En esta solemnidad que celebra la Iglesia de una manera muy especial después del sacrificio de Cristo y su resurrección, que hemos admirado durante la Pascua, la Iglesia nos invita a sacar provecho del gran sacramento de la Eucaristía, en este día en que incluso sale del templo a las calles, adornada con flores para exaltar la fe en este gran sacramento.
Muchos devotos se han santificado con la Eucaristía aprovechando este gran don, regalo de Jesús.
- Génesis
La primera lectura
nos lleva a Salén donde antiguamente era rey y sacerdote Melquisedec.
Acudir a
Melquisedec es debido a que por primera vez en la Escritura se habla de un
sacrificio que es imagen de la Eucaristía.
En efecto,
Melquisedec sacó pan y vino para bendecir a Abraham con estas palabras:
«Bendito sea Abraham por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra.
Bendito sea el Dios altísimo que te ha entregado tus enemigos».
Con este sacrificio
Melquisedec quiso alabar la victoria de Abraham contra sus enemigos.
Sabemos que, según la tradición de Israel, Melquisedec era un sacerdote de quien no se sabía nada ni antes ni después de su encuentro con Abraham. En este sentido algunos lo comparan con Jesús Sumo Sacerdote que no perteneció a la casta sacerdotal de Israel, como sí lo eran todos los demás sacerdotes.
- Salmo 109
Nos encontramos con
un salmo que glorifica el sacerdocio de Melquisedec en quien la Iglesia ha visto
siempre una figura de Cristo Sumo Sacerdote:
«Tú eres sacerdote
eterno según el rito de Melquisedec».
La liturgia
entiende que se trata del representante de Dios. Por eso es el Señor el
protagonista de este salmo mesiánico:
«Oráculo del Señor
a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies».
Y abundando en el
tema sacerdotal, añade:
«Eres príncipe
desde el día de tu nacimiento…».
Dicho nacimiento lleva al Mesías al sacerdocio supremo, aunque no pertenece, como he dicho, a la casta sacerdotal de Israel.
- San Pablo
Nos habla de una
tradición que él ha recibido y que la transmite ahora por escrito en la Sagrada
Escritura:
«Yo he recibido una
tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido».
A continuación, nos
habla el apóstol de la consagración del pan y del vino, con las palabras de
Jesucristo que escuchamos en la santa misa:
«Esto es mi cuerpo…
Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre».
Esta tradición que nos viene por el apóstol San Pablo se ha convertido en la gran fiesta del Corpus Christi (Cuerpo y Sangre de Cristo) que hoy celebramos.
- Verso aleluyático
Nos recuerda las
palabras del evangelio de San Juan en las que Jesús mismo dice:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre».
- Evangelio
Contiene hoy el
relato que encierra un tesoro para la Iglesia todos los días.
Se trata del
milagro de la multiplicación de los panes, símbolo de la Eucaristía, narrado
por San Lucas:
Al atardecer de
aquel día le dicen a Jesús que despida a la gente para que vayan a su casa a
comer y descansar, pero el Maestro les responde: «Dadle vosotros de comer».
Había mucha gente y
poco pan. Apenas un muchacho presentó cinco panes y dos peces.
Jesús dijo a los
apóstoles:
«Decidles que se
echen en grupos de unos cincuenta».
Entonces, «Él
tomando los panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y se los dio a sus discípulos para que se los
sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron y cogieron las sobras: doce
cestos».
Este milagro
contado por el evangelista San Lucas nos deja la bella enseñanza: la imagen
sobre el milagro eucarístico que Jesús hará en la última cena diciendo sobre el
pan: «Este es mi Cuerpo». Y añadirá la consagración del vino diciendo: «Esta
es mi sangre de la nueva alianza».
Es el misterio que
la Iglesia adora siempre con tanta delicadeza y gratitud, el mejor regalo de
Jesucristo y que hoy celebramos con amor renovado y gratitud a nuestro Redentor
y Amigo.
José Ignacio
Alemany Grau, obispo Redentorista