En este domingo XXXII del tiempo ordinario, ya hacia el final del año litúrgico, la madre Iglesia nos invita a admirar y agradecer a Jesucristo, el Sumo Sacerdote, a quien le debemos la salvación eterna todos los seres humanos.
No hay salvación si no es en Cristo Jesús porque así lo ha determinado la providencia divina.
- Libro de Reyes
El profeta Elías ha salido de la tierra de
Israel y ha llegado a Sarepta, donde la sequía acaba con la vida de todos.
Elías ve a una ancianita recogiendo unos
troncos para prender el fuego en su cocina. Dándose cuenta de la pobreza que
ella padece, le pide dos cosas difíciles: un poco de agua del torrente que se
agota y un poco de pan de la harina que se acaba.
La mujer confiando en el «Dios de Elías»
hace ambas cosas y el profeta, de parte de Dios, le ofrece como regalo esta
bendición:
«Dice el Dios de Israel: “la orza de harina
no se vaciará; la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor
envíe la lluvia sobre la tierra”».
La anciana se fio del profeta y Dios la
bendijo largamente.
Qué bueno es fiarse de Dios, aunque los tiempos sean muy difíciles.
- Salmo 145
El salmista nos invita a alabar a Dios.
Algo muy importante para nosotros que normalmente nos dedicamos más bien a
pedir:
«Alaba alma mía al Señor… que mantiene su
fidelidad perpetuamente».
A continuación, el salmo va describiendo las
maravillas que hace la providencia de Dios, entre otras esta frase que hace
alusión a las viudas de este día:
«Sustenta al huérfano y a la viuda».
- Carta a los hebreos
Nos habla de los dos grandes momentos de
Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, y Sumo y Eterno Sacerdote.
El primer momento es el de su sacrificio:
«Cristo se ha ofrecido una sola vez para
quitar los pecados de todos».
El sacrificio de sí mismo, hecho de una vez
para siempre, trae la purificación y salvación a la humanidad entera.
En el segundo momento nuestro Sumo
Sacerdote, «la segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para
salvar a los que lo esperan».
Es lo que repetimos en nuestro credo de la
fe católica:
«Desde allí he de venir a juzgar a vivos y
muertos».
Con este acto de fe, lejos de temer a Jesús, debemos alegrarnos y llenarnos de esperanza si nos hemos esforzado por cumplir sus mandatos.
- Verso aleluyático
Una vez más, la liturgia nos recuerda que
es necesario tener un corazón de pobre para acoger el reino:
«Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos»
- Evangelio
El Evangelio de este día nos hace ver cómo
acepta Dios las ofrendas que le hacemos.
(Allá en el fondo, recordamos la diferencia
entre la ofrenda de Caín y la de Abel.)
Los ricos van al templo y dejan caer
pesadas monedas en la alcancía de las limosnas. Cada moneda que echan llama la
atención de todos los fieles.
Jesús, que observaba atentamente cómo se
echaba la limosna, se da cuenta de que una ancianita echa en la alcancía dos
reales, que ni suenan, pero Él que ve la intención aprovecha para advertirnos a
todos:
Lo importante de la limosna no es la
cantidad sino el amor y desprendimiento que lleva consigo el donativo. Por eso,
Jesús termina alabando a la anciana: «que ha echado en el arca de las
ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero
esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Aprendamos, amigos, a dar con sacrificio,
tanto al prójimo como “a la alcancía del Señor” porque Dios ve las intenciones
que hay en nuestro corazón.
José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista