Aunque Dios posee un poder infinito ya no puede dar más ni hacer más por la humanidad que se apartó de Él por el pecado: nos entregó a su Hijo único.
Ahora Dios nos persigue desde su amor infinito, pero cuidando la libertad que Él mismo nos dio al crearnos.
- Génesis
Un buen día Dios
dijo a Abraham: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac y vete al
país de Moria y ofrécemelo en sacrificio».
Abraham caminó con
su hijo hasta el monte Moria. Llegado a la cima «tomó el cuchillo para degollar
a su hijo, pero el ángel del Señor le gritó: “no alargues la mano contra tu
hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios porque no te has reservado a
tu hijo, tu hijo único”».
Nos imaginamos a
Abraham, nuestro padre en la fe, caminando detrás de su hijo con el corazón
roto, pero al final la misericordia de Dios liberó a su hijo.
Abraham es imagen del Padre eterno que decretó la muerte de Jesús, su hijo único, pero hasta las últimas consecuencias. Y todo por nuestra salvación.
- Salmo 115
«Caminaré en
presencia del Señor en el país de la vida».
Aunque el salmista
se queja, se reconoce como siervo fiel de Dios: «Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava».
Reconoce cómo Dios lo ha librado de todo peligro y está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios: «Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo».
- San Pablo
El apóstol nos
enseña su fe absoluta en Dios y su seguridad porque en Dios encuentra la
certeza de la fe ya que nos entregó a su Hijo:
«El que no perdonó
a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con
Él?»
Meditemos el regalo infinito que Dios nos ha hecho aceptando la muerte de Jesús para redimirnos y demostrarnos su amor.
- Versículo de aclamación
Hace una clara
alusión al momento de la transfiguración de Jesús y nos muestra la idea central
de este maravilloso regalo de Jesús a los apóstoles:
«En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”».
- Evangelio
En el Evangelio de
hoy nos cuenta San Marcos el gran momento de glorificación de Jesús, tan
humillado en toda su vida, pero hoy transfigurado para mostrar a sus
predilectos la grandeza infinita que encierra en su humanidad, aparentemente
como la de un hombre cualquiera.
Se transfiguró ante
sus tres predilectos Pedro, Santiago y Juan, y aparecieron junto a Jesús Moisés
y Elías conversando con Él.
En aquel momento se
completó la glorificación con la presencia del Espíritu Santo en la nube, y la
del Padre que pronunció estas palabras: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo».
Con estas breves palabras
el Padre nos presenta la grandeza de Jesús, verdadero Dios como el Padre,
porque es su Hijo; y nos pide que le escuchemos para conocer todo lo que el
Padre quiere de nosotros.
Pero no termina
todo aquí.
Cuando descendían
del monte Tabor, Jesús advierte a los discípulos: «No contéis a nadie lo que
habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
De esta manera
Jesús ha fortalecido, por un lado, la fe de los apóstoles, pero por otra parte
mantiene firme su camino antes de su glorificación, que es la muerte y
resurrección.
Amigos todos, en
pleno camino cuaresmal, la Iglesia hace esta pausa para ayudarnos a conocer el
amor infinito del Padre que nos entregó a Jesús y la grandeza de este Hijo que
dará la vida por nosotros.
Quiere también que
reconozcamos que después de la muerte de Jesús habrá una resurrección para
todos como fruto de la resurrección del Hijo de Dios.
Tengamos muy en
cuenta este mandato de Dios Padre: que escuchemos a su Hijo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo