Examinando los textos litúrgicos nos damos cuenta de que hay una auténtica revolución en torno a esta fiesta. Tenemos, por un lado, «Misa vespertina de la vigilia; a continuación: «Misa vespertina en forma vigilial» y, por otro lado, vemos la «Misa del día» con una riqueza de lecturas que celebran algo muy importante: la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
- Hechos de los apóstoles
La primera
impresión que tenemos tras la ascensión de Jesús a los cielos es que los
apóstoles debieron llenarse de pena porque se les había marchado el gran
protector y poderoso ejecutor de milagros. Sin embargo, nos dice expresamente
el libro de los Hechos de los apóstoles que volvieron felices a la ciudad, a
Jerusalén, a esperar la riqueza del Espíritu Santo, tercera persona de la
Trinidad, de la que Jesús les había hablado muchas veces y habían entendido muy
poco.
Los Hechos cuentan
que volvieron contentos y pasaban el día prácticamente en el templo alabando a
Dios y también leemos que estaban en el cenáculo haciendo oración con la Virgen
María.
Nos cuentan además que,
en un momento concreto, y por inspiración divina, echaron suertes para escoger
un suplente de Judas, el apóstol traidor: salió elegido Matías que completó el
número de los Doce.
Lo importante de
todo esto es que hicieron oración intensa esperando la realización de la gran
promesa que les había hecho Jesús: que Él se iba para enviar otro Consolador.
No es fácil
entender lo que ellos comprendían sobre las promesas hechas por Jesús.
Lo cierto es que el
mismo día de Pentecostés «estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban».
En ese mismo
instante vieron aparecer unas pequeñas llamas, «como llamaradas que se
repartían posándose encima de cada uno».
En aquel momento, ellos
sintieron la fuerza del Espíritu Santo en su interior y que se traducía hacia
afuera hablando distintas lenguas, diferentes a la lengua materna que cada uno
poseía.
De esta forma se hacían entender por las personas venidas de fuera de Jerusalén, por motivo de la fiesta de Pentecostés. Entre ellos «hay partos, medos y elamitas. Gentes venidas de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto… Y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua».
- Salmo 103
La Iglesia, ayer
como hoy, invoca al Espíritu Santo: «Envía tu Espíritu Señor y repuebla la
faz de la tierra…».
La Iglesia se vuelve alabanza con estas palabras del salmo: «Bendice, alma mía, al Señor. Dios mío qué grande eres. Cuántas son tus obras, Señor, la tierra está llena de tus criaturas».
- San Pablo
Nos refiere el
efecto maravilloso que produce en nosotros el Espíritu Santo:
«Nadie puede decir:
“Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo».
A continuación, nos enseña qué cantidad de dones tan distintos son el fruto de la presencia del Espíritu en cada uno de los fieles. Según San Pablo en «un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos».
- Secuencia
En esta gran
solemnidad nos encontramos con una preciosa secuencia que les invito a meditar.
Es el gran deseo de la Iglesia para todos sus fieles. Este himno comienza así:
«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido. Luz que penetra las almas. Fuente del mayor consuelo…».
- Verso aleluyático
Es el gran pedido
que frecuentemente repetimos en nuestra oración al Espíritu Santo:
«Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor».
- Evangelio
Recogemos algunos
versículos de los que nos presenta la liturgia del día:
+ «Recibid el
Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados. A
quienes se los retengáis les quedan retenidos…».
+ «Cuando venga
el Defensor que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que procede
del Padre, Él dará testimonio de mí».
+ Finalmente, nos
advierte Jesús la forma más eficaz para sentir la presencia del Espíritu Santo,
guardar sus mandamientos: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo
amará y vendremos a él y moraremos en él…».
+ «Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado,
pero el Defensor, el Espíritu Santo que enviará mi Padre en mi nombre, será
quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Lo importante es que cada uno de nosotros, en la intimidad de la oración
a la Santísima Trinidad, invoque la fuerza del Espíritu Santo, fruto de la muerte
y resurrección de Jesucristo, para vivir personalmente y ayudar a otras
personas según la fuerza del Espíritu, que sigue iluminando y conduciendo a la
Iglesia también en nuestros días.
José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista