- Levítico
Muy dura ha sido
siempre la enfermedad de la lepra.
Aunque últimamente
la medicina ha mejorado, queda en el inconsciente de todos que se trata de una
enfermedad dolorosa.
El Levítico enseña
cómo se conocía que una persona adolecía de esa enfermedad y la dureza con que
se trataba al leproso para evitar el contagio.
Los Santos Padres han comparado la lepra con el pecado y cómo hay que acudir al sacerdote para que, con el sacramento de la reconciliación (confesión), quedemos limpios ante Dios y así recobremos la paz.
- Salmo 31
El salmista nos
pide que reconozcamos nuestros pecados:
«Había pecado, lo
reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: confesaré al Señor mi culpa y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado».
Y para que vayamos
a purificarnos, nos enseña cómo encontraremos la paz si nos acercamos a Dios
para que nos limpie de la culpa:
«Dichoso el que
está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Dichoso el
hombre a quien el Señor no le apunta el delito».
Estamos seguros de
la alegría que nos llenará el alma si vivimos en la amistad de Dios:
«Alegraos, justos, y gozad con el Señor»
- San Pablo
A menudo mezclamos
mucho las cosas y hacemos difícil el vivir con Cristo.
La clave para esta
paz nos la da el apóstol con estas palabras:
«Cuando comáis o
bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios», cumpliendo
santa voluntad.
Hay algo muy
original que Pablo nos pide que imitemos:
«Procuro contentar
a todos no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría para que se salven».
Termina con una
valiente invitación que ojalá algún día podamos repetir nosotros con verdad:
«Seguid mi ejemplo
como yo sigo el de Cristo».
¡Valiente Pablo!
- Verso aleluyático
A veces no damos
importancia al hecho de que Jesús, el hombre Dios, está entre nosotros.
La liturgia nos anima a reconocer que «un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».
- Evangelio
No es fácil
entender la profundidad de este pasaje de San Marcos.
Un leproso, que
debe permanecer lejos y gritar para que la gente se aleje y no se contagie con
la lepra, «se acercó a Jesús y se arrodilló ante Él».
Su petición es
maravillosa y única. Es una gran lección de fe para nosotros:
«Si quieres puedes
limpiarme».
El leproso parte de
la seguridad en el poder de Jesús.
Como respuesta el
Señor hace algo también prohibido porque para Él todo es posible:
Sintió lástima (era
un hombre enfermo que pedía la curación). Extendió la mano y lo tocó… ¡Sí, a un
leproso!
La respuesta es
única y simple:
«Quiero, queda
limpio».
Después le pide que
cumpla la ley de Moisés que manda presentarse al sacerdote para que lo declare
sano y pueda vivir en sociedad.
Aquel hombre, yo no
sé si sabía, pero estoy seguro de que se fue bailando y gritando a todos, al
revés de lo que decía antes:
¡Estoy puro! ¡Jesús
me ha curado!
Amigo, si estás en
pecado, sé valiente, vete al sacerdote de la Iglesia de Jesús y dile
sencillamente:
Jesús te dio poder,
perdóname en su nombre.
Seguro que saldrás
del confesonario bailando.
José Ignacio Alemany Grau, obispo