Todos cargamos una gran cantidad de defectos y la verdad es que nos duele cuando alguien se atreve a corregirnos. Meditemos en Jesucristo que es el modelo de toda perfección y aprenderemos a corregir y a ser corregidos.
- Isaías
Se trata de un
breve párrafo que debemos meditar con profundidad porque sin duda que puede
referirse a la Jerusalén del cielo, lo mismo que a la Jerusalén capital de
Israel, y en tantos otros sentidos y aplicaciones que nos ayudarán a entender
mejor estas palabras del gran profeta:
«Yo vendré para
reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria. Les daré una
señal…».
El profeta termina diciendo que Jerusalén recibirá a toda clase de personas «y de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas».
- Salmo 116
Con una antífona muy importante que dice: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio», nos invita a glorificar a Dios con estas palabras: «Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros. Su fidelidad dura por siempre».
- San Pablo
Nos enseña el Apóstol
que la corrección sincera es siempre fruto del amor:
«Hijo mío, no rechaces
la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión porque el Señor
reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Nos invita Pablo a tener la humildad de recibir la corrección como hijos que se alegran cuando el Padre los corrige: «Después de pasar por la corrección nos da como fruto una vida honrada y en paz».
- Verso aleluyático
Es muy importante
esta frase de Jesús que destruye todo relativismo:
«Yo soy el camino y
la verdad y la vida».
Con Jesús debemos
sentir el cariño del Padre Dios que nos ama:
«Nadie va al Padre sino por mí».
- Evangelio
Un buen día un
señor, cuyo nombre no conocemos, preguntó a Jesús, y su pregunta era bastante
negativa: «¿Señor, serán pocos los que se salven?».
La respuesta de
Jesús para aquel señor y para todos nosotros es muy inteligente:
«Esforzaos en
entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis
fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, señor,
ábrenos”». Y desde dentro se oirá la voz del señor diciendo: «No sé
quiénes sois. Alejaos de mí, malvados».
No se trata de los
motivos o excusas que creamos tener nosotros sino de la realidad que Dios
conoce perfectamente.
Por eso, si
queremos entrar en la casa de Dios no va a ser por nuestras opiniones sino por
lo que Dios conoce en su infinita sabiduría y misericordia de cada uno de
nosotros.
Durante nuestra
vida aprovechemos las correcciones que nos vienen directamente de Dios y las
que puedan hacernos los hombres y corrijamos, cuando sea preciso, con
sinceridad y caridad verdadera.
José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista