LA DIVINA MISERICORDIA
¡Misericordia¡, ¡misericordia! O a veces ¡socorro, socorro!
Es el grito personal y multitudinario en las catástrofes naturales, que por cierto son tan frecuentes en nuestros tiempos (inundaciones, terremotos, tsunamis…).
Ese mismo grito es el de las almas en angustias personales o de la familia o de los grupos.
En este domingo, el Dios vivo, que nos creó y nos ama, nos dice:
“Yo soy… el Dios clemente y rico en misericordia”. Yo soy la Divina Misericordia para todos.
Esta Misericordia Divina es la que celebramos en la octava de Pascua, o domingo in albis.
Además, hoy providencialmente, se celebra también la beatificación de Juan Pablo II, el Grande, que propagó y oficializó la Fiesta de la Divina Misericordia.
Muchas cosas podríamos compartir en este día, pero vamos a seguir la liturgia que en este domingo nos habla expresamente de la misericordia divina.
Parece que el Señor se escogió este día y que el Papa decidió esta celebración, fijándose en el tema central de la liturgia.
La oración colecta comienza con estas palabras:
“Dios de misericordia infinita…”.
De esta misericordia del Señor brota especialmente la petición del día, en medio del gozo pascual que nos envuelve.
Las lecturas nos muestran, en primer lugar, cómo era la vida de la primera comunidad cristiana, una vida que ojalá mantengamos también nosotros a diario, para llegar a una intimidad personal con nuestro Creador:
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles”, es decir la lectura y la meditación de la Palabra de Dios.
* “En la vida común”, la famosa koinonía o vida de fraternidad y comunión.
* “En la fracción del pan”, que hoy llamamos la Santa Misa y nos congrega diariamente y sobre todo cada domingo.
* “En las oraciones”; salmos, cantos y oraciones espontáneas.
El salmo responsorial, a su vez, nos invita a agradecer y proclamar al Dios misericordioso: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Y es que, en realidad, sólo por su bondad infinita, Dios puede tener tanta misericordia para con nosotros.
Será bueno que te preguntes: ¿doy gracias con frecuencia a este buen Dios que tiene tanta misericordia conmigo, me creó, me arropó en una familia, me regaló la vida de la fe y me sigue ofreciendo las cuatro cosas que necesito para mi salvación: la enseñanza, la fraternidad, las oraciones y la eucaristía?
Por su parte San Pedro, en su carta, comienza así: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia…” resucitó a Jesús para llenarnos de esperanza seguros de que, por Él, tenemos asegurada una herencia incorruptible que no es otra que Él mismo. Esta será nuestra alegría eternamente.
San Pedro añade también una importante bendición que será bueno meditar, ya que está como definiendo nuestra fe:
“No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.
El versículo del aleluya hace eco a estas palabras de San Pedro con la reprensión que le hizo Jesús a Santo Tomás: “Porque me has visto, Tomás, has creído: dichosos los que crean sin haber visto”.
El Evangelio de San Juan nos habla de la gran prueba del amor misericordioso de Dios que es la gracia de su perdón que, precisamente, este día delega a los apóstoles en esta escena:
Los discípulos están en el cenáculo, encerrados por miedo a los judíos. Jesús les da su saludo pascual: “¡Paz a vosotros!”.
Después se les da a conocer y acalla sus temores. Luego les ofrece el Espíritu Santo para que ellos puedan perdonar a todos con el poder de Dios:
“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Evidentemente que en este momento la misericordia divina hace un derroche de amor, ofreciéndonos a todos la posibilidad de rehacer nuestras relaciones con el Creador y volver a Él por más que hayan sido muy graves nuestros pecados.
Como un detalle más de su amor misericordioso, Jesús volverá ocho días después al cenáculo para recoger al apóstol ausente, que se había negado a creer. De esta forma completó el número de sus apóstoles.
Son detalles del amor misericordioso de Dios que no quiere que ninguno se pierda.
Te invito a meditar la importancia de la misericordia de Dios en tu vida. De este amor misericordioso depende tu salvación y felicidad eterna.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo