9 de noviembre de 2024

LA PROVIDENCIA DE DIOS

En este domingo XXXII del tiempo ordinario, ya hacia el final del año litúrgico, la madre Iglesia nos invita a admirar y agradecer a Jesucristo, el Sumo Sacerdote, a quien le debemos la salvación eterna todos los seres humanos.

No hay salvación si no es en Cristo Jesús porque así lo ha determinado la providencia divina.

  • Libro de Reyes

El profeta Elías ha salido de la tierra de Israel y ha llegado a Sarepta, donde la sequía acaba con la vida de todos.

Elías ve a una ancianita recogiendo unos troncos para prender el fuego en su cocina. Dándose cuenta de la pobreza que ella padece, le pide dos cosas difíciles: un poco de agua del torrente que se agota y un poco de pan de la harina que se acaba.

La mujer confiando en el «Dios de Elías» hace ambas cosas y el profeta, de parte de Dios, le ofrece como regalo esta bendición:

«Dice el Dios de Israel: “la orza de harina no se vaciará; la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”».

La anciana se fio del profeta y Dios la bendijo largamente.

Qué bueno es fiarse de Dios, aunque los tiempos sean muy difíciles.

  • Salmo 145

El salmista nos invita a alabar a Dios. Algo muy importante para nosotros que normalmente nos dedicamos más bien a pedir:

«Alaba alma mía al Señor… que mantiene su fidelidad perpetuamente».

A continuación, el salmo va describiendo las maravillas que hace la providencia de Dios, entre otras esta frase que hace alusión a las viudas de este día:

«Sustenta al huérfano y a la viuda».

  • Carta a los hebreos

Nos habla de los dos grandes momentos de Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, y Sumo y Eterno Sacerdote.

El primer momento es el de su sacrificio:

«Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos».

El sacrificio de sí mismo, hecho de una vez para siempre, trae la purificación y salvación a la humanidad entera.

En el segundo momento nuestro Sumo Sacerdote, «la segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan».

Es lo que repetimos en nuestro credo de la fe católica:

«Desde allí he de venir a juzgar a vivos y muertos».

Con este acto de fe, lejos de temer a Jesús, debemos alegrarnos y llenarnos de esperanza si nos hemos esforzado por cumplir sus mandatos.

  • Verso aleluyático

Una vez más, la liturgia nos recuerda que es necesario tener un corazón de pobre para acoger el reino:

«Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos»

  • Evangelio

El Evangelio de este día nos hace ver cómo acepta Dios las ofrendas que le hacemos.

(Allá en el fondo, recordamos la diferencia entre la ofrenda de Caín y la de Abel.)

Los ricos van al templo y dejan caer pesadas monedas en la alcancía de las limosnas. Cada moneda que echan llama la atención de todos los fieles.

Jesús, que observaba atentamente cómo se echaba la limosna, se da cuenta de que una ancianita echa en la alcancía dos reales, que ni suenan, pero Él que ve la intención aprovecha para advertirnos a todos:

Lo importante de la limosna no es la cantidad sino el amor y desprendimiento que lleva consigo el donativo. Por eso, Jesús termina alabando a la anciana: «que ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Aprendamos, amigos, a dar con sacrificio, tanto al prójimo como “a la alcancía del Señor” porque Dios ve las intenciones que hay en nuestro corazón.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista