho en la primera parte de las lecturas, no quiere acabar con nadie sino que nos enseña a tener paciencia:
“Dejadlos crecer juntos y a la hora de segar diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y quemadla y llevad el trigo a mis graneros”.
Cuando al final del párrafo de hoy los discípulos le piden a Jesús una explicación, aclara:
La semilla que Dios siembra es Jesús mismo. El campo es el mundo. La buena semilla los ciudadanos del Reino. La cizaña los parientes del maligno. El que siembra la maldad es el diablo. Y cosechan los ángeles.
Todo concluye así: “los justos brillarán como el sol en el Reino de Dios”.
Esta lección nos va bien a todos especialmente cuando, impacientes por el dolor y la maldad de los hombres, Dios nos pide paciencia.
San Agustín nos explica que esta actitud de Dios tiene dos motivos. Por un lado que los pecadores tengan tiempo para convertirse y por otro que los justos puedan enriquecerse mientras peregrinan en este valle de lágrimas.
Queda más riqueza en el párrafo de San Mateo que es bueno meditar.
Son otras dos pequeñas parábolas que nos enseñan que todos y cada uno en el Reino debemos ser como el pequeño grano de mostaza y el trocito de levadura que se van desgastando en este mundo para que el Reino pueda crecer.
Como vemos, todas estas parábolas de hoy, lo mismo que las de otros días, vienen a explicar la realidad del Reino de Dios que es la gran enseñanza de Jesús.
Terminemos preguntándonos: ¿qué significa para ti, para tu vida práctica, el Reino de Dios? Y ¿cómo te esfuerzas para hacerlo crecer?

José Ignacio Alemany Grau, Obispo