10 de abril de 2011

V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO A

JESÚS ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

“El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre, dice el Señor”.

Esta antífona inicial nos sitúa en el tema de este quinto domingo de cuaresma.

Un asunto muy importante para todos y un regalo que Dios nos da más allá de la muerte temporal.

En la primera lectura de Ezequiel Dios promete su Espíritu para darnos una vida nueva. En la lectura del profeta podemos adivinar que nos adelanta la resurrección de la que nos hablará Jesús con toda claridad en el Evangelio.

De hecho será el Espíritu quien resucitará a Jesús de entre los muertos y quien nos asegurará nuestra propia resurrección.

Por este motivo San Pablo nos pide que tomemos conciencia cada uno de nosotros porque, quien vive para la carne y la corrupción, está sin el Espíritu y sin Cristo.

En cambio, quien vive para el espíritu tiene el Espíritu Santo en su interior y a Cristo también.

Además, el Apóstol nos recuerda la mejor resurrección; es decir, resucitar a la vida eterna. Meditemos sus palabras.

“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”.

Ningún regalo comparable a éste.

El Espíritu Santo vive en mí. ¡La tercera persona de la Santísima Trinidad inseparable del Padre y del Hijo está en mí! ¡Soy su templo! ¡Soy templo de Dios!

Por su parte el salmo responsorial se vuelve oración y se hace un grito que brota en lo más profundo de nuestro ser, buscando a Dios.

Es el mismo Señor quien responde al alma esperanzada: “Del Señor viene la misericordia, la redención abundante”.

Uno de los versículos del Evangelio es el que leemos en la aclamación: “yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor, el que crea en mí no morirá para siempre”.

Esto se hace realidad temporal en la resurrección de Lázaro, el muerto de cuatro días.
He dicho temporal porque Lázaro resucitó, pero luego murió como todos los mortales.
De todas formas está claro que la resurrección de Lázaro la hace Jesús para advertir que es Él mismo quien trae la resurrección definitiva más allá de la muerte: “Quien cree en mí no morirá para siempre”.

En este pasaje evangélico tenemos mucho que meditar. Fijémonos, por ejemplo, en un detalle:

Antes de resucitar a Lázaro Jesús exclama: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que tú me escuchas siempre pero lo digo por la gente que me rodea para que crea que tú me has enviado”.

¿Te fijas? En realidad Jesús ya dijo, en otra oportunidad, que recemos como Él ha rezado junto a la tumba de Lázaro. Recordemos la cita:

Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis”.

Permíteme que te pregunte: ¿tú rezas así? ¡No es fácil, pero eso sí es fe auténtica!

Dejemos ahora que Benedicto XVI nos explique este último paso del camino de la iniciación cristiana que nos propuso en su mensaje cuaresmal. Al pedirnos que revivamos nuestro bautismo en este tiempo del año, nos dice:

“Cuando en el quinto domingo se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: “Yo soy la resurrección y la vida”… ¿Crees esto?”.

Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta toda la esperanza en Jesús de Nazaret: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.

La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte para vivir sin fin en Él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.

Hasta aquí el Papa Benedicto.

¡Qué duro pensar que los que no tienen fe están viviendo en un sepulcro sin futuro porque para ellos todo queda aplastado en el tiempo!

Nosotros, en cambio, terminemos repitiendo con Marta: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo